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Hay noches en las que Shang Qinghua no puede dormir.

Se supone que con el uso constante de energía espiritual junto a lo avanzado de su embarazo estaría tan agotado que se la pasaría en reposo gran parte del día —y lo hace, hasta el punto en que ha empezado a aborrecer su propia cama—. En realidad, ahora mismo no es que esté rebosante de pura y activa vitalidad; sin embargo, hay noches como esta en la que el sueño lo abandona.

Sentado en una silla especial que Mobei-jun le mando a hacer hace ya un tiempo, observa desde la distancia a su marido durmiendo solo en la enorme cama. La luz de la luna golpea contra sus cabellos blancos de los cuales algunos mechones cubren su rostro. La imagen es hermosa, la familiaridad de esta evoca algo de paz a su angustiada persona.

Desconoce que le llevo a llenarse de aquel inquietante sentimiento dado que su día fue tan común como lo ha sido cualquiera de los otros. No ocurrió nada extraordinario en su rutina o el palacio, ninguna noticia nueva llego dejando que las horas transcurrieran con monotonía. No hubo nada que le llevara a esto y aun así se encuentra preso del insomnio a mitad de la noche, permitiendo que el silencio le envuelva siendo su único acompañante en la oscuridad mientras las aves nocturnas sobrevuelan por los cielos afuera de su ventana.

Entre la confusión y la angustia las cuales probablemente son consecuencia de los cambios hormonales de su embarazo, evoca antiguos rostros del pasado que creía haber olvidado hace ya mucho tiempo.

La noche aquí es más fría y silenciosa que las que pasaba en su antigua vida, no obstante, el sentimiento de abandono ha desaparecido junto a ese pasado hace ya mucho tiempo.

Cuando él era Shao Hua, aquel joven solitario que preso del insomnio solía sentarse en el suelo de su estrecho balcón a fumar hasta que los primeros rayos del sol aparecían.

Es en noches como esta en las que se rehúsa a beber los tés calmantes en las que se dedica a mirar por la ventana llevándolo a reflexionar sobre sí mismo, así como todo en lo referente a su antigua vida. La envidia, amargura y soledad que tanto despreciaba, pero que ante el miedo a un nuevo rechazo él mismo término reforzando al aislarse del mundo real para vivir de sus novelas y fantasías.

Es un poco terapéutico recordar el pasado en realidad.

No hace mucho en esos momentos, solo pensar en sus padres y todo lo que conformo aquella antigua vida de la que guardo tantos reproches de los cuales ninguno sería dichos a quienes le dieron la vida.

No pudo decir las cosas cuando tuvo la oportunidad, demasiado cobarde para expresarse como debía ante sus padres. Se arrepiente de ello.

A su mente también viene su hermana, A-Yi, tan bonita y dulce como solo una princesa es capaz de ser.

¿Pensará en mí?

A-Yi no es como sus padres, la niña es demasiado dulce para olvidarlo. No obstante, él murió cuando ella tenía apenas ocho años por lo que, si ella todavía le concede algún pensamiento duda que ella siga teniendo esa imagen heroica de él, imagen que solo una niña puede crear de su patético hermano.

La realidad es que, a pesar de las palabras de su hermana y cómo le seguía el juego a ella, él nunca se sintió como un héroe. ¿Cómo hacerlo? Un héroe no guardaría cajas de ramen por meses dejando que su vida pase frente a sus ojos mientras se dedica a hundirse en su propia porquería sin que él mueva un dedo, ya estando demasiado cansado de intentar encontrarle un propósito a esta. Así mismo, era lo suficientemente cobarde como para tener el valor suficiente y saltar del balcón de su apartamento hacia la acera en lo que resultaría en una muerte segura.

Muy vago para la vida y un cobarde para la muerte. Todo él era demasiado, de una forma no muy agradable.

Es por eso que al final del día solo le quedaba seguir la corriente sin muchas expectativas de a donde lo llevaba su desinterés sobre sí mismo.

Un narciso que brota en invierno; svsssDonde viven las historias. Descúbrelo ahora