Capítulo 14 - Me gustas

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Los cuentos están llenos de finales felices, donde los malos pierden y los buenos ganan, pero Horacio no vivía en un cuento y la vida real era muy diferente. Aquí no se ganaba por ser bueno, aquí los malos no eran llevados a prisión, no conocías a tu alma gemela y vivían felices por siempre, no, aquí no.

 
El joven de cresta aprendió aquello a muy corta edad, con una madre ausente y un padre que se ahogaba en alcohol para luego golpearlo hasta el cansancio, el moreno no esperaba a su príncipe azul, solo quería alejarse de aquel infierno que se encontraba en las cuatro paredes que llamaba hogar.

Su infancia no fue la mejor, se vio obligado a abandonar su niñez para poder sobrevivir, no conocía lo que era el amor o el cariño, ni siquiera sabía que eso existía.
Conocer a Gustabo en un primer momento fue caótico, el rubio tenía todo lo que el anhelaba, una casa en la cual no sentía miedo, unos padres que lo quería y una gran habitación. Mentiría si dijera que en un principio no sintió envidia por esa vida, hasta el punto de sentirse miserable con la suya y dejar de hablar con su amigo por ello, huyendo de las ilusiones de algo que no tendría jamás.

Pero su amigo no se dejaba vencer a pesar de que Horacio trataba de alejarle. Con el tiempo, Gustabo se transformó en una vía de escape. Estando con él podía olvidarse de todo, de su padre, de los golpes, de la falta de amor, con él había encontrado el apoyo necesario, con él se había sentido querido y protegido.

Llegó un punto en el que el de cresta se vio en la obligación de contarle todo a Gustabo, ya no podía ocultar los golpes que se expresaban por todo su cuerpo, ya no quería inventarse excusas y teniendo en cuenta que ambos estaban llevando su relación a algo más que amistad, en algún momento debería decirlo, porque la gente no va teniendo golpes por que sí y Gustabo no era tonto.

El rubio se enfadó mucho ese día, pero dejó que Horacio se desahogara y lo apretó en un fuerte abrazo diciéndole que todo estaría bien. El moreno quiso creerle, se aferró a las ropas de Gustabo no queriendo soltarle, teniendo esperanzas en que todo cambiaria algún día.

Desde ese día, ambos se propusieron cuidarse entre sí, aunque poco podían hacer por el momento.

Cuando Gustabo se mudó solo, al cumplir la mayoría de edad, le ofreció a Horacio vivir con él. El otro no lo pensó, simplemente tomó las pocas cosas que tenía en su armario y se fue, sin decir nada, incluso ambos se cambiaron de colegio para que el padre no los encontrara.

Pero si algo sabía el de cresta, era que la suerte no duraba para siempre y la felicidad tampoco. Mientras caminaba en la noche a casa de Gustabo fue interceptado por aquel hombre de barba frondosa que se hacía llamar su padre, lo primero que llegó a él fue el olor a cerveza mezclado con suciedad, se llevó la mano a la cara debiendo taparse la nariz en un intento de alejarlo, luego lo escuchó hablar y seguidamente llegaron los golpes, el hombre no estaba solo, pero su acompañante no hizo nada por ayudarlo, lo siguiente que supo fue que despertó en un hospital.

Su amigo insistía en que debía denunciarlo pero Horacio se negaba, hacerlo significaba que terminaría en un hogar de acogida, lo alejarían de Gustabo y le quitarían su libertad, se negaba a pasar por eso.

Como pudo, convenció al rubio de no hacerlo, en poco menos de un año Horacio sería mayor de edad allí podría denunciarle, o al menos lograr que se mantuviera alejado bajo amenazas de hacerlo.

Con esas ideas en mente, el de cresta comenzó su último año de preparatoria, tenía un objetivo del cual no se desviaría, al menos eso fue lo que pensó, hasta que el destino decidió cruzarlo con alguien más.

Viktor Volkov, ruso y totalmente inexpresivo, no diría que fue amor a primera vista, en un principio Horacio sintió simple curiosidad, de vez en cuando se quedaba observándolo, dándose cuenta de un pequeño detalle, al ruso le gustaba su amigo. Aquel descubrimiento no le sorprendió, había conocido demasiada gente que no mostraba su orientación sexual abiertamente o que incluso la negaba, y creía, a juzgar por su actitud, que Volkov era de los segundos.

Los días iban pasando y Horacio se encontraba a sí mismo sorprendido por la atención que le prestaba a aquel chico de cabellera grisácea, incluso Gustabo se había percatado de su no tan obvia fijación.

- No te conviene.

Le dijo una tarde mientras se encontraban en la cafetería, el de cresta había desviado su vista hacia el ruso sin darse cuenta, lo observaba, enfrascado en algún apunte, notablemente incómodo con las personas que se encontraban a su alrededor.

Horacio lo sabía, tenía claro que alguien como Volkov no se acercaría a él ¿Qué le podía ofrecer? Absolutamente nada, se encontraba totalmente desamparado, viviendo en una casa que no era suya, no tenía el mejor trabajo y debía estar huyendo constantemente de su padre, quien cada vez que lo encontraba le propinaba una paliza, sin mencionar las veces que lo atacaban por simplemente ser él. Ni siquiera creía que fuera digno de una persona tan pura.

Por azares del destino ambos se vieron envueltos en realizar una tarea que llevaría varias semanas, Horacio no podía negar que se encontraba emocionado por poder hablar con él, después de estar unos días en cama debido a los golpes de unos descerebrados, aquella noticia le subía el ánimo de sobremanera.

El moreno no se caracterizaba por ser una persona sutil, jamás podía quedarse callado, fue por ello que no pudo evitar soltarle al ruso que sabía que estaba enamorado de Ivanov, o al menos que le gustaba. En una situación como aquella los nervios le habían ganado, si el ruso tenía alguna especie de ataque de pánico en las alturas él le seguiría, no tenía dudas. Cuando lograron bajar, supo el inmenso error que había cometido, y lo confirmó con aquel altercado en la sala de estudio.


Jamás había visto al ruso alzar la voz y menos utilizar palabras tan hirientes, pero se lo merecía, se había metido en donde no lo llamaban y recibió su merecido.

A pesar de aquello por alguna razón, quería pensar que no era lástima, el ruso le siguió hablando e incluso podía jurar que se hacían más cercanos, pero Horacio no quería hacerse ilusiones, no quería creer que Viktor se acercaba a él por algo más que no fuese amistad, se negaba a que algo más sucediera, no estaba preparado para exponer su corazón a algo así, además el ruso ya tenía una persona a quien querer, que no fuera correspondido no quitaba ese hecho.

Sin embargo, Horacio estaba acostumbrado a que las cosas salieran contrarias a como las quería, y la fiesta fue una prueba. Esa maldita fiesta la cual le costaba entender ¿Qué había sucedido realmente?

Él iba algo alcoholizado pero necesitaba más que un par de cervezas para olvidar aquella noche.

Luego de encontrar a Volkov, casi arrastrándose por las paredes de lo borracho que iba, lo llevó a su habitación como pudo, no quería pedir ayuda seguramente el resto estaban igual que el ruso.

Sintió el golpe que dio su cuerpo en el piso, provocándole un quejido por el dolor del impacto, lo siguiente que supo fue que Viktor estaba encima suyo uniendo sus labios.

Al principio no se movió, lo que estaba sucediendo era demasiado surrealista, creía estar dentro de una alucinación, quizás consumió más alcohol del que creía.

Cuando el ruso abrió su boca y sacó su lengua, instando a Horacio a abrir la suya fue que reaccionó.

Lo más lógico sería que el moreno se alejara, después de todo el ruso estaba borracho y Horacio no quería pasar esa línea que se había auto impuesto. Sin embargo, los instintos pesaban más, eran ellos los que le habían ayudado a sobrevivir hasta el momento, no podía desecharlos así como así, sentía el calor subir por su cuerpo y el corazón comenzó a bombear rápidamente provocando que sus latidos aumentaran.

Lentamente fue abriendo su boca, permitiendo que la lengua del ruso se adentrase en ella. El beso comenzó lento, Viktor llevó su mano a la mejilla derecha de Horacio mientras este tenía las suyas en la cintura del contrario.

El de cresta se elevó, llevando al ruso a que quedara con su espalda sobre el suelo, teniendo en cuenta que iba borracho sería lo mejor. Sus labios nunca se separaron, Horacio ladea su cabeza para tener mayor acceso y estar más cómodo, pudiendo profundizar el beso. Sus labios chocaba y los suaves ruidos que hacían sus lenguas eran opacados por la estridente música de afuera, envolviéndolos en una burbuja donde los jadeos no faltaban.

El menor sintió como la mano del ruso se colaba por debajo de la sudadera, un escalofrío recorrió su columna haciendo que dejara de besarlo y abriera sus ojos para poder observarlo.


El ruso tenía sus ojos puestos en él, mientras la mano seguía deslizándose por su espalda, provocando que la piel se le erizara. Apenas veía sus ojos por la oscuridad que reinaba en su habitación pero podía notar algo en ellos, algo que no estaba horas atrás

- ¿V-viktor? - se animó a pronunciar, quería comprobar que el ruso estuviera con sus sentidos en orden - ¿Q-qué haces?

Este no respondió sino que elevó su cara, volviendo a besarlo y Horacio se dejó hacer, no podía negar que deseaba lo que estaba pasando, eran demasiadas las veces que soñó con ese momento aunque su mente lo negara ¿Qué mal harían unos cuantos besos?

El ambiente fue subiendo de tono, la lujuria no dejaba pensar al de cresta, solo podía sentir su corazón desbocado y las suaves caricias sobre su piel que enviaban un choque eléctrico a su sistema nervioso.

En un suspiro, se deshicieron de las prendas superiores y pasaron a la cama para estar más cómodos. Tiernos besos fueron depositados en la piel del moreno, por su cuello, su cara y su torso, Horacio jadeaba con expectación sin poder detener a Volkov, quien parecía saber lo que estaba haciendo sin emitir una palabra.

El moreno se recostó mientras sus sentidos eran bombardeados por dulces sensaciones, al menos hasta que notó que los besos se habían detenido. Elevó su cabeza en búsqueda de aquel chico que le robaba la cordura, una amplia sonrisa se mostró en su rostro seguido de una fuerte carcajada.


Viktor se había quedado dormido.

Como pudo, lo arrastró hasta quedar en una posición en la que ambos pudieran dormir plácidamente, se colocó a su lado observando los detalles de su rostro, sus pestañas extremadamente largas, los labios finos que tenían un rastro de color, la nariz algo pequeña y su pelo, despeinado por lo que estaban haciendo con anterioridad. Llevó su mano derecha a la mejilla, acariciándola suavemente y suspiró, debía aceptar sus sentimientos, ya no podía mirar hacia otro lado.

- Me gustas – susurró, para luego cerrar los ojos quedándose completamente dormido.

Hate & LoveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora