Capitulo XVIII

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Sadie 

Los sueños de Sadie eran demasiado normales que podía considerarlos aburridos. Muchos de ellos no ocultaban grandes secretos, ni enormes significados, la mayoría de ellos no tenían sentido. 

Pero a veces, tenia un sueño recurrente. Un sueño que a la vez era un recuerdo de su pasado, y era el mas triste que guardaba en su cabeza. 

Era una pequeña niña rubia llorando en las escaleras abrazada a su muñeca favorita cuando vio a su padre bajar las escaleras con una maleta mientras su madre y él gritaban, Sadie siguió a su padre a la salida y entre grandes lagrimas le pedía que no se fuera mientras se aferraba a él. Esperaba una mirada de lastima, esperaba que la tomara en sus brazos, la abrazara y le dijera que todo estaría bien, que prometería llamar. 

Pero nada fue asi. El hombre retiro sus brazos con tanta fuerza que el cuerpo de la niña se tambaleo hacia atrás provocando que se cayera sentada al suelo con la muñeca a su lado, la miraba de una forma horrible, el olor a alcohol siempre estaba presente en ese hombre al igual que sus ojos inyectados de sangre. "No estorbes en mi camino, niña", la pequeña lo mira con los grandes ojos cargados de lagrimas "papi no te vayas, papi quédate, papi te quiero". El hombre se rio amargamente que el pequeño corazón de la niña se estrujo "¿quererme? por favor Sadie, es lo que menos debería hacer, no deberías quererme, porque a ti nadie te querrá nunca".

Sadie lloro demasiado, abrazada a su muñeca hasta que las lagrimas dejaron de salir y solo se convirtieron en sollozos ahogados. Los brazos de su madre la alzaron al encontrarla y la acurruco en los mismos mientras la llevaba adentro, "ahora nos tenemos a nosotras dos, y eso es mejor que nada" había dicho su madre tras limpiarle las lagrimas. 

Y así fue durante varios años, hasta que Sadie creció y odiaba eso. 

Odiaba verse al espejo y pensar que compartía un parecido con su padre, con el hombre que la abandono de una forma tan cruel y fría, el que siempre olía a alcohol y discutía hasta altas horas mientras la niña se aferraba a su muñeca. Odiaba ver que tenia el cabello del mismo tono rubio que él lo tenía, los ojos celestes y el rostro redondo.  Deseaba ser mas como su madre, tener esa larga melena color chocolate y los ojos parecidos al color miel, el rostro afilado y su piel que parecía ser besada por el sol. 

No se consideraba una chica guapa ni mucho menos, pero también sabia que sus problemas e inseguridades eran banales para el resto de la humanidad. 

Por largos años, siempre fueron ella y su madre contra el mundo. Sabía que su madre la amaba mas que a nada, se esforzaba en trabajar demasiado para comprarle todo lo que pudiera a su hija. Sadie no tenia problemas con ello, no podía recriminarla o algo parecido. 

Era algo triste que solo se vieran un par de horas al día, su madre besaba su mejilla todas las mañanas antes de irse al trabajar despidiéndose con un "te amo", dejando a la rubia completamente sola con sus pensamientos, y cuando pensaba era cuando peor la pasaba.

Porque el cruel sentimiento de que era igual a su padre aparecía cuando se veía al espejo. 

Sus recuerdos sobre el hombre no eran felices cuando se ponía a pensar profundamente en eso, un pobre borracho desempleado que tuvo la mala fortuna de embarazar a su novia y que con ello llegara la criatura a la cual se debía encargar de proteger.

Puras mentiras. 

Y cuando Sadie bebía, y a veces demasiado como para acordarse de lo que hacía al día siguiente, es cuando mas se atormentaba "mira papá, soy igualita a ti" podía decirle si es que alguna vez llegaran a verse. 

Twisted Lies| [Secrets #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora