Quizá me equivoqué contigo. Igual debí dejarte ir cuando aún estaba a tiempo. Hacerte pagar por el dolor y el sufrimiento que me diste y luego olvidarte , darte la oportunidad de volver a vivir tu vida, que conocieras a un hombre que te amara, que formaras una familia, que fueras feliz. Te he pedido tantas veces que me perdones... Pero no busco que lo hagas. Tan sólo te lo susurro para sentir que aún soy humano. Forzarte a hacer lo que no quieres, obligarte a acatar mis deseos, me produce tanto placer que a veces pierdo la poca cordura que me queda y me olvido de que eres frágil... Pero me importa tan poco... Hace unos días te di un respiro y hoy te he visto sonreír. Has llegado a la oficina con un semblante distinto. Te has tomado unas copas con tus amigos de siempre sin dejar de mirar tu móvil... Irradiabas felicidad. Pero no te equivoques, mi preciosa niña de ojos rasgados. No creas que la vida es como los cuentos de hadas. El sufrimiento, el dolor, el placer... Tengo tanto que darte... y tanto que quitarte.
***
El día resultó bastante cargante para Samara; llevar un equipo de varias personas para proyectar posibles campañas publicitarias de clientes importantes a veces resultaba muy estresante. Poner de acuerdo a todo el mundo, plasmar las ideas en un cartón pluma y trasmitirlas al cliente final era una tarea que en épocas de campañas acababan dejándola agotada. Aquel día salió de la oficina agotada, y aun así estaba animada y no dudó en pasar por el bar de la esquina, donde solía siempre tomarse unas cervezas con su equipo. Miró varias veces su teléfono móvil; Dominic no solía molestarla en momentos de trabajo, respetaba ese espacio de su vida y en ningún momento la apartaba de sus laborales diarias. Sin embargo deseaba sus llamadas, no le importaba a qué hora fueran, ni siquiera con quién estuviera en aquel momento, constantemente controlaba el móvil con la seguridad de que tarde o temprano la llamaría. Así fue, no llevaba ni veinte minutos en el bar y Dominic llamó para que acudiera a su casa lo antes posible. Se despidió de su gente y, sin dar muchas más explicaciones, se dirigió a su casa de inmediato.
—Pasa y cierra la puerta.
La habitación estaba iluminada por una simple lámpara de sobremesa, y al
fondo, sentado en su trono: él. La miró de arriba abajo, estaba preciosa, una camisa blanca de cuellos levantados, una falda sencilla color camel y sus ya habituales zapatos de tacón a juego con alguna de las prensas que llevaba.
—¿Estás bien? Me llamaste con tanta urgencia que salí del bar...
Samara hubiera saltado en sus brazos, como cualquier persona hubiera hecho ante la persona que empieza a querer, besarle, preguntarle qué tal el día. Algo hacía que se mantuviese siempre a una distancia prudente de Dominic, quizá era su forma de mirarla con aquellos ojos negros, acompañados siempre de una sonrisa irónica. Le inquietaba la forma que tenía de inclinar la cabeza, como si buscara la mentira en sus palabras.
—Tengo un tono bastante directo, quizá lo has confundido con la urgencia. — Se incorporó y se aproximó a una mesa, donde tenía dos copas de coñac—. No estés tensa, princesa. Toma; bebe un poco y relájate.
Aceptó nerviosa la copa y se sentó en el sofá a su lado.
—Bebe —susurró dando un trago.
—No suelo beber y no he cenado nada.
—No pretendo que te emborraches, sólo que te desinhibas, es una forma de
conocerte un poco más. Estás en mi despacho de casa, nadie te ve, estamos tú y yo solos. Es un momento perfecto para que me hables de ti.
Dio varios tragos y se recostó en el sofá, aún con la tensión en todo su cuerpo; carraspeó ligeramente y le profirió una sonrisa tímida. Optó por terminarse la copa de un trago y Dominic no dudó en volver a llenarla sobre la marcha.
—¿Qué quieres saber de mí? —le preguntó.
—Algo que no sepa, que te pasa por la cabeza en estos momentos, cómo te sientes, qué miedos tienes... Vamos, princesa...
Bebió de nuevo y se quedó pensativa. Dominic tenía el cuerpo ligeramente inclinado hacia ella y mantenía un brazo por encima del respaldo del sofá. La observaba con los ojos muy abiertos, tenía la sensación que incluso analizaba sus expresiones faciales.
—No estoy acostumbrada a ciertas cosas. Situaciones... Me dan vergüenza; cuando me miras, analizas todo de mí, me siento insegura. También me siento avergonzada por lo que está pasando.
—¿Te refieres a cómo te comportas? —preguntó.
—¿Qué diría la gente que me conoce si me ve actuar así? Explicar cómo nos conocimos, lo que hiciste y dónde sigo. Me tomarían por una enferma mental.
—Lo que hago nadie lo ve, Samara.
—Lo veo yo...
—Eres libre de irte cuando quieras. ¿Quieres?
La miró directamente a los ojos y levantó las cejas. Samara se frotó la frente
nerviosa y dio otro trago a su coñac. No le gustaba su sabor, pero empezaba a hacer efecto.
—Ese es el problema que más me atormenta. Que no quiero irme. —Entonces, ¿qué temes?
—Tengo miedo de no saber cómo termina esto. Lo que quieres de mí o el
daño que puedas hacerme. Incluso temo pensar a qué estoy dispuesta yo, hasta dónde puedo llegar.
Dominic se rió y echó la cabeza hacia atrás.
—¿No será que tienes miedo a sacar de dentro de ti cosas que no esperabas? Es decir, ¿te molesta reconocer que eres capaz de ciertas cosas que la sociedad podría llamar... poco éticas?
—Puede ser.
—Una mujer como tú, independiente, segura de sí misma ante los ojos del resto del mundo, con carácter, triunfadora, que ante un hombre se desprende de todo. —Se inclinó hacia delante y sonrió maliciosamente—. Y lo que es más: disfruta con ello. Tienes miedo a no saber cómo termina porque tú no lo controlas, como tampoco controlas lo que quiero de ti o el daño o repercusión que puede hacerte. Tu vida y a no es tan ordenada, tu rutina y a no existe.
Samara bajó la mirada y llenó los pulmones de aire con la intención de relajarse un poco más.
—Tienes razón. Posiblemente sea eso. Dominic, yo tengo mi carácter, no es suave, algún día saldrá, ahora estoy ... descolocada...
—¿Tienes miedo a fallar? Dime y sé sincera.
Dudó unos momentos.
—Sí.
—Entonces, querida mía, empezamos a entendernos.
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TRILOGIA VENGANZA- MALENKA RAMOS
RomanceDominic Romano es un abogado prestigioso, poderoso y seguro de sí mismo. Aunque posee todo lo que quiere, jamás ha podido olvidar a Samara, la joven que se reía de él en el colegio. Ella es la razón de su vivir, la ama con la misma intensidad que la...