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Había instantes en los que tenía la sensación de que estaba flotando, como un fantasma que caminaba de un lado al otro durante el día.

Todo había cambiado. 

Nos mudamos de forma permanente al paso de arriba, ninguna podíamos volver a nuestra antigua habitación. Todas las pertenencias de Lisa fueron desaparecieron, aunque nos quedamos con las únicas que sabíamos que tenían valor para ella. No podía soportar como la presencia de Lisa se iba desvaneciendo de todos los rincones de Milton.

Una traicionera lágrima se cayó en la hoja del cuaderno, aunque intenté limpiarla con rapidez, sentí como Grace se sentó a mi lado.

—Qué bonito...

—Son todos los lugares a los que Lisa le habría gustado viajar...

Londres, París, Florencia eran algunos de los destinos. El único que había visitado era París, la ciudad donde nació mi madre Amelie. Habría estado un par de veces, aunque me había olvidado de cómo era.

—Me encantaría visitar París, es la ciudad del arte...—nos confesó Grace con una pequeña sonrisa.

—Quizás podríamos hacerlo—respondió Jane pensativa—. Cuando terminemos de estudiar, podríamos cumplir la lista de Lisa.

Aquello me proporcionó algo de esperanza; el saber que podíamos cumplir uno de los sueños de nuestra mejor amiga.

—A Lisa le hubiese encantado.

Sonreímos de verdad por primera vez en dos semanas. Cada una lo llevábamos de manera diferente, pero por suerte, nos teníamos las unas a las otras.

Aunque había alguien que nos preocupaba especialmente: Grace.

Gracie era fuerte, pero más de una vez, había visto como intentaba contener las lágrimas. Era la más sensible de las cinco. Se había refugiado en sus dibujos, aunque nos tranquilizaba ver como Clive intentaba sacarla alguna sonrisa.

Kate intentaba mantener la compostura, al igual que yo, aunque a veces era tan complicado que terminábamos por derrumbarnos. Jane, al contrario, era el pilar fuerte que nos mantenía de pie al resto.

Y Sue...

—He quedado hoy con Declan—nos contó, sentándose junto a nosotras.

No supe qué responder. Parecía que su relación, si bien podía llamarse así, iba avanzando con el transcurso de los días.

Excepto por un pequeño detalle.

—Sue, ¿pero estáis saliendo? —le preguntó Jane con el cejo fruncido—. Porque solo os dedicáis a caminar y a hablar, más que un par de adolescentes, os parecéis a mis abuelos.

—No nos hemos puesto una etiqueta, quizás está esperando al momento adecuado para nuestro primer beso—respondió Sue a la defensiva, encogiéndose de hombros—. Nos estamos conociendo.

—Joder, Sue—bufó exasperada Jane ante su cabezonería—. Que llevamos todos juntos desde los nueve años, ¿Qué coño estás diciendo de conoceros? Deberíais estar todo el día follando como locos.

Por segunda vez, todas estallamos en carcajadas. Ya se me había olvidado hacerlo de forma tan despreocupada.

—No todos somos un bloque de hielo como tú, Jane, algunos de nosotros tenemos sentimientos aunque no lo creas.

Las risas cesaron. Jane palideció, y el resto nos quedamos estupefactas.

—Jane...—intentó disculparse, pero negó con la cabeza.

El hilo rojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora