35. Una verdad. POV Abby & Rose

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Abby

"Acompáñame, Heaven. Ven conmigo si quieres conocer la verdad" había dicho Henry Grayson. Y esperaba haber hecho bien al aceptar acompañarlo, aunque no me dejó de otra.

Así que ahí estábamos, a solas dentro de su camioneta. Él conducía en una dirección que no conocía. Había transcurrido aproximadamente diez minutos desde que abandonamos Luna Eclipsa y el silencio que manteníamos resultaba muy pesado, la tensión era palpable. Él había descubierto que funcionaba ante mí ese mecanismo exclusivo para los Grayson. Mostró sorpresa y enfado y aparentemente él estaba a punto de revelarme el motivo.

El vehículo se detuvo delante de una extensa muralla, distinguí la entrada reconociendo inmediatamente lo que me esperaba del otro lado. Henry no me dijo nada, salió y yo hice lo mismo. Él no me esperó, avanzó hacia el acceso libre atravesando la entrada al cementerio de Milford.

Rápidamente supe que hacíamos allí, qué es lo que él quería mostrarme. Él me estaba conduciendo a la tumba de Sara, su compañera fallecida. El cementerio era inmenso, había plantas y árboles distribuidos por todo el lugar y flores decorando las tumbas. Caminamos durante unos tres minutos, cuando Henry se detuvo, su mirada había quedado fija en una dirección específica. Miré hacia el mismo punto de él, chocando con el nombre de Sara en esa lápida. Y cuando reconocí su apellido, mis ojos se abrieron exageradamente, parpadeé leyéndolo de nuevo y recordando a quién le pertenecía.

—No quise creerlo, me esforcé para ignorarte como bien me habías dicho que hiciera. Pero tu apariencia no me deja hacerlo —comenzó a hablar Henry, lo miré, pero los ojos de él continuaban sobre la tumba de Sara—. Eres muy parecida a ella —sostuvo de nuevo, fue entonces cuando me miró, sus oscuros ojos turbados colisionaron con los míos— y ese hecho tiene una explicación, debe ser esta explicación porque no encuentro otra. No existe otra, tú eres mi hija —reveló de golpe.

—¿Qué? —solté inmediatamente, que él me lo afirmara así de la nada me resultaba terriblemente extraño.

—Eres una Grayson —afirmó serio. Mis ojos escrutaron su rostro en busca de algún signo de mentira, ¿mi padre? ¿En serio? No bajé la mirada, lo mantuve en su cara queriendo presenciar el momento exacto donde él se retractara burlándose de mí—. Y sé quién es tu madre.

—¿Es Sara? —me atreví a decir. Él regresó la vista a la tumba, endureciendo sus rasgos entristecidos.

—Ella tenía dieciocho años cuando la conocí, yo veintidós. Pasamos tan solo tres meses juntos porque ocurrió la tragedia que me la arrebató —nuevamente me miró—. Sara me dijo que provenía de una familia exiliada, ella era una a la que conocí cuando llegó a Milford en un tiempo admitido, porque los licántropos exiliados tienen una temporada donde son accedidos al mundo sobrenatural, admitidos para conocer el Lago de la Luna. Yo la reconocí, nos encontramos y claramente no la dejé marchar. Por tradición, yo debía inmediatamente asumir al trono licántropo, marcarla y así gobernar juntos. Pero ella no quiso, al menos no todavía porque se consideraba muy joven para el puesto. Entonces comenzamos a aplazar el esperado momento.

»No marcarla no significó no dejarnos llevar por el instinto animal que exigía una sola cosa, nos buscábamos y caíamos ante todo. Entonces ella tuvo un retraso, inmediatamente quise marcarla para fortalecer nuestra relación. Solo que ella me lo negó una vez más prometiendo que accedería a esa conexión cuando confirmara su sospecha. Y de pronto llegó ese día, en ese entonces los híbridos se encontraban en una estricta prueba de admisión, yo como el futuro alpha custodiaba junto a mi padre y otros soldados a los recientes convertidos que residían en Milford.

»Y de la nada todo se descontroló y ella apareció en el medio del caos en una sorpresa para darme la noticia. Como me vio en aprietos, no dudó en acercarse quedando a la vista de ellos, exponiéndose —pausó durante un momento, recuperó el aliento y prosiguió—. Y yo no pude protegerla, llegar a tiempo para impedir su muerte. Lo peor de todo fue lo último que sentí en ella... —pausó una vez más, la impotencia y tristeza que arrastraba su tono de voz me transmitía su dolor—... Lo último que sentí no fue el latido de su corazón, lo último que sentí en ella fue el pálpito que habitaba en su vientre. Cuando su pulso terminó, mi vida quedó arruinada.

ROSE |Híbridos Rebeldes II|✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora