—Así que les dije que si se callaban y dejaban de llorar iba atraer a los dos.— explicó cómo si fuese lo más obvio del mundo un tranquilo castaño ante la atenta mirada de los cinco chicos.
Saúl escuchaba su explicación desde el suelo sentado en cruces y apoyando su cabeza en sus manos que estaban sobre sus piernas, Richard desde la cama con el entrecejo arrugado, Zabdiel rodando los ojos soltando un largo suspiro sentado a un lado de Johann y Joel recargado en el marco de la puerta sin expresión alguna.
—¿Dónde están?— Richard fue el primero en hablar después de un rato.
—En el coche, vigilados por los guardias de la entrada. Aunque no creo que se muevan.—
—Johann, el plan era solo el hijo de Colón, ¿qué haremos con el otro?— preguntó Saúl. —No podemos matarlo porque entonces sí, podemos dar por muerto a Yoandri.—
—Miradlo por el lado positivo.—
—¿Hay un lado positivo en tu cagada?— preguntó Zabdiel.
—Pues según yo sí, tenemos a los hijos de los jefes de la policía y la Marina, eso es el doble de ventaja para nosotros.— alzó sus hombros.
Joel respiró profundo antes de dirigirse a ellos.
—También el doble de riesgo para Yoandri.— habló el rizado por primera vez en un largo tiempo meditando la situación. —Bien, hora de jugar.— dijo saliendo de la habitación.
—Chris, esto no me gusta.— susurró Erick hacia su amigo quien solo lo tomó de la mano, pues sentía que si hablaba lloraba. —¿Chris?—
El sonido de la puerta abriéndose los exaltó haciendo que el mayor de los dos, abrazase al menor de forma protectora.
Frente a ellos estaban cuatro chicos, los dos que los habían traído y otros dos que no reconocían. Uno de cabellos pelirrojos con algunas mechas doradas, pecas, una tez muy pálida, ojos azules claros, tan claros que casi parecía que no tenía pupila, mandíbula cuadrada, labios finos y un cuerpo de tamaño medio.
El otro tenía la tez morena, casi dorada, un bronceado perfecto; su cabello negro y rizado hacía juego con sus facciones masculinas y finas a la vez, con un color de ojos marrón y unos pestañas jodidamente hermosas. Sus labios de tamaño perfecto, ni muy carnosos ni muy finos. Perfectos. Era el jodido Adonis.
—¡Pero que tiernos!— dijo el pelirrojo al verlos.
—¿Podemos quedárnoslos para siempre, Joel?— preguntó girándose hacia el rizado quien no dejaba de ver al pequeño que el más mayor tenía en sus brazos, como si de un depredador cazando a su presa se tratase.—Cállate, Saúl.— respondió quien ellos reconocían cómo Zabdiel.
Christopher no tenía planeado soltar a Erick, a quién agarraba cómo si de esa forma nada malo le pasará. El ojiverde agradecía que así fuera y ni siquiera le importaba que Christopher le estuviese clavando las uñas en la piel. Pues ambos estaban petrificados.
—Sacadlos.— habló Joel dándose la vuelta siendo seguido por los otros tres.
Entonces aparecieron otros dos hombres en traje que no tuvieron problemas en llevarlos fuera del coche. Pues ninguno puso resistencia.
Erito les había hablado muchas veces de esto, sabían que pataleando y gritando a esas alturas no iban a conseguir nada, estaban lejos y todas las personas en ese lugar no los iban a ayudar.
Respiró profundo y examinó su alrededor, esa casa era un jodido palacio, por un momento pasó por su mente una de esas escenas de las series de narcos en las que hacían fiestas lujosas en lugares así.
Árboles a las afueras y un gran muro de concreto decorado con ladrillos que le ponía fin al enorme jardín.Mínimo 3 hombres por metro vigilando, todos con armas y entonces entraron a la gran casa.
No se dio cuenta de cuándo fue que se detuvieron, pero cuando fue consciente sin dudar buscó a Christopher con la mirada. Estaba a su lado con su rostro totalmente serio, y ese brillo que tenía en los ojos casi parecía no estar.Christopher no miró a los alrededores, él se dedicó a examinar a los sujetos: no los iban a matar, aún, porque eran necesarios... bueno, Erick lo era.
Un jadeo de sorpresa a su izquierda lo trajo a la realidad, Erick se había agarrado más a él clavando sus uñas en su brazo. Miró al menor pero la mirada de este estaba abajo con una expresión de horror, cuando él bajó su mirada pudo ver a chicas y chicos en ropa interior y aparentemente drogados en el suelo intentado coger a alguno de los cuatro chicos que estaban al frente y que no hacían caso alguno a las manos que los intentaban atrapar. Subieron escaleras, no sabría decir cuántas y algunas veces sus fosas nasales eran invadidas por un fuerte olor a marihuana, quería vomitar.
—Muy bien, princesa.— habló Joel dirigiéndose a Erick, quien retrocedió algo intimidado. —Esta es su habitación.— le señaló la habitación a su izquierda.
Erick no soltó a Christopher, al contrario, se aferró más a él. Joel arqueó una ceja sin dejar de verlo a los ojos.
—¿Vas a entrar o quieres una carta de invitación?— preguntó al ver que el ojiverde no movió un músculo.
—¿No estaremos juntos?— preguntó en un leve susurro casi imperceptible para algunos ahí presentes. Menos para Joel.
—De él se encargará Zabdiel.— señaló al boricua. Erick lo miró horrorizado. —Tranquilo, no vamos a lastimarlo. A ninguno.— aclaró.
Zabdiel se acercó y tomó del brazo a Christopher separándolo de Erick. Christopher solo asintió viendo a Erick, quien entró casi corriendo a la habitación después de abrazarlo.
Un hombre con un traje parecido al de los hombres de la entrada llegó a ellos de forma inmediata.
—Señor, la policía ha interceptado a uno de nuestros camiones con la mercancía.— Joel lo miró sin expresión.
—¿Es tan complicado para 10 hombres custodiar un camión?—preguntó Johann.
—Fue una emboscada, uno de los nuestros nos traicionó.— y al no tener respuesta volvió a hablar. —Ya nos encargamos de él.—
—¿Quién estuvo al mando del operativo?— preguntó Joel teniendo en su mente una obvia respuesta.
—El inspector Colón, según tengo entendido.—
—Muy bien, Zabdiel te vienes conmigo. Nosotros custodiaremos el siguiente.—
Christopher no emitió palabra, demasiado para procesar y fue ahí cuando Joel volvió a notar su presencia.
—Johann, quédate y administra la mercancía. Saúl, llévate al niño al otro piso. Zabdiel, mueve el culo.—
El boricua lo siguió sin emitir palabra, no tenía un buen presentimiento.
ᠻꪖꪀ𝓽ꪖ𝘴ꪑꪖ𝘴
Cientos y cientos de papeles sobre anteriores crímenes de aquella banda y ninguno, podía ayudarle siquiera a tener una idea de dónde comenzar a buscarlos.
Eran las 03:45 de la mañana para ser exactos, apenas llegó a casa se encerró en su despacho y solo había salido para administrar tranquilizantes y pastillas para dormir a su esposa, quien solo lloraba desconsolada.
De pronto, el silencio en su despacho fue interrumpido por su teléfono.
—Colón.— contestó con una voz cansada.
—"Señor, Ortiz y Espinosa han cogido a uno de la banda en un trueque."—
Erito se levantó de inmediato.
—¿A quién?—
—"De Jesús y sabemos que Pimentel está por la zona."—
—Voy.— dicho esto colgó.