Soñó que estaba fuera de la facultad de Periodismo de la Universidad Departamental, esperando a Daniel, inseparable camarada de fiestas; un joven de veintitrés años que aparentaba estar a punto de llegar a los treinta. Daniel se afeitaba la cabeza debido a que, a su corta edad, ya no le quedaba mucho cabello para lucir; no obstante, ostentaba una frondosa barba, con la cual, debido a sus ínfulas de galán irresistible, instaba a caer en sus tenazas a más de una de sus compañeras; la mayoría de ellas se arrepentían luego de salir con él.
Daniel estaba en clase de Taller de Periodismo III, mirando, impaciente, la hora en su celular. A Pablo siempre le pareció que la profesora que dictaba esa clase era aburrida y su voz, apenas audible, era soporífera, arrullaba. Daniel guardó su cuaderno faltando quince minutos para que se acabara la clase y sacó su celular, a fin de escribirle a Pablo que esperara un poco más; era como si, dentro del sueño, Pablo estuviese presente en ambos espacios. ¿No les ha sucedido antes? Era viernes y tenían planeado ir a la casa de una compañera de clase que vivía sola y no era de la ciudad; sus padres, a la distancia, le pagaban el alquiler. Pablo vio salir a Daniel, se le acercó y, con disimulo, le dijo:
—Tengo medio papel para el zafarrancho de esta noche.
—Y yo que hace rato quería un ácido para despejar la mente de tanto estudio —comentó Daniel.
Salieron a buscar un par de cervezas. Una vez afuera de la universidad, a Pablo le pareció ver a su madre pasando en el carro, frente a los dos. Intentó disimular que no la había visto, tomó a Daniel de la camiseta, dieron la vuelta y se devolvieron rumbo a la institución. «¡Pablo!», oyó gritar a su madre.
Lo despertó un martilleo que se escuchaba al otro de la pared, la cual separaba su habitación de la contigua. Después advirtió que se acercaban varias personas corriendo y sintió que abrían la puerta del lado. «Inmovilícenlo», escuchó decir a la enfermera. De inmediato, supo que aquel martilleo era la cabeza de su vecino combatiendo contra la pared. Minutos más tarde, oyó la puerta de su habitación abrirse y vio entrar a la robusta enfermera enseñando una sonrisa que invitaba a conciliar, a llevar el trato por las buenas, sin posibilidad alguna de réplica.
—Si te portas mal otra vez, no volverás a salir al jardín por un largo tiempo —dijo, sin dejar de sonreír un segundo.
Pese a eso, Pablo no recordaba conocer el mencionado jardín.
—¿Por qué estoy aquí? —preguntó él, casi susurrando.
—Eso solo sabes tú —respondió la enfermera.
—Vaya respuesta.
—Vamos. Tienes que comer, no queremos que te debilites otra vez.
El flacuchento hombre que había recibido una lección por parte de Pablo entró en la habitación.
—Ah, Lucrecio —comentó la enfermera, mirando al escuálido sujeto—. Aquí está tu verdugo, pero me acaba de decir que no se le volverá a ocurrir arremeter contra ningún empleado del lugar.
—Calmadito se ve mejor, hombre —dijo Lucrecio—. No hay razón para matarnos entre nosotros. Aquí todos somos prisioneros.
—¡Silencio! —gritó de repente la enfermera.
Lucrecio dio un brinco ante la reacción agresiva de la enfermera y se excusó. Luego salió silenciosamente mientras la vigorosa mujer, que miraba a Pablo, le daba la espalda. Antes de salir completamente, Lucrecio movió su dedo en círculos alrededor de su oreja, intentando indicarle a Pablo que ella estaba loca.
—No me ha dicho su nombre, enfermera —dijo Pablo.
—Te lo dije el día que llegaste aquí, pero, si no soy tan importante para que lo recuerdes, te lo repito. Mi nombre es Astrid, para servirte.
—Si está para servirme —atinó a decir Pablo—, llame a mi madre para que me saque de aquí.
—Tu madre desistió desde la segunda semana.
—¿Desistió? —preguntó Pablo, extrañado.
—Así es. Ahora, dejando de lado las charlas, me retiro. Debo ver cómo está la cabeza de tu vecino —concluyó Astrid.
Luego recogió la bandeja, que esta vez era de plástico, y salió de la habitación. A Pablo nada le cuadraba, aunque le tranquilizaba un poco el hecho de que ya podía hablar con total normalidad.
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Renunciar a la cordura
Misteri / ThrillerPablo, un joven que confunde el libre albedrío con llevar una vida de fiestas y excesos, se despierta en una habitación de lo que parece ser un hospital mental, al cual todos los internos y empleados se refieren como El Recinto. Sin recordar cómo te...