Habían pasado tres semanas desde lo ocurrido, Daisy no hacía más que llorar y abrazar la ropa de su hijo mientras se acurrucaba en la cama dentro del cuarto de Erick.
Su hijo era aficionado a las fotos, tomaba muchas y las ponía en su cuarto, la mayoría eran de él y Christopher.Erito por otra parte, no salía de su despacho revisando una y otra vez la información recolectada buscando un indicio, una pista que le llevase a su hijo. Ninguno de los dos había comido bien durante ese tiempo, las ojeras, el cansancio y el desespero empezaban a consumirlo. Tenía que encontrarlos.
Tenía que hacerlo.
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Zabdiel se encontraba de brazos cruzados, apoyado de espalda al escritorio, examinando a los tres hombres frente a él con una compostura seria.
—He de admitir que estoy sorprendido— soltó el más mayor después de unos segundos. —Ya no sois los críos que se asustaban incluso de tener una pistola cerca.—
Zabdiel ignoró el comentario de aquel hombre y miró a los otros dos, los hijos de Sergio.
En ese momento la puerta del despacho se abrió, dejando ver a Joel y Richard con el mismo rigor que el puertorriqueño.—En vez de ponerte melancólico, cuéntanos ¿por qué coño estás aquí?— preguntó Zabdiel.
Él los observó a cada uno de ellos hasta terminar en Joel, quien se abotonaba las mangas mirándolo.
—Ha llegado a mis oídos que tenéis a dos jovencitos.—
Richard lo miró con repugnancia, Sergio llevaba un traje elegante de corte inglés al igual que él: serio y tradicional dentro de lo que cabe en ese mundo.
Ese traje le ayudaba a camuflar el abdomen que sobresalía de su chaleco y camisa; su barba de candado y bastón con una hendidura de serpiente hecha de oro y diamantes rojos como los ojos en la parte de arriba y los muchos anillos de los mismos materiales que el bastón.—¿Desde cuándo te ha importado a quiénes tenemos o dejamos de tener?— habló esta vez Richard.
—Desde nunca, pero estoy interesado en uno de esos chiquillos. Estoy dispuesto a pagaros la cantidad que pidáis por él, sin límite.—
Joel quitó su mirada de Sergio para dirigirla a los dos jóvenes que lo acompañaban: Jacobo y Ramiro. Estos se lanzaban miradas con una sonrisa, esa familia nunca le cayó bien.
—¿Nombre?— dijo después de un rato.
Sergio sonrió mostrando sus dientes, la mitad de ellos eran implantes de oro y diamantes.
—Christopher Vélez.— soltó.
Joel disimuló su sorpresa, pues esperaba que dijese el nombre de Erick, por lo que relajó su cuerpo un poco; Zabdiel por el contrario tensó su postura al escuchar el nombre, Richard fue el único en notar el cambio en él, su mandíbula parecía salir de su lugar y podía verse en sus ojos como la llama del infierno crecía dentro de él.
—¿Qué interés puede tener un tipo como tú en un chaval cómo él, Sergio?—
El hombre recorrió su mirada por el sitio mientras alzaba sus hombros.
El lugar tenía unos ventanales enormes cubiertos por cortinas de terciopelo rojas con unos listones dorados que los recogían, la mesa tenía muchos libros y bolígrafos con una caja de cigarros 𝘊𝘰𝘩𝘪𝘣𝘢 y al lado una caja de 𝘔𝘰𝘯𝘵𝘦𝘤𝘳𝘪𝘴𝘵𝘰, a la esquina del escritorio, un 𝘔𝘢𝘤𝘢𝘭𝘭𝘢𝘯 de 12 años, el rizado tenía un buen gusto, no lo podía negar. No había un solo cuadro en toda la habitación y las puertas eran blancas con manijas doradas y las paredes estaban decoradas por un tapé negro con figuras doradas en él.—He de reservar eso para mí, tú solo di una cifra y dame al niño.—
Joel lo miró desafiante y con burla, Richard y Zabdiel se limitaban a estar en silencio y de vez en cuando, Richard miraba a Zabdiel, quien se veía cada vez más rígido.
—No te voy a dar al chico, no está la venta y si así fuera, tú serías la última bestia a quién se lo daría.— habló finalmente.
Richard pudo percibir cierto alivio en la cara de Zabdiel al oír esas palabras, lo que lo confundió más.
—Por favor Pimentel— habló Jacobo riendo. —nunca te ha importado los chicos que entran o salen de aquí y no sería la primera vez que nos vendes a uno.—
—Me importa una mierda lo que hacéis con la mercancía siempre y cuando yo decida que están en demanda.— espetó. —Puedo venderos a cualquier otro, me ha llegado nueva mercadería, pero ni Christopher ni Erick están a la venta.— manifestó dándose media vuelta.
Sergio gruñó con desaprobación y molestia.
—Estoy intentando hacerlo por las buenas, Joel.—
Este ya no le respondió, pues ya había salido del despacho sin ganas de discutir con aquellos hombres.
Fueron Zabdiel y Richard quienes se encargaron de despedirlos.—Ha dicho que no, Rojas.— recalcó Richard poniéndose entre ellos y la puerta.
—No tenéis nada más que hacer aquí— argumentó Zabdiel colocándose a un lado de Richard. —perdeos.—
El hombre manifestó molestia pero salió del lugar sin más, seguido de sus hijos.
Luego de unos minutos en silencio, Richard decidió ponerle fin a su confusión.
—Nunca se te dio bien contenerte y la verdad es que esa familia me provoca arcadas.— comenzó. —Pero tengo que confesar que nunca antes te habías puesto así cuando se trata de vender a personas.—
Zabdiel lo miró sin expresión alguna.
—No me gusta.— aclaró de una vez.
—Yo no he dicho nada parecido.— contestó con una sonrisa burlona.
—No, pero lo ibas a insinuar, es por ahorrar tiempo.—
Richard rió colocando su mano libre en señal de paz negando un par de veces con la cabeza.
—Solo tengo curiosidad, Zab.. ¿es bonito?— preguntó con picardía y moviendo las cejas repetidas veces.
El puertorriqueño lo miró y bufó saliendo de la habitación mientras negaba.
Por otra parte el dominicano tenía curiosidad por saber qué había en ese niño para despertar esa ferocidad protectora en Zabdiel.Lo iba a conocer.