Capítulo 13 - Consuelo

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Se encontraba frente a la puerta, no era capaz de tocarla.

¿Por qué estaba allí realmente? ¿Qué quería descubrir? ¿Qué ganaría con ello?

Se debatió más de diez minutos parado frente a la entrada, tratando de autoconvencerse de que aquello que hacía era solo para ver si el moreno se encontraba bien y no tenía nada que ver con las palabras del rubio.

Finalmente llamó.

Escuchó ruido del otro lado y unos pasos acercándose, señal que necesitaba para saber que había alguien dentro, pero nada le preparó para lo que estaba a punto de ver.

No le dio tiempo a emitir palabra cuando la puerta ya se había cerrado nuevamente, no estaba seguro de lo que vio, ¿acaso fue producto de algún tipo de alucinación?, volvió a golpear en un intento de asegurarse de que su vista estaba mal.

Segundos en completo silencio, Viktor sabía que Horacio se encontraba del otro lado de la puerta, negándose a abrirle por más veces que golpeara.

- Horacio - lo llamó tratando de que su voz sonara firme, sin embargo no lo logró ya que temblaba sin ninguna razón.

No hubo respuesta del otro lado, el silencio se mantenía, el ruso comenzaba a ponerse nervioso, sus nudillos tocaron nuevamente la madera.

- Horacio, ábreme por favor - volvió a intentar - no me voy a ir - quizás podía persuadirlo si se daba cuenta que no se iba a mover de allí.

Tomó asiento en las escalinatas, con algo de suerte el de cresta lo vería por la ventana y le abriría. Por un momento se mantuvo inmerso en sus pensamientos, rememorando la cara del moreno al abrirle la puerta, esos escasos segundos fueron suficientes para darse cuenta de una cosa, Horacio no estaba bien, y sus sospechas se hacían ciertas, pero ¿Quién era el culpable? ¿Gustabo? No, lo dudaba, si bien el rubio no le agradaba, sabía que no era así y menos con Horacio, ese par eran como uña y carne, el rubio no sería capaz, al menos eso creía.

Media hora pasó antes de sentir como la puerta era abierta, se dio la vuelta observando el interior de aquella casa, Horacio no estaba allí, supuso que se había ocultado.

Lentamente se levantó, dirigiéndose hacia el lugar, al ingresar, la puerta fue cerrada detrás de él provocando que se girara. Miró con detenimiento a la persona que tenía enfrente, detallando cada lugar de su rostro y sus brazos expuestos.

- No digas nada - pidió el de cresta con su vista en el piso, por lo que Volkov se mantuvo en silencio.

Se sintió estúpido, hacía unas horas estaba pensado que el moreno no tenía confianza en él, que no eran amigos porque la noche anterior se fue sin decirle nada y ni siquiera le había respondido un mensaje, pero la situación era mucho peor de lo que pensaba.

Siguió a Horacio a la segunda planta, el menor no se dio la vuelta para ver si el ruso lo seguía. Ingresaron a una de las habitaciones, le resultaba bastante familiar, posters pegados en las paredes, un pequeño escritorio, un mueble y la cama, recordó que esa había sido la habitación en la que despertó después de aquella fiesta.

- ¿Es tu habitación? - preguntó, observando los artículos que se encontraban encima del pequeño mueble.

- Lo es - el de cresta se encontraba sentado en la punta de la cama, observando.

Viktor suspiró no tenía idea de cómo afrontar aquella situación, para él estaba claro lo que pasaba, observó nuevamente al menor, un ojo morado, el pómulo hinchado, el labio cortado, las marcas en el cuello y brazos y no tenía idea si había más ya que la ropa no le permitía ver, apretó los puños.

- Horacio - comenzó, aclarándose la garganta y desviando su vista, lo que menos quería era hacerlo sentir incómodo - sé... - pasó los dedos por la superficie de madera - sé que no hace mucho que hablamos y... y quizás ni siquiera me consideres un amigo- caminó posicionándose al lado de la cama, aún sin mirarlo - pero creo que - volvió a carraspear - creo que está claro que me puedes contar lo que sea y esto, es más que evidente.

Horacio no dijo nada, Viktor se limitó a sentarse a su lado, no quería agobiarlo, por lo que simplemente se quedó ahí, mirando al frente, apreciando los diferentes posters pegados a la pared, al menos podía darle su compañía.

Al cabo de un rato, sintió como la mano de Horacio se posicionaba sobre la suya, por un momento no supo qué hacer, sin embargo, luego colocó la palma boca arriba tomándola, haciéndole saber que se encontraba allí y no se movería al menos que lo quisiera.

Se sentía extraño, la angustia invadía su cuerpo, pero también había molestia. Se sentía molesto por no haber insistido, las señales estaban allí, pero él había decidido hacer caso omiso, había decidido no insistir a Horacio para que hablara ¿Y cuál fue el resultado?

Gustabo lo sabía, era consciente, sin embargo no parecía que hiciera algo para que aquello cambiara, ¿Por qué?

No podía comprender y se sentía impotente, era algo que jamás había sentido, sus dedos picaban, deseosos de golpear a la persona que había hecho aquello.

Sus pensamientos pasaron a segundo plano cuando escucho como el de cresta sorbía por la nariz, dirigió su vista hacía este sabiendo que posiblemente estaría llorando. .

Pudo ver como las lágrimas caían por sus mejillas, instintivamente apretó la mano que sostenía y se acercó más. Sintió la necesidad de limpiar sus mejillas, pero se abstuvo, dejaría que Horacio se desahogara sin intervenir.

El llanto silencioso derivó en pequeños sollozos, se mantuvieron en la misma posición por demasiado tiempo, pero Volkov no quería moverse, ni siquiera pestañear, las lágrimas se agolpaban en sus ojos, sin embargo, no lloraría.

- ¿Puedes... - la voz del moreno salió quebrada - puedes abrazarme? - pidió.

El ruso ni siquiera tuvo que pensarlo, rápidamente rodeó con sus brazos el cuerpo del menor apretándolo contra sí. Él no era de las personas a las que le gustara el contacto, pero mientras el cuerpo de Horacio se sacudía debido al llanto y lo consolaba, algo hizo clic dentro de él.

Horacio no era cualquier persona.

Dejó que el menor llorara en su hombro, poco a poco fue recostándose con él para poder quedar en una mejor posición que no implicara que ambos terminasen con calambres.

Levantó una de sus manos acariciando lentamente el pelo del menor tratando de calmarlo mientras con la otra acariciaba su espalda. Sintió como la respiración del de cresta se fue acompasando dándole la señal de que se había quedado dormido. Prefirió no moverse para no despertarlo, se quedaría allí un rato más y luego se iría.

La puerta se encontraba abierta, por lo que pudo ver perfectamente cuando Gustabo se paró en el marco de esta, con sus ojos directamente en él. Con cuidado quitó su brazo de debajo del cuerpo de Horacio esperando no despertarlo, el menor se removió, pero sus ojos continuaban cerrados.

Se dirigió al pasillo donde se encontró de frente con el rubio.

- Entiendes que no te lo podía decir ¿no? - el ruso asintió, lo entendía perfectamente, no era algo que se fuera diciendo por ahí como si nada y el rubio no tenía la confianza suficiente con él como para comentarlo.

- ¿Quién fue? - preguntó serio, cruzando sus brazos.

- No me corresponde a mi decirlo - el rubio desvió su mirada del ruso para observar al de cresta, suspirando colocó su mano en la parte de atrás de su cuello - si Horacio no te lo dijo es porque aún no se siente seguro, da gracias que te dejó pasar, el es muy cerrado con respecto a esto.

- ¿Cerrado? - siseo conteniéndose de no gritar - No puedes ser cerrado con respecto a esto ¿Has visto como está? ¿Cómo puedes dejar que pase? tu estas siempre a su lado.

- Escucha - Gustabo se acercó más a él - no vengas aquí a hacerte el héroe - levantó su dedo señalando - no sabes una mierda ¿crees que me gusta verlo así? cada vez es peor y no puedo hacer nada para detenerlo - sonaba frustrado y a punto de llorar.

- Perdón, es que - observó a Horacio - no sé - hizo una mueca - ¿estará bien?

- Es más fuerte de lo que crees.

Viktor abandonó aquella casa con pesar, le sentaba mal dejar a Horacio, pero aquella no era su casa y su madre se preocuparía, además no estaba solo.

Al ingresar a su cuarto quedó un buen rato mirando a la nada, a veces había cosas que por más que estuvieran frente a nuestros ojos no queríamos verlas. Horacio llegaba al instituto lastimado muchas veces, sin embargo, a nadie le preocupaba, ni siquiera cuando faltaba la semana completa no mostraban preocupación, se incluía. De alguna forma se sentía culpable, a veces, las personas que vemos más felices son las que más sufren.

Allí sentado, observando la cantidad de dibujos que tenía del de cresta, se permitió dejar ir las lágrimas que tenía acumuladas desde horas atrás, permitió que la frustración lo embarga y se prometió ayudar en todo lo que pudiera, porque Horacio no se merecía eso.

Hate & LoveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora