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Cuarenta y cinco minutos después Kate y yo seguíamos esperando recibir noticias de Lisa. Durante todos los años que llevaba viviendo en Milton, solo había visto a los padres de Lisa dos veces, y siempre tenía la impresión de que más que un encuentro familiar, se trataba de una mera transacción.

Estábamos sentadas en las escaleras que daban al comedor y al jardín respectivamente. Siempre que necesitábamos hablar o simplemente estar en silencio, nos reuníamos allí.

Nada más oír unos pasos aproximándose a nosotras cada vez más cerca, nos levantamos. Lisa parecía estar agotada, pero al mismo tiempo parecía tranquila. Se sentó junto a nosotras y esperamos a que nos hablara.

A su tiempo.

—Alguien ha enviado unas fotos mías con Maggie.

De todas las posibilidades en las que Kate y yo habíamos pensado, aquella era la última que nos esperábamos. En esos instantes me sentí fatal, pero me no me importó lo más mínimo que Maggie estuviese muerta. Lo que le estaba haciendo a Lisa rozaba la crueldad más despiadada.

—¿Quién ha podido hacer algo así? —siseó Kate con una mueca de disgusto.

Lisa tenía la mirada perdida, aunque su respuesta fue inmediata.

—Maggie.

En ese momento me vino a la cabeza la discusión que tuvieron ambas antes de que Maggie desapareciera.

—Yo lamento haberte dado a pie a pensar que alguna vez tú y yo podríamos estar juntas—respondió impasible—. Me dabas curiosidad, pero ya está. No me gustas, ni nunca me has gustado, y de verdad que tu valentía es admirable, pero creo que fuera de aquí las cosas van a estar más complicadas para ti ¿no crees?

—¿Por qué dices eso? —preguntó limpiándose rápidamente una lágrima.

—Porque eres Elisabeth Kent—contestó con simpleza—. Y si los tradicionales Kent se enteran de que su hija es homosexual, lo más seguro es que la repudien y actúen como si nunca hubiese existido—sonrió de lado cruelmente—. Aunque quizás por eso te internaron en Milton ¿no? Para ver si podían arreglarte...

—Lucy y Eve habrán hecho las fotos—hiló Kate —. Y no podemos decir nada, se han ido de Milton hace unos días.

—Mis padres me han pedido que en el momento en el que salga de Milton, niegue todos los rumores—nos contó con un hilo de voz—. Que de puertas para dentro haga lo que quiera, pero que si quiero seguir formando parte de la familia, tengo seguir las reglas.

—Esas personas no son tu familia, Lisa—musitó Kate, apretando su mano—. Nadie que te quiera pedirá que escondas lo que realmente eres.

—Les he dicho que no—confesó con la voz tomada—. No pienso seguir escondiéndome, bastante tuve con Maggie, como para tener que vivir en las sombras durante el resto de mi vida.

Su expresión se volvió tormentosa. Había algo más.

—Lisa, ¿qué ha pasado? —la pregunté apretando su otra mano con cariño.

Empezó a sollozar con fuerza.

—Me han amenazado con sacarme de Milton y con desvincularme del apellido familiar—confesó entre lágrimas—. No tendría nada, me quedaría en la calle...

—Lisa—la llamó Kate con seriedad—. No vuelvas a pensar por un segundo que íbamos a permitir que eso sucediese. Encontraríamos la forma de solucionarlo, pero no vas a estar sola, nos tienes a nosotras.

—Somos tu familia, Lisa—la aseguré —. Y lo único que queremos es que seas feliz, tomes la decisión que tomes.

—He acabado aceptando—nos dijo entre lágrimas—. ¿Qué dice eso de mí? Os lo digo yo; que a pesar de todo, sigo siendo una cobarde.

El hilo rojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora