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• A I D E N •

Cuando Ivy terminó de contar su historia, el fuego seguía ardiendo frente a nosotros. Las llamas pintaban de anaranjado los planos de su rostro y el pelaje de Milo que se había hecho una bola y decidió descansar en su regazo mientras ella narraba lo sucedido.

Circe, Ginger y Rosie habían abierto los ojos en sorpresa y emitieron algunos jadeos ahogados en ciertas partes del relato. Mis amigos por otro lado, no supieron controlarse ya que eran un mar de lágrimas, conmovidos por la forma en la que Coryanne arriesgó todo para que ellas salieran con vida y llegarán a nuestro mundo en búsqueda de ayuda para los suyos.

Coryanne... la diosa de los demonios que últimamente tenía más protagonismo de lo que imaginaba.

Pensé en Lauren, quien se había ido hace rato con la excusa de que iba a dormir. Ella tenía tanto mérito como Ivy o Coryanne, ya que fue valiente y siempre puso sus ideales por encima de todo. Me prometí a mi mismo que mañana a primera hora del día, le agradecería por todo eso. Sin ella no quería ni imaginar qué sería de Ivy en estos momentos.

—Entonces tus amigas arcángeles... no pudiste despedirte de ellas —señaló Ginger con delicadeza.

Pensé que era una pregunta un poco arriesgada de hacer, pero Ivy tan solo sonrió con pesadez y miró al cielo por un segundo antes de responder:

—Cuando Lauren y yo logramos establecernos en el aquelarre de Pineville descubrimos que de alguna forma, habían pasado doscientos años desde la guerra. Ya los libros de historia estaban escritos y en todos ellos los arcángeles eran una raza extinta de guerreros que perdieron la batalla —Dejó salir un suspiro pesado antes de continuar—: Descubrí también que el cielo fue salpicado por miles de estrellas nuevas, todas las historias de los caídos... y entre todas esos destellos, mis amigas en la constelación Argo Navis.

— ¿Podrías enseñarnos a ubicarla? —cuestionó Rosie—. Así todos sabremos donde están tus amigas y quien sabe, podríamos contar su historia a nuestros hijos en el futuro.

Moll miró a su novia con ojos brillantes, como si fuera lo más tierno que había escuchado en toda su vida.

Ivy asintió, y señalando al cielo estrellado. Nos indicó cómo ubicar la brillante constelación compuesta de tres estrellas en perfecta alineación, junto a ellas había una cuarta estrella de menor intensidad que se lucía fuera de lugar.

— No entiendo —habló Circe al percatarse al mismo tiempo que yo—. Si tus amigas eran tres, ¿por qué hay una cuarta estrella más pequeña al lado?

— Porque la pequeña, es la estrella que le creé a Aurora —soltó un tanto cohibida.

Ella era increíble.

Cada palabra, cada acción y cada error que ella cometía, me hacían admirarla más; era la forma en que sus objetivos y el amor por la justicia e igualdad se convertían en su norte, su lealtad inflexible hacia sus seres queridos en vida o muerte y la bella visión que tenía de un mundo libre no sólo para ella, sino para todos aquellos mestizos que vinieran en el futuro. Ella era eso, una mezcla complicada y hermosa de todo eso.

Aunque tuve el deseo de cargarla y alejarme con ella tras un árbol para decirle en privado todas esas palabras a la vez que marcaba todo su cuerpo con besos, decidí contenerme y en lugar de eso enviar a todos a dormir. A fin de cuentas, era bastante tarde y la voz de Ivy ya estaba empezando a sonar ronca, eso sin mencionar la caminata que nos esperaba mañana.

Así que con cuidado de no hacer mucho ruido para no despertar a Lauren, abrimos nuestros sacos de lana para dormir y los ubicamos alrededor de la fogata.

Ylia II | Demonios y Brujas ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora