2- Lágrimas de madrugada

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El ambiente tenso que había comenzado el día anterior seguía en pie. Mantenía a todos observando a su líder, el león. Entonces todos notaron lo que Naurim había notado. Todos vieron a Meslar débil, cansado y con temor. Parecía como si su magia se hubiese acabado, o como si se hubiese ido hacia otro lugar. Dudaron, por un instante, si Meslar estaba realmente listo para la batalla que a todos les esperaba. Necesitaban verlo fuerte y seguro, pero parecía como si en el Señor de la Canción Verde hubiese cesado la melodía de los bosques. Hubo silencio y hubo temor entre todos.

Pero los seres que poseen un fuerte espíritu nunca se rinden. Siempre se levantan de la más fuerte caída. Y Meslar, que era un ser muy mágico, tenía un espíritu inmenso. Él no dejaría que su ánimo hiciera decaer a su pueblo. Parecía como si quisiese ocultar algo, para que nadie lo notara. Los seres benevolentes no suelen mostar sus lágrimas. Entonces dio otro fuerte rugido que sacudió aún con más fuerza todo el entorno. La proeza de su fortaleza despertó el ánimo de todos, pero su cuerpo sufrió mucha debilidad. A Meslar le sucedía algo. A Meslar le sucedía tristeza y pesar, pero el sonido de la voluntad de su espíritu fue mucho más fuerte que su congoja. A pesar de eso, llenó sus fauces de valientes palabras:

-Preparaos, pueblo mío, que hemos de luchar contra las fuerzas oscuras que quieren quitarnos la paz, y a la hija que hemos adoptado, cuyo vientre alberga también un hijo nuestro. ¡Luchemos por nuestra patria; batallemos por nuestra tierra! ¡Valentía y perseverancia!

Todos alzaron sus manos, sus voces y sus armas. Hubo júbilo y gozo en el castillo de Meslar, el Señor de la Canción Verde. La mágica melodía del bosque volvió a resurgir, como en un último suspiro de vida. Los árboles movieron sus ramas, las aves cantaron jubilosamente, los duendes golpearon el suelo con sus pequeños pero decididos pies, los gogglins (hombres muy robustos, de blanca piel y de cabellos rojos siempre) agitaron sus abundantes barbas rojas, los animales hicieron sus sonidos de fiereza, los coquíes cantaron con más patriotismo, los ríos se agitaron, las praderas retomaron su fuerte color verde, las montañas recuperaron su aire de grandeza, Naurim sonrió y se sintió alegre, los insectos movieron sus pequeñas patas, el aire se revolvió y la tierra se rió a carcajadas. El león había devuelto a su bosque la magia regocijante que le pertenecía. Sin embargo, todos estaban intranquilos en el fondo.

Esa noche nadie durmió tranquilo. No era porque estaban tristes, ni porque estaban asustados. Era porque se estaban preparando para dar la vida por su bosque. Todos estaban muy llenos de orgullo. Un solo día fue suficiente para reunir un gran batallón de guerreros dispuestos y orgullosos. Ocuparon todo el terreno alrededor de los jardines del castillo de Meslar. Eran miles de criaturas del bosque. Eran todos personajes de cuentos mágicos: gogglins, duendes, animales parlantes, enanos, záferes (hombres azules), gigantes, hombres hoja, estrellas estacionarias y fugaces, hombres de los árboles y elfos. Eran todos un mito para los hombres fuera del bosque, pero muy reales para los niños que creen en los cuentos.

Ya de madrugada, cuando el sol despertaba los primeros rocíos, mientras Naurim se hallaba en su torre, la más alta, esbelta y hermosa y adornada del palacio, alguien tocó su puerta. Al abrirla, vio que era el noble duende Melgrim. Era el principal vasallo de Meslar, así que era muy confiable. Poseía un alma muy sabia, muy noble y muy humilde. Se parecía mucho en su carácter al león.

-Debes venir, Naurim. Meslar solicita que tú y yo vayamos ante él -le dijo Melgrim, con un rostro serio y un poco triste.

Naurim pasó delante de él, y Melgrim le cerró su puerta de la torre. Fueron ante Meslar, que se hallaba en su trono (no una silla, sino un piso de mármol más alto que el de la sala del trono, con hermosos diseños nobles). Se detuvieron ante los escalones que guiaban a Meslar, porque Meslar comenzó a bajar de su trono, hasta llegar a estar frente a ellos.

-Los he llamado porque los necesito. Ustedes no irán a la batalla, pues irán a otro lugar. Es necesario que no fallen en su misión -dijo Meslar. Aquel momento no pareció apto para hablar, sino para solamente escuchar al Rey de los bosques. -Deben dirigirse a la Cueva del Refugio, y permanecer ahí hasta que todo pase -añadió.

-¿Cómo sabremos que ya todo habrá pasado? -preguntó Naurim, con ojos brillosos, porque estaban llenos de lágrimas. Sabía que quien la había amado cuando fue despreciada sufriría mucho dolor.

-Querida, los dioses del bosque tienen control de todo. Ellos siempre harán triunfar el bien, pero solo si hacemos las cosas correctamente. Deben estar atentos, para que vean sus señales -contestó Meslar dulce y apaciblemente.

Melgrim quitó su sombrero, y dijo:

-Rey mío, déjame acompañarte a la batalla. No quiero dejarte solo, amigo mío -y se llenaron sus ojos de lágrimas, y lloró inocentemente, como un niño. Los ojos de Meslar también mostraron brillo de llanto. ¿Quién no ha llorado en una madrugada sintiéndose triste? Los seres llenos de amor siempre lloran.

-Mi fiel amigo y hermano, su misión es también parte de la batalla. Aunque no estén conmigo, me estarán acompañando -explicó el león.

Naurim quiso preguntarle a Meslar por qué se sentía tan triste. Quería saber por qué un ser tan noble como él estaba tan lleno de una nostalgia pasada y un dolor futuro. Pero pensó que solo debía hacer lo que su Rey le pedía. Esa era la única manera de ayudarlo. Sin embargo, un abrazo es siempre necesario para quien llora y sufre en silencio. Naurim se abalanzó sobre la abundante y aterciopelada melena blanca del Señor de la Canción Verde, y apretó sus blancos mechones. Melgrim, como era un duende, solo alcanzó a abrazar el pecho de Meslar. Ambos sintieron el calor de su gran melena, y mojaron sus cabellos con lágrimas sinceras. Y montados sobre un caballo blanco con pintas marrones, con alas, se dirigieron hacia la Cueva del Refugio.

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