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Lo que había sentido como una caricia, resultaba ser una especie de marca territorial.

Y no me gustaba en absoluto.

Pero en ese maldito momento estaba cegada por un placer que jamás había sentido. Sentía que mi cuerpo no me pertenecía y algo más fuerte que mi propia razón me empujaba irremediablemente hacia él.

Y no sabía quién era.

Me he pasado la noche dando vueltas en la cama, en mi cabeza una y otra vez. Lo único en lo que podía pensar era en quien sería el desconocido, y lo más importante...

¿Por qué no quería que lo viese?

—Alice, cariño...—susurró Mary a la niña, que tenía los ojos llorosos—. Tenemos que apagar las luces, son las normas.

Las primeras semanas de Alice en Milton fueron duras. Tenía pánico a quedarse oscuras, fuese de la manera que fuese.

La niña asintió, y tras aferrarse con fuerza a Peanut, trató de pensar en algo positivo, pero estaba bloqueada. Con cuidado, cogió la linterna de su mesita y salió de la cama. Trato de hacer poco ruido para salir de la habitación sigilosamente.

El reloj marcaba después de medianoche, pero aun así siguió caminando por los pasillos de Milton. Salió por una de las puertas traseras que sus compañeras la habían enseñado y daban a los jardines de Milton.

Lo malo es que tuvo que recorrer medio internado para llegar allí.

El viento fresco la dio en la cara, y fue tan absorbente como revitalizante. Fue hasta el prado y se tumbó en la fría hierba.

Miro el cielo lleno de estrellas. Sus ojos volvieron a llenarse de lágrimas, pero esta vez no eran solo de tristeza, sino mezcladas con algo de esperanza.

Levantó su mano para intentar tocarlas, eso le decía siempre su mamá, que por muy lejos que estuvieran las estrellas, siempre seguirían brillando.

Una lágrima se desplazó por su mejilla mientras intentaba atrapar una estrella, luego otra...

No supo cuánto tiempo transcurrió. Sabía que tenía volver a su habitación porque se metería en un gran lío, así que se levantó y volvió a entrar al internado.

La mañana siguiente fue diferente. No se sentía tan cansada ni tan abatida, aunque seguía sintiendo un enorme vacío. El día transcurrió con normalidad y cuando finalmente acabaron sus clases, se dirigió a su habitación.

Cuando entro, se detuvo en frente de su cama. Había un paquete color azul medianoche con un bonito lazo dorado.

Dejó su mochila en el suelo y cogió la caja entre sus manos. Tras unos segundos, empezó a desenvolver el lazo con lentitud y tras abrir la misteriosa caja dejó escapar un grito de sorpresa.

Estrellas fluorescentes.

La caja contenía cientos de estrellas que brillaban en la oscuridad. Sonrió como hacía tiempo que no lo hacía.

—Cielo, ¿Qué es eso? —preguntó Mary entrando en la habitación cargada con algunas sabanas.

Alice alzó la caja para enseñarle su contenido. Estaba eufórica tan que la abrazo con fuerza. Mary se sorprendió y enterneció a partes iguales, y la abrazó con igual o más fuerza que ella.

—Vamos a colocarlas, ¿te parece?

Con la ayuda de Mary, y después de Lisa y Kate, colocaron las pegatinas en el cabecero de la cama, y algunas en la esquina de la mesita de noche de Alice.

El hilo rojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora