—¿Qué clase de idiotas tenéis aquí que no pudieron controlar a unos delincuentes, joder?— gritó Erito a los subordinados de la prisión, quienes escuchaban en silencio los gritos desenfrenados del inspector.
Su mañana había comenzado relativamente normal, hasta que una llamada informándole de las novedades en el cárcel había jodido por completo no solo su día, si no su vida entera.
Estaban a una sola persona de capturar a la banda narcotraficante más peligrosa de toda la historia de Europa y ahora, todos los miembros volvían a estar fuera.Se habían burlado de toda la policía de Europa, Joel Pimentel había sacado a todos y cada uno de ellos a plena luz del día y en las mismas narices de quienes se supone, custodiaban.
Arrugaba la nota entre sus manos que decía "Hora de jugar al gato y el ratón, Inspector." mientras la sangre de sus venas se convertían en fuego puro.Cuatro años más tarde en el tiempo desde aquel secuestro y las cosas habían vuelto a la normalidad dentro de lo que cabe, la banda de Joel había desaparecido de todo rastro policial y no habían vuelto a dar señales de existencia. Casi podrían volverse fantasmas en la mente del ojiverde, en especial aquel rizado de ojos marrones penetrantes y vacíos.
Más sin embargo, Erick solía vivir con la sensación de ser vigilado durante las últimas semanas y casi podría jurar que había ocasiones en las que juraría haber visto a alguien entre las sombras, acechándolo.—Erick.— escuchó como lo llamaban mientras chasqueaban unos dedos frente a su cara. —Tenemos que volver a clases.— le recordó Christopher.
Erick se levantó rápidamente y caminó junto al rubio a la salida de la cafetería, pero se detuvo girando instintivamente sobre su hombro.
—¿Qué pasa?— preguntó Christopher volviendo unos cuantos pasos. —¿Te sientes bien, Er?—
—Sí, estoy algo despistado.— se excusó recobrando el camino a las clases.
Ambos regresaron a su horario mientras a las afueras de aquella universidad, un grisáceo McLaren con vidrios polarizados se encontraba pendiente a los movimientos de esos dos estudiantes, pero más en especial, de aquel moreno de ojos verdes.
•ᠻꪖꪀ𝓽ꪖ𝘴ꪑꪖ𝘴•
—Otra vez tarde.— mencionó un hombre bastante molesto.
Christopher sonrió nerviosamente mientras Erick batallaba para entrar mientras se colocaba el uniforme.
—Perdona, Gian, es que tuvimos un...—
—¡Chissenefrega!— gritó el italiano con clara irritación. —Este es un bar lujoso, muchos políticos y persone importanti vienen aquí. Pierdo mucho dinero por cada minuto que no estáis a tiempo.— les reprendió.
Los dos asintieron asegurando que no volvería a pasar y después de que el italiano les amenazó con despedirlos, les ordenó que fueran a trabajar y que les descontaría el tiempo que no llegaron.
Christopher se dirigió a la barra mientras que Erick se preparaba para servir las bebidas ya encargadas a las mesas correspondientes.
Acquarello es un bar italiano ubicado en una de las zonas más prestigiosas de Roma frecuentado por las personalidades más influyentes e importantes en la economía europea que ofrecía espectáculos y servicios exclusivos de los camareros, los comensales podía disponer de un trabajador en específico si reservaban sus servicios con anterioridad.
Eran muchas horas al día pero a decir verdad, el sueldo les era más que suficiente para pagar la renta, sus prácticas y vivir sin pasar penurias.
Los clientes daban propinas más que bondadosas y aunque una vez pasados de copas uno que otro abusaba de confianza e intentaba tener un contacto físico con los trabajadores, se podría decir que el trabajo no era muy pesado.