IX

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Erito se acercó a la patrulla con su vista fija en la parte de atrás. Zabdiel apenas notó su presencia, sonrió.

—¿No le parece una buena noche para reflexionar sobre nuestros pecados, inspector?—

El hombre lo miró sin mover un solo músculo de su cuerpo.

—Si sabes lo que te conviene, me dirás dónde están.—

—Yo siempre he tenido una duda, ¿usted duerme con el uniforme puesto o tiene el pijama debajo, en plan Superman?— vaciló arqueando una ceja.

Erito rió amargamente dando un golpe a la puerta del coche y alejándose de él, caminado hacia uno de los policías mientras encendía un cigarrillo.

—Por ningún motivo le quitéis los ojos de encima.— advirtió expulsando el humo de su boca.

—Señor, está esposado y herido, hay 20 policías y 8 patrullas vigilándolo. No tiene forma de escapar.—

No lo subestiméis. Apenas lleguemos a la ciudad que le den cuidados médicos, después llevadlo a la comisaría.— ordenó tirando al suelo el cigarro para aplastarlo y así apagarlo.

Le dio una última mirada a Zabdiel, quien hizo un ademán de despedida con sus manos esposadas. Bufó entrando al coche.

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—Se cree que somos idiotas.— comentó el policía que estaba de copiloto.

—Han secuestrado al hijo y ahijado del jefe, yo le hubiera destrozado la cara a golpes.—

Zabdiel se mantenía en silencio, sin reaccionar a la conversación. El copiloto se giró hacia él y le sonrió con mofa.

—El jefe se cree que vas a escapar, estás esposado y custodiado por ocho patrullas, ¿cómo planeas hacerlo, grandullón?—

Zabdiel se limitó a verlo por unos segundos sin expresión alguna, para después posar su mirada en la ventana. Desierto.

El policía volvió a su vista adelante riendo.

Lo que ninguno de los dos se imaginaba es que Zabdiel ya se había desecho de las esposas y cuando lo notaron, fue demasiado tarde.

—¿Tienes ganas de seguir riendo?— le preguntó justo antes de romperle el cuello con las manos.

El conductor rápidamente intentó informar de la situación pero entonces Zabdiel lo detuvo.

—No te lo recomiendo.— dijo con una voz dura y una sonrisa sádica. —Conduce.—

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Durante 20 minutos, Erito no hizo movimiento alguno, simplemente se quedó viendo el estropicio. Apenas era consciente de todos los agentes a su alrededor que corrían de un lado al otro tomando fotos o buscando pruebas.

—No dejaron a nadie con vida.— escuchó la voz de María a su lado. —Son unos enfermos.—

—Debí haber puesto el doble de patrullas.—

—Entonces habría el doble de muertos.— respondió viendo a los paramédicos levantar los cadáveres.

La prensa no había tardado en llegar y había una multitud rodeando la zona.

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Tres toques en la puerta fueron suficientes para que la espina dorsal de un asustado ojiverde tuviera un escalofrío. Se giró rápidamente hacia esta.

Joel entró a la habitación con una expresión seria, cerró la puerta tras él. Empezó a caminar por la habitación con calma, mirándolo directamente a los ojos.

—Tu padre empieza a colmar mi paciencia, princeso.— comentó acercándose a él.

Erick retrocedió torpemente hasta quedar entre el rizado y la pared.

—Parece ser que no le basta con vuestra desaparición.— volvió a decir mientras acariciaba la cara del chico.

Erick no intentó alejarlo, su cuerpo no respondía. Joel fue bajando su mano hasta su cuello, dónde lo apretó fuertemente. El ojiverde solo pudo emitir un corto jadeo de sorpresa y dolor.

—Así que dime, ¿qué cojones debo hacer para que deje de tocarme los huevos?— preguntó mientras ejercía más fuerza y lo levantaba un poco del suelo. —Quizá debo matar a tu amigo y enviar su cabeza en una caja... o la tuya.— completó soltándolo y se alejó de él.

El ojiverde cayó al suelo agarrando su cuello y tosiendo. Joel soltó una risa amarga.

—¿Te imaginas la cara de tu padre al ver tu cabeza en una caja?— rió con más fuerza. —Joder, pagaría por ver eso.—

Erick se quedó en el suelo, sentía que si se movía le pasaría algo peor.

Joel se sentó en la cama y lo examinó.

—Levántate, niño.— ordenó con una voz áspera.

Erick lo hizo inmediatamente sin despegar su vista del suelo. Segundos después puedo ver unos pies frente a los suyos y una suave respiración frente a él.

—Mírame.— volvió a decir tomando su mentón y levantándolo.

Ninguno sabría decir cuánto tiempo estuvieron de pie frente al otro y mirándose. Joel casi juraba que los ojos de ese niño podían robarle el alma... si tuviera...

—¿Qué pasa, no tienes lengua?— preguntó con una sonrisa que estaba lejos de ser sincera o amable.

—Sí la tengo.— la verdad creía que tartamudearía al hablar.

Joel expandió su sonrisa alejándose un poco de Erick.

—No puedo entender cómo alguien con tu físico sigue virgen.— confesó pasando su miraba por su cuerpo, eso puso a Erick más nervioso. —Papá era algo sobre protector, ¿no crees pequeño?—

Erick se mantuvo inmóvil.

—Y mira tú para lo que le sirvió tanta protección...— comentó paseando su mirada por todo el lugar para después volver a ponerla en él.

No podía negarse que el mocoso se le hacía lindo. Erick era como un tierno ángel inocente de hermosos ojos.

Un ángel que él quería corromper.

Entonces se acercó peligrosamente a su oído.

—Terminaste en las garras de Lucifer, angelito.— ese susurro hizo que el cuerpo de Erick sufriera un escalofrío.

Joel se alejó de él y caminó a la puerta para salir, no sin antes añadir.

—Vete acostumbrando, princeso. Tú y tu amigo me pertenecéis ahora.— dicho esto salió.

Una vez la puerta se volvió a cerrar dejándolo en completa soledad, Erick volvió a caer al suelo mientras las lágrimas salían sin control.

Cómo pudo se abrazó mientras se arrinconaba en una esquina de la grande habitación.

—Mamá...— soltó entre gimoteos y sollozos desenfrenados.

𝙵𝚊𝚗𝚝𝚊𝚜𝚖𝚊𝚜 ||𝙹𝚘𝚎𝚛𝚒𝚌𝚔||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora