#10 - Sonrisas

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Capítulo X

Sonrisas

No volteé a verlo.

Iba a hacerlo, pero cuando me di vuelta el ya no se encontraba tras de mí.

Suspiré y saqué las llaves de mi bolsillo, abrí la puerta y al hacerlo, visualicé a mi madre sentada en el sofá, con los brazos cruzados y su entrecejo fruncido. Tragué saliva y sonreí inocente.

– ¿Se puede saber qué hacías a estas horas de la noche en la calle Livia Wilson? – preguntó, con claro enfado.

– Son las once...

–Aun así; saliste por la ventana –sin avisarme, por supuesto– y regresas en el auto de un jovencito que no conozco. Bastante apuesto, debo mencionar; pero eso no quita el hecho de que es un desconocido.

Llegué hasta su lado, y sin pensarlo dos veces, me arrojé a su lado – Lo siento...

Mi madre hizo una mueca con sus labios – No lo sientes. Pero ahora dime: ¿Quién es el muchacho? – exigió, sin perder su tono demandante. Esto de enfadarse nunca fue lo suyo.

–Un amigo...

– Oh ¿En serio? ¿Y por eso te escapaste por la ventana?

–No me dejarías salir...

–Sabes que no es verdad; ¿Fuiste a fumar, no es así?

Jugueteé con mis dedos – Tal vez...

Suspiró pesadamente – Livia...

–Sé que no está bien. Solo lo hago –

–Una vez a la semana y bla, bla, bla – imitó el gesto de mi boca con su mano, burlándose – ya me sé ese cuento de memoria. No me importan cuántas veces sean Livia, siempre el resultado es el mismo...

– Lo sé... - murmuré arrepentida. La mujer negó con la cabeza, antes de pasar su brazo por mis hombros, atrayéndome hacia ella.

– No necesitas hacerlo. Hay distintas formas de trabajar con la ansiedad que sientes...

–Pero esta es la que me funciona – afirmé con necedad.

–Pero no es saludable ¿Tienes idea del daño que le haces a tus pulmones?

Siempre.

–Pero...

– Nada de peros – me cortó – lo que haces está mal. Pero lamentablemente, sé que aunque aun así te lo prohíba en este preciso instante; lo seguirás haciendo...

– Me conoces – comente con una sonrisa.

– Soy tu madre, literalmente.

Ambas reímos brevemente, hasta que ella volvió a insistir - ¿Quién era?

–Un amigo, ya te dije.

– ¿Un amigo fumador?

–¿Qué? – Arrugue mi ceño – no, el no fuma.

– ¿Y entonces por qué te trajo?

Ahora entendía porque yo era así de terca...

–Él va a la plaza, a distraerse. Nos encontramos allí los viernes, solo eso.

Se dio vuelta, para observarme con sus ojos avellanas - ¿Se besaron?

–Oh por dios... - exclamé riendo.

– ¿Qué ocurre? Te crie para que seas una persona abierta, y más conmigo.

Negué con la cabeza, sonriendo. Mi madre siempre había sido como mi mejor amiga, incluso actuaba mas así, que como lo que era.

Para siempre ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora