Parte 13: No lo viste venir

40 13 9
                                    


Después de atravesar un pequeño pueblo, el joven manejó más de cinco horas por carretera destapada hasta llegar a El Recinto. Desde afuera, el lugar no parecía tan espantoso como lo era desde adentro. Las paredes estaban pintadas de un tono verde claro, que remitía a la tranquilidad. Cerca de la entrada había flores por doquier y los marcos de las ventanas estaban forjados en madera, detalladamente lijados y acicalados con un tono de marrón muy llamativo para el ojo humano. Aparcaron a pocos metros de la entrada principal y descendieron del coche. Pablo, maravillado, echó un vistazo a su alrededor. Aquel Recinto estaba rodeado por un bosque frondoso que destilaba pureza y vida y aislamiento y lejanía y letargia. Un olor a eucalipto se introdujo en la nariz de Pablo y lo alejó aún más de dar un paso al costado.

Entraron. En la recepción, un lugar de poca amplitud, paredes blancas y bancas dispuestas alrededor, estaba Astrid, tras un mostrador, con su cara abultada y una sonrisa que intentaba ser amigable, sin estar ni cerca de lograr su cometido.

—Bienvenidos —dijo Astrid, sin borrar aquella sonrisa estéril de su rostro.

—Este hombre quiere un cambio drástico en su vida y busca empezar el proceso de inmediato —dijo el joven que lo llevó hasta allí.

—Así es —confirmó Pablo.

Astrid presionó un botón del teléfono que tenía a pocos centímetros de su mano derecha.

—¿Sí? Dígame —se escuchó una voz saliendo de la bocina.

—Necesito dos enfermeros lo más pronto posible en la recepción —dijo Astrid.

—Como mande —respondió la voz.

—¿De casualidad tiene un minuto a celular? —preguntó Pablo.

—Por supuesto —respondió Astrid, estirándole un teléfono celular que extrajo de su bolsillo.

Pablo se alejó unos quince pasos y marcó el número de su madre. Cuando oyó la voz de Nora contestando, le dejó saber, de inmediato, que desde ese momento todo iba a ser diferente y, sin pudor alguno, le recriminó que todo era culpa de su alcahuetería, de su permisión, de su rol fallido; de modo que no quería saber de ella por lo pronto. Colgó, taxativo.

Renunciar a la corduraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora