Después de haber escuchado el sublime nombre del Rey de los bosques de Maldovia, y después de haberse sentido feliz por saber su nombre, Naurim observó lo que tenía enfrente. Era una cueva. Estaba rodeada por plantas y árboles, y olía a humedad. Era el lugar en el que menos Naurim quería estar. No era porque fuese muy vanidosa. No deseaba estar allí porque tenía miedo a la oscuridad y a los animales de las cuevas. Pero luego recordó algo que le hizo querer entrar. Se acordó de que la piel de su cuerpo y de su rostro estaban enfermas y muy dañadas. Sintió incluso vergüenza de que Riopeo la hubiese visto así. Y de seguro él habría notado todas sus imperfecciones, pues las estrellas reflejan una luz que lo ve todo.
Se adentró en su cueva, y recordó las palabras de Riopeo: "No permanecerás aquí por mucho tiempo". ¿Sabía Riopeo algo que no le había contado a Naurim? ¿Vendría alguien a buscarla? ¿Acaso vendría Meslar a su cueva? Pero la acomplejada Reina decidió no hacer las preguntas que sentía en su corazón. Para ello, hubiese tenido que mostrar su enfermo rostro ante una luminaria, y no quería ser juzgada ni rechazada como le había sucedido con el Rey Ridan. Le pareció un pensamiento mal infundado, pero aún así calaba hondo en su alma el rechazo que había vivido por la enfermedad de su piel. Parte de ella no quería tampoco que el Rey de los bosques fuese a visitarla. De seguro él pensaría que ella era muy horrible por su piel y muy sucia por vivir en una cueva. Él, seguramente, era un hermoso león con una bella y majestuosa melena, y poseedor de un gran castillo.
-Querida, veo poca luz en tu triste corazón -le dijo Riopeo, y a Naurim le pesó mucho escuchar esa verdad. -Debes expresar siempre lo que sientes, así sean carcajadas o lágrimas. El silencio lastima el corazón. Pero tranquila, oh Reina, que no debes contarme todo a mí. Debes hacerlo contigo misma. No puedo darte una luz que no podrás comprender -le explicó. -Ahora debo volver al cielo, pues ya he cumplido mi encomienda -añadió, y se marchó hacia su lugar entre las lumbreras.
Habiéndose ido Riopeo a su lugar en el cielo, Naurim sintió deseos de cantar. Desde que había sido encerrada en la torre más lejana y sucia de su castillo, había cesado su deseo de hacerlo. Sucede que en ocasiones las personas pierden el deseo de hacer lo que aman cuando son rechazadas y acusadas de algo que no son. Por eso es importante mostrar bondad y amor, y nunca juzgar, pues quien ama no juzga. Pero el Rey Ridan solo pensaba en su poder y en que no quería que su Reina fuese una mujer enferma, porque para él, el valor de las personas se hallaba en su piel y no en sus corazones. A pesar de eso, Naurim pudo enfrentar su propia tristeza. Se acercó aún más a su cueva, la miró con cariño, y comenzó a cantar. Quizá fue la magia de la Canción Verde de la que Riopeo le había hablado la que le hizo desear cantar; una magia de almas endulzante. La canción era una que había aprendido cuando era una pequeña niña, y que cantaba cuando recordaba que su padre también la había despreciado al haberla abandonado sin buena razón alguna. Al cantarla, sintió nostalgia, y lloró, pues todos lloran al recordar su niñez y al tocar las heridas con los pensamientos. La canción decía así:
Albores del cielo...
¡cuán hermosos son!
Como mis mejillas,
sonreirán si lo hago yo.No me desampare
la alegre felicidad,
que todos los días
me acompaña con bondad.De todas las aves
solo llega el ruiseñor;
me dedica su armonía
con delicia y con loor.Y al ver por mi ventana
hallo el cielo con su luz,
tenue como pincelada
y muy lleno de virtud.Hay sombras y penumbras
dentro de mi corazón;
me hieren con ternura;
necesito mi dolor.Nunca sabré yo
lo que pudo haber sido;
quizás muy bien o mal;
un amor nunca rendido.Hoy aquí en mi soledad,
con tristeza y gran vacío,
solo espero el momento
del fin de este día sombrío.Y en el bosque, en los cercanos alrededores de la cueva, muchos escucharon aquella dulce y deleitosa melodía que del corazón de Naurim brotó. En los días subsiguientes, los animales del bosque se acercaban para llevarle de comer a la cantora de la cueva. Ellos añoraban escuchar su dulce voz, y por eso le llevaban frutas, nueces, almendras y ramas de árboles de pino. Los jóvenes vivientes de los ríos, incluso, se levantaban de su constante flujo para danzar alegremente con las jóvenes también vivientes de los ríos. Incluso los coquíes, esos pequeños y patrióticos amigos, cesaban su humilde canto para escuchar a Naurim. Los árboles; ceibas, flamboyanes, robles, cedros, magas, guayacanes, jagueyes, almácigos, cupeyes y alelíes, tenían también prestos sus oídos de madera al admirable canto de la Reina, y movían sus ramas llenas de hojas, como adorando la música, y como acompañando aquella confluencia melódica con sonidos de flautas, provenientes del viento que chocaba contra sus ramas. El bosque había despertado para orquestar uno de los más bellos acompañamientos musicales de su historia, como si un hijo pródigo hubiese regresado a su hogar.
Si debía cantar para expresar su tristeza, así lo haría, tal cual Riopeo le había aconsejado, para sanar su corazón y encender de nuevo su luz. Así fue como entonces, todos los días, la voz de la Reina Naurim se convirtió en un misterioso cántico, pues siempre cantaba desde adentro de la cueva. Le avergonzaba incluso que los animales pudieran ver su rostro. O incluso los árboles, pues si aquel era un bosque mágico, era posible que los árboles la pudieran estar observando. Por eso prefería cantar y no dejarse ver, porque Naurim había comprendido que se sufre menos si se habla con el alma y no con el rostro. Todos pueden juzgar muy fácilmente un rostro enfermo, pero nadie el alma. Por eso un misterioso cántico es hermoso.
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El Señor de la Canción Verde
FantasyUn alma despreciada y rechazada por magia oscura; un ser apreciado y amado por magia benigna. Es una historia sobre rechazo, desprecio, inseguridad, soledad, magia negra y magia benigna que convierte todo lo malo en bueno. Es un relato en el que tod...