Erick miraba como los magnates paseaban a la mujeres enjoyadas que se colgaban de sus brazos como si fueran un trofeo del que presumir, para ver quién llevó a la acompañante más guapa.—Er, las bebidas ya están.— avisó Christopher dándole las bebidas para volver a hacer más mezclas juntos a los otros tres barman.
Erick colocó las bebidas sin mucho trabajo para darlas a los invitados, quienes cogían las bebidas y algunos le dedicaban miradas lascivas al ojiverde.
Tragando saliva pasa por el grupo de magnates donde estaban Joel, Richard, Zabdiel y otros dos hombre que le eran desconocidos, ofreció con profesionalismo las bebidas, los cinco aceptaron y uno de los hombres desconocidos tomó de su brazo regalándole una sonrisa que a Erick le causó náuseas.—¿Cómo te llamas, muñeco?— Erick dudó en responder.
Miró a sus alrededores encontrándose con seis pares de ojos mirándolo con atención, un par de ellos le miraban con especial intriga, preguntándose internamente si de verdad se iba a atrever a darle su nombre a ese sujeto.
—E-Erick, señor.— respondió finalmente.
Acaba de despertar su furia con un simple nombre.
—Erick.— repitió el hombre para luego mirar a Joel, quien no quitó su mirada del ojiverde. —¿Es tuyo, Pimentel?— preguntó en una forma de pedir permiso.
—Trabaja para Acquarello.— contestó Richard.
El hombre asintió volviendo a Erick, quien miraba a todos lados en busca de ayuda, ayuda que llegó en forma de un pálido castaño que dejó su lugar en el bar para socorrer a su amigo.
—¡Er!— llamó Christopher llegando a su lado con una sonrisa nerviosa. —Tenemos que servir más bebidas en el lado sur. Disculpen, señores.— dijo tirando de su amigo, pero aquel hombre afianzó su agarre.
Era un hombre rubio, con rayos más blancos, ojos grises y vacíos y una barba de candado, no pasaría de los 50 años.
Miro a manos de pies a cabeza con deseo pasando la lengua por sus labios.—¿Y tú cómo te llamas, guapo?— le dijo llevando su mirada a Christopher.
El castaño llevaba un smoking de color verde oscuro que contrastaba de maravilla con su palidez, llevaba una camiseta manga larga negra con un corbatín del mismo color, se veía resplandeciente.
—Christopher, señor.— aquel hombre asintió con malicia.
—Os quiero a los dos.— aseguró aquel hombre.
Los chicos se miraron entre ellos con algo de temor.
—¿Disculpe?— acertó a decir Erick.
—Ivo.— llamó Joel. —¿Has venido aquí a hacer negocios o a intentar llevarte a la cama al personal?—
—Se puede hacer las dos cosas, ¿no creéis?— contestó sonriendo. —Entonces, ¿cuánto queréis por la noche, bellezas?—
Los dos chicos se sintieron acorralados bajo las miradas de esos tres hombres y la morbosa del rubio.
—Señor, disculpe pero no somos prostitutos.— dijo Christopher.