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Aiden

En la mañana, lo primero que percibí fueron unas patitas peludas que se apoyaban contra mis párpados cerrados.

Milo, quien había logrado despertarme como todos los días en sus intentos de ocupar toda mi almohada para sí solo. Como si la camita improvisada que le armé con unas gruesas sábanas no fuera suficiente.

Rendido, como todos los días, me senté en la camilla con cuidado de que el chillar de los resortes oxidados no despertara a mi compañero de camarote: Esdras. Este dormía en una camilla continua a la mía, dándome la espalda y sumido en un profundo sueño que yo envidiaba.

No tenía mucho que hacer en estos días, solo me quedaba esperar dos horas más para ir con Arlen a retomar mis apuntes sobre los demonios y así de una vez por todas, tratar de resolver todo este rompecabezas y poder ir a casa por fin.

A las afueras de la habitación se podían escuchar las olas chocar contra la madera de la nave. La luz matutina se colaba por una pequeña ventana junto a mí, iluminando de dorado el escritorio que dividía mi camilla de la de Esdras. Y como una señal de Izar, el dios responsable del sol, la luna y las estrellas; la luz filtrada apuntaba directo a la corona de mi madre, la misma que robamos porque pensamos que era el génesis de nuestros problemas, por contener la dichosa piedra de Hécate en el centro. Pero a pesar de que la pieza lucía particularmente hermosa, lo que me llamó más la atención fue el libro negro que tenía debajo.

Cantos para Coryanne.

El volumen, era un compendio de relatos que giraban entorno a la deidad de la oscuridad, que hablaba sobre los secretos de los demonios y exaltaba a la dama de la noche. Aunque fue un regalo de hace meses por mi cumpleaños, aun no tenía las agallas de leerlo, temía que al hojear esas páginas pudiera darme cuenta de algo que me hiciera asustar aun más.

Pero a este punto, ¿tenía otra opción?

Así que tome el grueso tomo entre mis manos. Me senté en la camilla compartiendo el calor con Milo y me dispuse a leer.

• ✧ •

— Vaya, alguien se despertó bastante temprano hoy. — Dijo Arlen sonriente mientras se acercaba a mí.

Cuando terminé de leer un capítulo que captó de forma especial mi atención, supe que debía hablar con la mestiza cuanto antes. Por lo que no me molesté siquiera en cambiar mis prendas de dormir, y decidí correr hacia la cubierta para esperarla hasta que ella hiciera acto de presencia.

Como todos los días, el pequeño Milo corrió tras ella para saludarla. Se escuchó el ronroneo cuando Arlen con sus finos dedos rascó la parte trasera de su cabeza.

— Coryanne simpatizaba con los mestizos. — Solté de golpe.

Su mano se paralizó, Milo se quejó ante la ausencia de sus caricias.

Arlen dirigió sus grandes ojos hacia mí y noté que se habían ensombrecido. Lucía petrificada, sus labios entreabiertos por la sorpresa.

Esa reacción fue suficiente para darme cuenta de que todo lo que acababa de leer era verdad.

— Tú, ¿cómo? — Cuestionó a tropezones.

— Tengo un libro élfico, no lo había leído hasta hoy.

Ella parpadeó.

Dejó caer su delgado cuerpo en una silla mientras miraba al horizonte. Esto era algo nuevo, jamás la había visto tan ajena a sí misma. Ya me había acostumbrado a su sonrisa maquiavélica, a sus historias de cómo había utilizado sus filosos colmillos para acabar con depredadores salvajes y a la forma sutil en que relamía sus labios al relatar escenas donde la sangre se derramaba de su boca. Esa demonio, que había logrado helarme la sangre y lo disfrutaba, no era ni de cerca esta Arlen indefensa que tenía frente a mis ojos.

Ylia II | Demonios y Brujas ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora