—No lo hago por crueldad, niños.—
Zabdiel podía escuchar esas palabras como eco en su cabeza.
—Lo hago por vosotros.— dijo aquel hombre mientras daba una calada.
Joel fue hacia la esquina en la que estaba Zabdiel llorando y apretando su mano con fuerza. El pequeño rizado intentó hacer que la sangre parara mientras todo en él temblaba.
Un golpe lo trajo a la realidad.
Erito chocó su puño contra su cara una vez más, estaba fuera de sí.
—Erito para...— le pidió Leonardo pero este no cedió y volvió a golpear. —¡Que pares joder!— gritó sosteniendo su mano y alejándolo del boricua.
—Si os hago esto niños,— habló aquel hombre en traje con la voz algo ronca. —es porque necesito que seáis capaces de controlar el dolor.—
Ambos niños miraron sus manos lastimadas por la herida de bala.
—El dolor puede presentarse en muchas formas, chicos.—
Sí, por muy irracional que parecía, Zabdiel agradecía al viejo Bruno Pimentel por aquellas horas de tortura que ahora veía cómo clases, un tanto extravagante para algunos... pero en ese tipo de vida en la que se encontraban, imprescindible.
—Puede ser agudo o sordo. Puede ser intermitente o constante. Podréis sentir dolor en algún lugar específico del cuerpo o podría ser generalizado.— explicó Bruno viendo a los niños temblorosos y asustados. —No importa cómo venga o de qué forma se os presente. Recordad que el cerebro siempre es más fuerte. Controlad el cerebro, niños y controlaréis el cuerpo.—
Ahora cuestionaba alguna de sus decisiones estando ahí de rodillas ante la CÍA europea, el teniente coronel de la Marina y el comandante/inspector Colón.
Apenas podía ver con su ojo izquierdo debido a los golpes.—Inspector.— llamó Johann. —Dudo mucho que esto esté permitido.—
Erito miró a los cinco hombres que se encontraban frente a él arrodillados, esposados y malheridos. Habían conseguido capturar a la banda más perseguida y buscada de Europa... pero hacía falta el líder, la cabeza más deseada en toda la historia de Europa.
—¿Dónde cojones está Pimentel?— preguntó Erito.
Al ver que ninguno manifestó respuesta, se acercó a Richard y tiró con gran fuerza de la parte trasera de su cabello.
—No lo preguntaré dos veces, chico.—
El dominicano rió amargamente.
—Creí que su objetivo era que las ovejitas estuvieran sanas y salvas.— vaciló. —Ya vio, coronel. No les hemos tocado un solo pelo a ninguno.—
Que se mofaran solo hizo crecer la rabia en él.
—No sabemos dónde está Pimentel, Erito.— habló esta vez Samuel. —¿Por qué no nos ahorramos todo esto y nos lleváis mejor ante el fiscal?—
Erito hizo una seña a sus hombres para que los levanten y se dirigió a uno de los coches.
—¡Esta vez no podrás escaparte, De Jesús!— advirtió entrando a su coche.
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—¡Joel!— escuchó una voz a lo lejos mientras se escuchaban los cartuchos vaciándose.
Pudo divisar a Erick abrazando sus piernas con una mirada de confusión y miedo, intentó acercase a él pero un brazo tiró del rizado.