Seis

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Pasé toda la noche del sábado estudiando y estudiando todas las asignaturas hasta la madrugada.

El domingo, desde que me levanté, me senté en mi escritorio. Como tenía que estudiar, mi madre me había prohibido salir de la habitación, solo podía hacerlo para ir al baño. Desde mi habitación se podía oír el ruido de la tele que veía mi madre todos los días y el sonido de la tablet de mi hermano de la habitación contigua. ¡Era imposible no desconcentrarse!

Para despejar un poco la vista, me puse a mirar desde la pequeña ventana delante de mi escritorio. A través de ella se podía contemplar el cielo gris de la ciudad de Sevilla, las casas de enfrente,.. Pocas veces se podían oír los cantos de algún pájaro posado en el árbol de la ajetreada calle y, por supuesto, lo que más me molestaba era el ruido de los coches pasando y de sus bocinas chillando.

Después del descanso, mirando por la ventana, cerré la ventana y me volví a sumergir en los libros que, en este caso, me tocaba historia, la asignatura más aburrida de todas.

Qué casualidad que la página que me tocaba hoy era sobre Sevilla, ¿para qué querría yo estudiar sobre la ciudad en la que vivo? Pero si ya conozco todo, pero no. Empecé a leer el primer texto del libro que nos había dado nuestro profesor de historia:

Existen varias versiones sobre los orígenes y como se creó la ciudad de Sevilla, pero la que se cree que se ajusta más a la realidad es la que dice que la creó Hércules, hijo de Osiris, que vino a estas tierras a vengar la muerte de su padre, quien había sido asesinado por su hermano Tyfon, aliado del soberano de tres cabezas Gerión, que entonces reinaba España.

Vaya, eso no lo sabía, me quedé alucinada de lo que acababa de leer. Con intriga seguí leyendo más y más hasta terminar el tema, al fin y al cabo el profesor tenía razón, siempre hay algo que no sabes y tienes que aprender.

Más tarde, cuando ya era la hora de comer, salí de mi habitación y encontré la casa vacía.

En la entrada vi una nota que decía:

Hola cariño,

Nos hemos tenido que marchar a un cumpleaños de tu hermano, tienes la comida hecha, solo caliéntala y listo. Luego acuérdate de ir a trabajar.

Un abrazo,

Tu madre.

Dejé la nota en su sitio, saqué la comida y la calenté en el microondas. Comí y luego, a la tarde me dirigí hacia la cafetería a trabajar.

Cuando estaba yendo hacia allí, me volvió el recuerdo del otro día cuando le tiré el batido a Claudia y que ella se había enfadado de lo lindo conmigo. Llegué a la cafetería y cuando me estaba poniendo el delantal en la trastienda, antes de empezar, vi a Claudia mirarme con una sonrisa maliciosa. ¿En qué estaría pensando? ¿Tendría un plan para vengarse de mi?

Llegó Hugo y cuando me vio con esa cara de asustada me preguntó:

- ¿Qué te pasa, Lucía?

- Nada, nada... - dije intentando engañarle.

- Lucía, sé que estas preocupada, ¿qué te preocupa?

- Pues que el otro día, sin querer le tiré el batido a Claudia encima y se enfadó mucho.

- No pasa nada, es así y no te preocupes, ya se le pasará - me dijo mientras me daba una gran sonrisa.

Hice caso a Hugo y no me preocupé, no se puede ser que todos sean amigos tuyos, pensé. El día lo pasé muy bien hablando y conversando con Hugo, él era de Sevilla y tenía los mismos años que yo. Estudiaba en el instituto privado Hamilton, yo, en cambio, iba a un instituto público. También me dijo que el quería estudiar medicina en una universidad fuera de aquí.

Era muy majo, teníamos mucho en común y al de poco tiempo se hizo amigo mío, muy buen amigo.

Al final del día, cuando estábamos ya cerrando el local, encontré un papel en mi taquilla a mi nombre del jefe Luis que ponía:

Lucía lleva estos pastelitos al frigorífico.

Yo cogí la caja llena de pastelitos y me dirigí al frigorífico. Abrí la puerta y, al entrar, detrás de mí la puerta se cerró dejándome atrapada, sin móvil y sin nada con qué comunicarme.

Cuando las estrellas se alineanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora