Un silencio sepulcral, tres chicos sentados cada uno concentrado en diferentes pensamientos mientras escuchaban el leve sonido de los objetos moviéndose en la habitación. Llevaban cinco horas en esas sillas y no tenían intención alguna de irse hasta saber el estado de Richard.
Joel simplemente pensaba en cómo diablos devolver el golpe, Saúl en lo que haría si Richard moría y Johann en Yoandri.
De pronto, el sonido de una puerta abriéndose interrumpió los pensamientos y la tensión. Los tres chicos se levantaron del asiento poniendo su atención en el boricua que salió con unos guantes llenos de sangre y quitándose la mascarilla soltando un suspiro pesado.
—Está fuera de peligro pero débil.— casi de inmediato se escuchó los suspiros de alivios saliendo de las bocas de los tres chicos.
—Ahora que sabemos que Richard está bien, hay que pensar en cómo sacar a Yoandri.— dijo Johann viendo al moreno en la camilla, conectado.
—¿Cuál es el plan, Joel?— preguntó Zabdiel quitándose el material médico.
—Primero quiero el nombre de la persona a cargo del operativo— dijo mirando a Zabdiel, quien asintió al momento. —Averigua todo, absolutamente todo sobre su vida, hasta el nombre del doctor que atendió a su madre cuándo nació.—
—Muy bien, Joel.— giró hacia el moreno. —Richard necesita cuidados, está débil y tardará semanas en recuperarse.— informó.
Todos giraron hacia Saúl.
—Vale, lo cuido yo.— dijo entrando a la habitación y sentándose en el sofá frente a su camilla.
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Sentado con esposas en la mano y teniendo como única iluminación la tenue luz del la instalación eléctrica, un pelinegro no deja de mover su pierna nerviosamente pensando en lo último que vio antes de ser abatido: a Richard en un charco de sangre y a Zabdiel intentando llegar a él.
La puerta se abre dejando a su vista a dos personas: Colón y Ramírez.
—Viernes 23 de marzo del 2020, a las 19:00 se abre el interrogatorio de Yoandri Cabrera, miembro de la banda más buscada por la nación europea.— habló Ramírez mientras se colocaba frente al chico.
Erito tomó el asiento a su izquierda sin despegar su vista de él, estaba con la mejilla derecha algo inflamada y un ligero hilo de sangre saliendo de su nariz.
—Dejadme adivinar...— habló limpiando el rastro de sangre de su nariz. —me vais a decir mis crímenes y los años que me la pasaré en la cárcel, pero que se podrán negociar si delato a mis amigos.— finalizó sonriente. Pero su sonrisa no era sincera, era de burla.
—Vosotros no sois amigos.— le dijo la mujer.
—Tiene razón, inspectora...— concordó. —pero vuestros hombres ocasionaron que uno de ellos quedase en el suelo ensangrentado y eso no me gustó, nada amable de tu parte, inspector.— vaciló
—El chico disparó primero y le voló la cabeza a un policía.— recordó Erito, quién no había hablado hasta ahora y se arremangaba las mangas de su camisa, pasándole las fotografías del cadaver con la cabeza destrozada. —Seis veces...—
—Después Pimentel y García mataron a otros ocho policías y dejaron en terapia intensiva a cuatro.— continuó Ramírez con un tono de voz más duro.
Yoandri notó eso y se giró hacia ella.
—Vaya, creo que eso no le gustó mucho, inspectora... ¿alguna perdida de un colega querido?— preguntó fingiendo una voz preocupante para después soltar una risa.
La inspectora agarró más fuerte los papeles que tenía en sus manos, mirándolo fríamente mientras Yoandri disfrutaba de esa reacción.
—Cabrera, no estás en condición de tocarnos los huevos. Te enfrentas a cuatro cadenas perpetuas.— intervino Erito colocando una mano en el hombro de Ramírez para intentar calmarla.
—No pienso negociar, no hay juez que pueda hacer la vista gorda a los delitos que hemos cometido. No soy idiota, cómo "mínima condena" recibiría 100 años en la cárcel.— se inclinó hacia ellos. —Y yo no soy un chivato traidor.— chasqueo la lengua.
—Muy bien, no quieres colaborar.— Ramírez se levantó, caminado hacia la puerta y azotándola detrás de ella.
Erito suspiró pesado y recogiendo los papeles ante la atenta mirada de Yoandri, se levantó y caminó hacia la salida con la intención de salir, pero esa acción fue interrumpida por las palabras del pelinegro.
—¿Sabes que tenemos al mejor informático de Europa en nuestro bando? Es un hacha, el tío averigua todo de quién sea y mientras intentáis sacarme información, él estará averiguando hasta los calzoncillos que usas los jueves.—
Erito se giró a verlo un tanto curioso.
—No me digas...— se acercó a él. —¿y qué hace, hackear Facebook?— preguntó con mofa.
Yoandri soltó una leve risa.
—Todos tenemos un talón de Aquiles, inspector...— lo miró de arriba a abajo. —me preguntó si Joel tendrá planeado entrar a su casa y degollar a su mujer así porque sí...—
Erito no cambió su expresión, pero deseaba saltarle encima a golpes.
—Tiene un anillo precioso y he de suponer que el nombre que tiene tatuado en el antebrazo es de su hijo...— hizo un mueca simulando pensar. —¿"Erin"?— notó cómo una gota de sudor bajaba por la frente del inspector. —¡"Erick"!— exclamó sonriendo. —¿Cuántos años tiene el nene y cuántos segundos te crees que le tome a Joel romperle el cuello?—
No recibió respuesta, Erito salió de ahí sin emitir respuesta alguna, una vez fuera sentía que la respiración le empezaba a faltar, ¿era idea suya o la temperatura bajó? Y otra cosa más... ¿por qué la estación de policía empezaba a dar vueltas?
—Erito, lo he escuchado...— se acercó rápidamente Ramírez. —No te dejes manipular, Erick está con Christopher seguro en su casa. Y Dayse no es una mujer tonta ni débil. Tranquilo.— dijo regalándole una sonrisa amistosa.
Él solo asintió.
—Lo sé, pero Erick y Christopher son dos niños ingenuos, María — dijo mirándola por fin y ella pudo ver en sus ojos un miedo que nunca había visto en él.
—Ambos son demasiado buenos y no conocen la maldad.—Rápidamente Erito sacó su móvil con intención de llamar a su mujer e hijo.
—Dayse está de charla con sus amigas del club de jardinería...— María sonrió.
—¿Ves? No les pasará nada.—
Erito rápidamente llamó a Erick, pero no recibió respuesta. Eso lo alteró.
—No contesta.— dijo después de intentarlo 10 veces.
—¿Por qué no me contesta, María?——Pues estará dormido, habrá dejado el móvil en silencio o no sé, es un adolescente, Erito.— él solo la miró si despegar el móvil de su oreja. —Prueba con Christopher, hijo.— sugirió.
Lo hizo y tampoco tuvo respuesta. No tenía buena pinta.
—Necesito ir a casa.— habló algo alterado.
—Yo conduzco, no estás en buena condición mental.— dijo María cogiendo las llaves del coche.
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—¡Erick!— gritó Erito apenas abrió la puerta de la casa. —¡Erick, Christopher!— gritó más alterado.
La casa está vacía y muy tranquila. María entró poco después y se acercó a Erito.
—Erito, no hay nadie.— dijo en un susurro.
Solo escuchaba cómo el inspector mascullaba más de un "No". Estaba bloqueado, ni su hijo, ni su ahijado estaban. No estaban.