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                                                                            COLIN ADLER 5:15 AM

El viento volvió a golpear las ventanas. Estaba paranoico. Di una vuelta, luego otra, hasta que finalmente desistí. Era incapaz de dormir más.

Devon se había largado hace unas horas. No le había preguntado a donde, aunque tenía mis sospechas. Había tenido una paciencia de santo conmigo, incluso me había preparado un par de tilas porque estaba en un estado de nervios constante.

Todos mis pensamientos son interrumpidos cuando oigo como la puerta se abre. Lanzo un suspiro de puro alivio.

—Menos mal que has llegado, Devon, porque....

Algo cubre mi boca, siento la humedad tocar mis labios y lo último que recuerdo es como todo se vuelve negro.

                                                                       DEVON REED 5:53 AM

Salí disparado de los baños sin decir ni una palabra. Otra vez habíamos discutido, aunque eso parecía haberse convertido en nuestro mantra desde hace meses. Era exasperante, pero aun así, me volvía loco. Siempre lo había hecho.

Abrí la puerta de la habitación que compartía con Colin. Él me ayudaría y podría darme consejo.

—Otra vez la he cagado, tío—suspiré, cerrando la puerta—. Te lo juro que no sé qué hacer con...

Me detuve en cuanto vi su cama estaba vacía. Lo llamé un par de veces, entré al baño, pero tampoco estaba. Cogí aire un par de veces, intentando pensar con claridad.

Tranquilízate, Devon.

Pero toda la calma se esfumó en cuanto observé que las gafas de Colin estaban en su cómoda junto a la llave de la habitación.

Sali de la habitación a toda velocidad sin pensar en nada, excepto que no fuese demasiado tarde.

                                                                              DECLAN REED 6:00 AM

Los preciosos ojos de Grace me miraron con fijeza. Habíamos estado mirándonos durante un buen rato, en silencio, como si existiese una posibilidad de evaporarnos en cualquier momento.

Era imposible, pero ni en mis mejores sueños había pensado que tendría alguna oportunidad de estar con ella, y aquí estábamos.

Estaba desnuda debajo de las sabanas. Creía que no podría volverme más loco hasta que la tuve con su cabeza contra la almohada gimiendo mi nombre.

Para colmo, tenía una erección permanente con ella. El simple acto de pestañear con una sensualidad de la que ella no era consciente era suficiente.

Y prefería no recrear todo lo que habíamos hecho, porque de ser así, iba a ser incapaz de andar recto el resto del día. Solo pensar en su lengua en...

—Un penique por tus pensamientos.

—No creo que sea buena idea—rocé la curva de su espalda con mis dedos para acercarla más a mí—. Al menos que quieras que no salgamos de aquí en una semana.

Bajó la mirada sonriente, y mordiéndose el labio.

No, eso no ayudaba en nada.

—Si empezamos con este juego, no vamos a salir nunca de la habitación y vamos a entrar en un bucle de sexo.

—¿Intentas que suene mal? —la coloqué encima de mí. El roce nos hizo jadear a ambos—. Porque creo que aquí abajo hay alguien muy contento al respecto.

El hilo rojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora