—Han atacado a las patrullas que estaban de guardia en la ciudad, señor.— informó el policía. —Solo hay un sobreviviente.—

Erito le dio una última calada al cigarro que tenía entre sus manos antes de apagarlo y soltar el humo.

—Lo dejaron vivo para informarnos de que seguirán atacando y que no pararán hasta que Cabrera esté libre.—

El inspector rió sin gracia alguna. Entonces otro policía llegó rápidamente con un semblante preocupante.

—Señor, acaban de informar que hubo un atentado en su casa. Su mujer está en el hospital.—

Erito corrió a su coche y empezó a conducir en dirección al hospital de la ciudad. Apenas arrancó una llamada de un número desconocido entró a su móvil.

"¡Inspector!— era Joel. —"Acabo de enterarme sobre lo que pasó en su casa."— Erito agarró con fuerza el volante. —"Espero que lo de su mujer no sea grave."—

—No voy a soltar a Cabrera, capullo.—

"¿Se da cuenta de que por su necedad y orgullo no sólo está perjudicando a su familia? Por usted están muriendo muchos inocentes... algunos padres, otros hijos, hermanos, sobrinos... nietos..."—

No soy yo quien les vuela la cabeza.—

"Tiene razón, pero sí es usted el único capaz de evitar que sigamos haciéndolo. Solo liberando a una persona."—

Erito estaba apunto de colgar, pero entonces Joel volvió a hablar.

"Tiene hasta la medianoche de mañana para liberar a Yoandri, o le prometo Erito, que lo lamentará para siempre..."— El coche se detuvo. —"el siguiente cadáver que se encuentre no será de un policía, será el de su hijo."— dicho esto, colgó.

Erito no fue capaz de saber cuándo dejó de tener control sobre su cuerpo y empezó a faltarle el aire, su vista se nubló y una fuerte opresión en el pecho hizo presencia.

ᠻꪖꪀ𝓽ꪖ𝘴ꪑꪖ𝘴

—No sé cómo es que siempre termino siendo la niñera de todo el mundo aquí.— se quejó Saúl mientras era seguido por dos chicas que llevaba dos platos, bebidas y ropa. —Es decir, para eso tenemos gente.—

Después de unos segundos de maldiciones y quejidos se detuvo frente a una puerta custodiada por dos hombres con armas, uno de ellos le abrió la puerta.

Saúl apenas entró visualizó un bulto en la cama.

—Venga, Bello durmiente, tienes que alimentarte para que crezcas fuerte.—

Hizo un ademán, las chicas dejaron un plato y una bebida y algo de ropa de manera ordenada para salir inmediatamente del cuarto.

Saúl se acercó a la cama y agarró las sábanas para descubrir al chico debajo de ellas.

Christopher lo miró aterrado.

—Te ves muy mal, niño.— dijo después de un rato viéndolo. —¿Estabas así de pálido cuando llegaste?—

Saúl se sentó en la cama cerca de él con total confianza y le acarició la cara levemente regalándole una media sonrisa.

—Debes comer, terminarás muy débil. Ven.— se levantó y le extendió su mano.

Christopher dudó, pero terminó dándole la mano. Saúl lo levantó suavemente llevándolo a la pequeña mesa.

—Siéntate, por favor.—

Christopher extrañado lo hizo, ¿los mafiosos no eran personas malas que solo gritan, golpean y torturan?

Saúl se sentó cerca de él, con la cuchara tomó algo del contenido en el plato y la dirigió hacia la boca de Christopher.

—Abre, paliducho.— él obedeció. —Mastica y traga.—

Christopher lo hizo, Saúl volvió a repetir la acción.

—¿Vas a darme toda comida en la boca?— preguntó después de cuatro cucharadas.

—Sí.— se limitó a decir volviendo a llenar la cuchara.

—¿Por qué?—

—Quiero asegurarme de que te lo comes todo.— contestó con simpleza.

Christopher iba a volver a preguntar pero cuando abrió la boca Saúl metió la cuchara.

La puerta fue abierta llamando la atención de ambos, Zabdiel apareció y los vio con el ceño fruncido.

—¿Qué haces, tío?—

—Asegurarme de que sí come.—

El boricua bufó.

—Es problema suyo si come o no, déjate de gilipolleces y baja. Es la hora.—

Dio un fuerte portazo sobresaltando a Christopher.

—Tranquilo, termina de comer y ahí tienes ropa nueva. Dúchate y póntela, deja la que llevas en el cesto del baño, ¿de acuerdo?— salió sin esperar respuesta.

—¿Se puede saber desde cuándo te importa si alguno de los que traemos aquí come?— preguntó Zabdiel apenas Saúl salió.

—Fuisteis vosotros los que me mandasteis.—

—Te dijimos que les dejes la comida, no que les dieses de comer en la boca.—

Saúl se encogió de hombros.

—Que te importe una mierda lo que hago o dejo de hacer.— sin más continuó su camino.

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Yoandri sonreía mientras uno de los policías le quitaba las esposas de las muñecas y tobillos. Visualizó a Joel, Johann y Saúl fuera del coche, Zabdiel estaba en el asiento del piloto rodeados de tres coches de sus guardaespaldas.

Erito se encontraba con tres patrullas con los policías apuntándolos en caso de algún movimiento sospechoso.

—¿Cómo está la señora de Colón, inspector?— preguntó Joel con burla mientras Yoandri se dirigía a ellos lentamente.

Erito carraspeó molesto.

—Estable.— se limitó a decir.

—Me alegro.— dijo sonriendo. —Si le sirve de consuelo, el pequeño Erick no sabe de lo sucedido.—

Erito se acercó a ellos sin importarle las advertencias de María y las armas apuntando a su cabeza.
Miró a los cinco durante unos segundos para quedarse en Joel.

—Habéis ganado una batalla, no la guerra.— dijo con un tono tranquilo. —Os voy a buscar, os voy a encontrar y cuando eso pase, me suplicaréis porque os mate.—

Todos ahí rieron ante esas palabras.

—Soñar es gratis, inspector.— comentó Johann.

—Con chistes de mal gusto no va a recuperar al peque ni al paliducho.— habló Saúl.

—Inspector, ¿es que no se da cuenta?— indagó Joel, se acercó a Erito provocando que los policías se pusieran alerta y en su oreja susurró. —Usted ya perdió.—

Joel se alejó un poco de Erito para verle a la cara, pero este no hizo nada; así que volvió a acercarse a su oreja.

—Su hijo y su ahijado me pertenecen ahora. Son míos. Erick es mío.—

Erito no reaccionó, Joel hizo un movimiento de manos para indicar su ida. Se giró para ver a los policías, Erito no se había movido, simplemente se limitó a verlos desaparecer entre la oscuridad de la noche.

No había perdido. Él no podía perder, mucho menos a su hijo.

𝙵𝚊𝚗𝚝𝚊𝚜𝚖𝚊𝚜 ||𝙹𝚘𝚎𝚛𝚒𝚌𝚔||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora