31

93 16 4
                                    


• I V Y •

Revelar mi secreto a los elfos fue un acto complicado, pero no se comparaba con lo que sentí al confesarlo a mis amigos brujos.

Era como si por primera vez me hubiera liberado de un gran peso que estuve soportando contra mi espalda. Junto a ello, dejé ir el odio a mi misma y un montón de miedo.

Creo que lo que me motivó en ese momento fue la necesidad, ya que entendí que tenía una causa por la cual luchar y eso era más importante que mis miedos. Además, ¿qué sentido tiene la vida si no se toman riesgos de vez en cuando?

Aiden al escuchar mi secreto, no parpadeó. El blanco de sus ojos, se hizo más grande. Sus labios rosas se abrieron y su cuerpo se puso rígido. No lo culpaba, yo hubiera reaccionado igual en su lugar.

Luego estaban los elfos que no paraban de mirarse entre sí igual de sorprendidos, murmurando cosas con expresiones preocupadas.

—Entonces, estás diciendo que tus padres son... dioses —dijo Circe con un tono que me decía que estaba tratando de convencerse a sí misma.

—Así es —respondí con un suspiro— podrías llamarme 'heredera del cielo y las cenizas' si te sientes profunda.

Al parecer mi chiste no les hizo gracia a ninguno. Tan sólo se sorprendieron aún más y eso me hizo incomodar. Por primera vez me dieron ganas de no ser el centro de atención.

Con el único propósito de cambiar de tema, estuve a punto de señalar el hecho de que Ginger llevaba puesta una bata de baño y Theo parecía tan solo tener una toalla alrededor de su cintura, lo cual me hizo fruncir el ceño confundida.

¿Por qué llevaban tan poca ropa los dos?

La duda murió en mi cabeza, puesto que uno de los elfos habló llamando mi atención.

—Suplicamos su perdón divina Ivy, hemos sido crueles e insensatos con usted.

Se me ocurrieron miles de formas creativas en las cuales podía meter sus disculpas por donde mejor le ajustara.

No podía creer que hace tan solo unos segundos me trató como una cualquiera y ahora me respetaba. Como si por arte de magia ya no hubiera rastro de sangre mestiza en mis venas.

—Bohechío, eso fue patético. Haznos un favor a todos y cierra la boca —respondió por mí una voz femenina distante.

Por un segundo pensé que se trataba de una de las elfas pero ninguna de ellas parecía haber movido la boca, en lugar de eso, todos los sabios se pusieron todos rígidos.

—Déjenlos pasar —habló nuevamente la voz distante.

Los elfos guardias que hasta ahora tan solo habían procurado la entrada, abrieron una segunda puerta más pequeña al final del salón, invitándonos a pasar en su interior.

Fue tan solo necesario darle un vistazo rápido a Aiden para percatarme de que esto no se hacía en sus libros de elficos. Sea lo que sea que estaba del otro lado del pasillo, no era algo que se compartía en las páginas.

Al final nos encontramos con una sala que se antojaba acogedora y un tanto pretenciosa. Al igual que el resto del Palacio del Árbol, era de madera, decorada con cojines coloridos con aplicaciones en oro que estaban desperdigados por el suelo y en los cuales algunos elfos se sentaban. Además de los elfos, noté que habían unos guardias que eran árboles.

Árboles con vida.

Jamás había visto algo así, pero tan solo fue necesario ver a quien rodeaban esos guardias-árbol para entender su procedencia, y es que estaba allí sentada en su trono de madera Demi. Diosa de las plantas, la naturaleza y madre de todos los elfos.

Ylia II | Demonios y Brujas ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora