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Aiden.

Mis pensamientos últimamente se veían ocupados planes, encantamientos y alas, alas de plumaje negro que se batían a duelo contra la gravedad y se extendían con el viento, elevándose hasta que se perdían en lo infinito del cielo.

No me encontraba bien. Arlen también se dio cuenta.

Bajo el abierto cielo azul, la brisa tocaba delicadamente las velas blancas del barco. La madera cálida de por los rayos del sol, se sentía agradable contra mis pies descalzos.

El Leviathan se movía, Arlen disfrutaba la vista del océano y yo estaba sentado en una silla frente a la mestiza. Cómo había acordado con su sobrina la noche anterior, tenía ciertas preguntas que hacerle.

— Pues lo primero que quiero analizar es cómo se ven. — Empecé diciéndole serio.

— Cabello largo y oscuro, piel pálida. — Respondió ella automáticamente. — También son muy pequeños, aunque eso fue algo que gracias a la Diosa yo no heredé, pero me temo que Ivy no tuvo la misma suerte.

Lo último lo dijo entre risas, yo no estaba seguro si se debía al hecho de tener a Milo lamiendo entre sus dedos o a la corta estatura de la susodicha.

— ¿Tiene alguna importancia el cabello?

Ella se tardó unos segundos en responder, su sonrisa se tornó de pronto más perversa.

— Como te dije son pálidos, la sangre es tan clara y brillante que incluso puede verse en la más profunda oscuridad. Así que necesitamos ocultarnos tras largas cortinas de cabello oscuro para no ser vistas en la noche. — Abrió tanto la boca para sonreír que noté unos colmillos sutiles pero puntiagudos que no había visto antes. — Así es como casamos y luego succionamos la sangre de nuestras presas.

Podría jurar que cada fibra de mi ser se puso alerta ante tales palabras. Los demonios eran fieras cuya existencia aparente no tenía motivo alguno más que asesinar, casar y ser temidas.

Eran mis pesadillas y ahora estaba enfrentándome a ellas.

— Creo que tuve suficiente por hoy. — Dije por mi propio bien.

Algo peludo toqueteo mis pies y bajé la vista, me percaté de que Milo se había ocultado tras mis tobillos, bajo mi silla. Si, definitivamente la quimera tenía miedo.

Yo también.

Lo tomé entre brazos intentando calmarlo y Arlen se rió de ambos por eso.

— Yo no voy a ingerir tu sangre, si es lo que estás pensando. Solo consumo de animales pequeños. — Se encogió de hombros.

No le respondí, solo la miré receloso.

Ella dejó salir un largo suspiro.

— Ivy detesta la sangre. — Añadió. Yo intenté ignorarla. — Dice que el sabor le es muy amargo, como el vino.

Yo reí un poquito. Efectivamente, Ivy prefería un trago a ron barato y de mal gusto a una botella del mejor de los vinos si se le fuera ofrecido. Yo mismo había comprobado eso durante su estadía en el palacio, cuando las cosas eran más fáciles, o por lo menos eso creía yo.

— Ya es tarde, debería revisar si Ivy no se ha ahogado. — Dijo Arlen mientras estiraba sus largos brazos blancos y disponía a marcharse. — O mejor dicho, debo verificar que aún no ha matado a Aren.

Yo me quedé ahí, sentado en mi silla con una quimera en una mano y mis apuntes en otra. Revisé lo que había escrito: Pequeños, letales y depredadores en la oscuridad.

Ylia II | Demonios y Brujas ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora