Sin duda ésta era una de las mejores vistas que Tokio podría ofrecerme aún a través de los grandes ventanales de mi oficina. El hecho de que reinara la oscuridad y tranquilidad en el cielo y en la ciudad, exceptuando a la delgada luna y los tenues faroles de las calles, me hacía olvidar la ajetreada vida diurna llena de multitudes y tráfico que tanto odiaba. Miré mi reloj, ya pasaban de las nueve de la noche. El momento perfecto para dirigirme a mi departamento, sin el bullicio de toda la población trabajadora en las salidas del edificio quienes se habían retirado hace ya más de una hora. Implicaba menos tráfico también, por supuesto. Me giré hacia mi escritorio, dispuesto a tomar mi portafolio y mi saco, cuando el sonido del cerrojo me hizo voltear hacia la puerta de mi oficina. Fruncí levemente el ceño. Se supone que no hay nadie en el edificio...
- Sabía que te encontraría aún aquí, Sesshōmaru - Mi... Medio hermano asomó su estúpida cabeza. Aún tenía la mala costumbre de abrir sin tocar. - ¿Puedo pasar? - Lo miré fijamente por unos segundos. ¿Y ahora que necesitaría este inutil de mí? Asentí levemente aun con mi característico ceño fruncido. Aunque no me agradaba del todo hablar con Inuyasha, podría darle el beneficio de la duda. Me dejé caer en la silla detrás del gran escritorio, cruzando los brazos sobre mi torso y recargando mi cabeza en el respaldo. Lo miré, expentante.
Inuyasha entró, cerró la puerta y con paso indeciso se acercó al escritorio para después tomar asiento en uno de los sillones situados frente al mismo.
Mantenía la mirada en la alfombra con el ceño fruncido también, con una expresión que explícitamente decía que no quería estar ahí. Bien, yo tampoco.
- No me hagas perder el tiempo, habla - le informé con voz helada. Me fastidiaba su presencia, básicamente por ser el hijo de otra mujer, pero debía ser algo realmente interesante, ya que era la primera vez que veía a esta bestia en muchos años. Y también para que se decidiera verme. Siempre alegó que no necesitaba ayuda de nadie y menos de mí. Perfecto, al menos en eso estamos en mutuo acuerdo. El bastardo parecía buscar las palabras correctas con las que iniciar la conversación.
- Sesshōmaru... emm...ya sabes que llevo menos de un año al frente de la empresa de nuestro padre...
-Sí, y estás haciendo un pésimo trabajo, según tengo entendido- interrumpí alzando una ceja y una sonrisa burlona surcó mis labios. Tenía una idea de hacia dónde iba todo este asunto. - Al parecer, eres más inútil de lo que yo hubiera pensado. Lograste llevar al borde de la bancarrota a la empresa que tu padre mantuvo en auge por muchos años, incluso después de su muerte. Sin duda, no heredaste ni una pizca del ingenio de Tōga. - Inuyasha se removió en su asiento, desviando la mirada con recelo. Y mi sonrisa se amplió un poco más con malicia - Eres simplemente patético. - Dije con el suficiente aire de arrogancia que me caracterizaba.
Y en verdad era una desgracia. Al morir Myoga, el fiel socio de mi padre quien quedó a cargo después de que él muriera, yo debía ocupar el puesto, pero jamás me interesó vivir bajo la sombra de Toga, yo ya había forjado mi propio imperio y no estaba dispuesto a tomar las migajas que mi padre me había dejado. Ahora mi conglomerado, el Corporativo Dekiru, era la empresa de compraventa más grande de todo Japón. Tomar varios negocios a borde de la quiebra y venderlos en pedazos al mejor postor o en su caso, invertir y elevarlos al éxito, era sin duda lo mejor que sabía hacer. Y ahora, a sólo 8 años de haber fundado la empresa, era dueño de distintas tiendas departamentales, plazas comerciales, un hospital privado, una aerolínea, una compañía de artículos electrónicos, una cadena televisiva y múltiples cadenas de restaurantes. Había superado por mucho, a la simple empresa de equipos tecnológicos que mi abuelo había fundado y que Tōga había liderado en su tiempo. Y que ahora, este idiota se habia encargado de mandarla al caño en menos de un año. El que ésta bestia llevara la sangre Tsukinami era algo vergonzoso.
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Inevitablemente, tú
FanfictionUn accidente logra volver a poner en su camino a Sāto Rin, reviviendo aquella atracción que en un principio le impidió olvidarse de ella, olvidar aquella hermosa sonrisa... Pronto descubrirán que sus vidas están unidas por una fuerza mayor que la p...