12

245 31 203
                                    


La oscuridad empezó a atraparme de nuevo entre sus garras. Seguí corriendo, alejándome de la sombra que parecía perseguirme, pero todo se desvaneció hasta que escuché su voz.

—Alice, pequeña.

Alce la cara para mirar la enorme sonrisa de mi padre que abrió sus brazos para acogerme entre ellos. El miedo se evapora en cuanto siento el calor que desprende.

Me abrazó susurrando palabras tranquilizadoras mientras nos dirigíamos escaleras abajo. Llamé a mi madre, pero no respondía. Estaba tumbada en el salón. La llamé de nuevo, pero siguió sin responder. Estaba a punto de acercarme, pero unos brazos me detuvieron. No pude ver sus caras, tan solo el rostro inescrutable de mi padre, parado al lado de esos hombres.

—Lo siento, Alice.

Esas fueron las últimas palabras que oí antes del ruido ensordecedor que duro apenas un instante, seguido de un dolor que sentí traspasándome el cuerpo un instante antes de que, todo se volviese negro.

Me desperté sobresalta, reincorporándome de golpe.

—Tranquila—susurró Luca en mi oído. Me abrazó de nuevo, arropándome entre sus brazos—. Estoy aquí, stellina, solo ha sido una pesadilla.

Estaba cubierta de sudor. Si cerraba los ojos podía distinguir el rostro de Daniel. No podía llamarlo papá, no podía ni siquiera nombrarlo en voz alta sin gritar.

Empecé a llorar de nuevo, escondiendo mi cara entre su pecho. Sentí sus labios en mi pelo. Nos quedamos así durante unos minutos, hasta que mi cuerpo consiguió relajarse.

Luca me cogió en brazos y empezó a andar. Entramos en el baño, y tras bajarme de nuevo, empezó a quitarme la ropa.

Me sentí expuesta, pero no se trataba de mi falta de ropa, sino que estaba ahí parada, enfrente del chico al que quería sintiéndome desnuda de todas las formas posibles.

Y aun así, me sentía más segura que nunca.

Eso era el amor.

No fui consciente de que el agua de la bañera estaba llena de espuma, y ese detalle me hizo sonreír un poco. Entré sentándome en mitad para que Luca se colocara a mi espalda, pero en vez de entrar conmigo, cogió el pequeño banquillo y se sentó desde fuera.

Cogió la esponja y tras echar un poco de gel, empezó a deslizarla con suavidad por mis brazos.

—Soy consciente de que ahora mismo lo último que quieres recordar es todo lo sucedió anoche. No tenemos que hablar de ello, no ahora—su voz sonó ronca—. Ayer pude sentir como tu corazón se rompía. Lo supe, porque a mí me pasó lo mismo. Ojalá pudiese pasar todo el dolor del mundo para que tu no tuvieras que hacerlo, es lo único que he querido desde que teníamos nueve años.

Deslizó la esponja por mi cuello con tanta suavidad que cerré los ojos.

—He tenido miedo de hacerte daño, de alejarte de mí cuando lo único que quería era tenerte cerca. Había días en lo que lo único que podía pensar era irme contigo de aquí, lejos de estas cuatro paredes. Pero en esos instantes tengo claro que no me importa el lugar mientras tú estés en él.

Mis ojos se llenaron de lágrimas de nuevo. Empezó a lavar mis manos con suma delicadeza.

—Puede que no sea el hombre más romántico del mundo, sé que estoy lleno de defectos, pero si algo tengo claro es que haría cualquier cosa por hacerte feliz.

—Me haces feliz—susurré envolviendo su mano con la mía—. Tus cicatrices, al igual que las mías, solo nos hacen más fuertes, Luca.

Se inclinó para besar mi piel a la altura de mi corazón.

El hilo rojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora