Habían pasado ya ciertos meses desde que el Rey Ridan había acusado a la Reina Naurim de ser una bruja hechicera. Pero ahora, en el Castillo de Maldovia había una nueva Reina. Su nombre era Alzira, quien se había casado con Ridan poco días después de que Naurim hubo logrado escapar. La Reina Alzira estaba por dar a luz, y Ridan estaba muy contento; tendría el heredero que tanto anhelaba. Mientras tanto, en el castillo y en el reino todos continuaban creyendo que el día en que la Reina Naurim hubo logrado escapar, había sido descubierta por el Rey Ridan realizando negra hechicería en contra de él. Desde entonces, todo había cambiado en el castillo. Ya los pasillos y los jardines del mismo no escuchaban el hermoso canto de Naurim. Ahora solo escuchaban palabras de orgullo, maldad y soberbia de parte de la Reina Alzira. Ni siquiera los jardines de la Reina estaban bien cuidados, pues no todas las almas tienen la humildad de cuidar seres tan sensibles como las flores.
En ocasiones, el Rey Ridan extrañaba mucho a Naurim, pero su orgullo no le permitía aceptarlo. Le hacía mucha falta escuchar la voz y ver el rostro de quien un día fue su amada Reina. Pero tal como sucede con la mayoría de quienes cometen actos malvados, Ridan no quería aceptar la verdad porque lo avergonzaba. No quería aceptar ante todos que había sido él realmente quien había intentado algo muy malvado contra la Reina de los hombres de Maldovia. Si así lo hubiese hecho, hubiese perdido el honor y el noble derecho de ser el Rey.
Pero un día en que se hallaba solo en su torre, siendo ya de atardecer, una opaca luz se asomó en su balcón. Se asustó mucho, pues nunca había visto algo así en su habitación. Aquello comenzó a acercarse a él, y Ridan empuñó su espada. Era una estrella, pero no con un semblante amable como el de Riopeo, ni brillante como las buenas estrellas. Tenía una expresión oscura, tenebrosa y lóbrega. Era Duffimel, la estrella bruja. Se acercó al Ridan con actitud muy imponente, y éste le contestó:
-¡No te acerques más, o usaré mi espada!
-Oh, Ridan, tú no quieres usar tu mágica espada contra mí. He venido a reclamar lo que me debes. Y no olvides, Ridan, que si me niegas lo que pediré, morirás al instante -dijo Duffimel, amenazadoramente, con una mirada muy fría y sagaz, y haciéndole recordar a Ridan el hechizo de muerte. -Pero para asegurarme de que cumplas tu parte, te tengo algo muy valioso que puede hacer perpetuar tu reinado -aseguró la estrella tenebrosa, con una sonrisa de maldad.
-¿Qué es lo que tienes? -preguntó Ridan, con mucha curiosidad.
-Conocimiento, Ridan. Sé algo que tú no sabes -contestó Duffimel algo cortante. -Tu reino y honor depende de ello -añadió maliciosamente.
-¿Qué me pedirás a cambio? -preguntó Ridan, con muchos deseos de saber. Sin darse cuenta, su corazón estaba dado a la maldad, porque su corazón estaba falto de humildad.
-Yo solo quiero vengarme de quien me maldijo a vivir en un lugar al cual no pertenezco. Mi padre, Riopeo, me desechó de mi lugar en el cielo de las estrellas. Pero ellas están protegidas por la magia del león de los bosques y de las estrellas, así que primero tengo que ir tras él -evitaba decir su nombre. -Si su vida se extingue, también la poderosa magia que protege a mi padre -explicó la estrella. -Pero para eso -tomó una pausa, -necesito tu ejército, pues todo el bosque; los árboles y tierras, todas las criaturas mágicas, e incluso las estrellas, está de su lado -finalizó, reconociendo la poderosa e inmensa magia del Señor de la Canción Verde.
Ridan, que no estaba convencido de aquella razón que la Duffimel le había dado, no creía en las estrellas ni en los leones mágicos ni en ninguna otra cosa mágica proveniente de los bosques. Pero Ridan no quería morir, así que evitó negarse a Duffimel por precaución, pues sabía que Duffimel poseía poderes oscuros.
-Perderás tu honor y tu reino si no lo haces -añadió la estrella tajantemente. -¿No quieres tú saber lo que yo sé? -insistió Duffimel, para convencer a Ridan con tal de alcanzar su lóbrego propósito.
Y Ridan, que era muy celoso con su poder y su reino, se tomó otro momento para pensar. Aquello que la estrella le decía le parecía bastante deseable. Ridan estaba atado por su orgullo, mentira y vergüenza. Quería saber todo lo que pudiese quitarle su poder, para enfrentarlo y acabarlo. De todas formas, sucedió algo que casi siempre sucede: la maldad instiga muy fácil en un corazón que ya está lleno de maldad. Ridan aceptó el pedido de Duffimel, sin saber a lo que se enfrentaría en el bosque. Al hacerlo, el hechizo no se rompió, pero Ridan pensó en atacar a Duffimel con su espada en cuanto Duffimel poseyera su ejército. De esa manera se desharía del hechizo que lo ataba y de cualquier otra maldición mágica que Duffimel pudiera lanzarle. Luego de esto, Duffimel le dijo:
-Naurim, a quien llamas bruja traidora, está por dar a luz tu heredero al trono. Mis hermanos, las estrellas del cielo, dicen que nacerá el mismo día que el hijo del vientre de Alzira. Todos sabrán que el hijo de la Reina Alzira no es el primogénito del Rey cuando no puedas levantar la corona en la ceremonia del Príncipe Primogénito de la Mesa de Plata. Entonces, cuando eso suceda, perderás tu poder y serás condenado al fin de tu vida por la Mesa. Si no haces nada al respecto, el hijo que la bruja ha de tener se vengará un día contra ti para quitarte todo lo que tienes y reclamar lo suyo. Pero el bosque, las estrellas y las criaturas del bosque protegen a la criatura que está por nacer y a la bruja que un día fue tu esposa. Un león, el Rey de todos ellos, los protege a todos con una poderosa magia. Si me ayudas podré acabar con la vida del león, y morirá también la poderosa magia que los protege a todos. Con tu ejército, podrás darle fin a la vida de tu primogénito heredero, y yo podré vengarme de mi padre. Si eres realmente sabio, no ignorarás mis palabras. Si te niegas a concederme mi petición, morirás y perderás todo lo que tienes -Ridan entonces se dio cuenta de que la muerte lo esperaba por todos lados, según Duffimel.
-Tendrás que mostrarme que lo que dices es cierto, si quieres que cumpla con mi parte -exigió Ridan, porque no creía en el hechizo que Duffimel le había versado.
-Lo verás con tus propios ojos, pero no porque la confianza sea necesaria para que el hechizo se cumpla, sino porque eres el hijo del linaje rebelde, y si no ves, no crees. Y si no crees, no obtendré lo que quiero, porque atacarme con tu espada significará la negación que traerá tu muerte -dijo Duffimel, mostrando su negra y hechicera sabiduría, y su oscura sapiencia, pues el mal sabe siempre lo que piensa el mal.
Le sucedió entonces a Ridan lo que suele suceder en las almas llenas de maldad: encuentran la salvación de su maldad en la maldad. De otro modo, estas almas se entregarían al bien pagando con su vida por el costo de su malignidad, pues morir al mal entregando la vida es la metafórica y literal manera en que se alcanza salvación de la maldad, pues del bien no se necesita ser salvado.
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El Señor de la Canción Verde
FantasyUn alma despreciada y rechazada por magia oscura; un ser apreciado y amado por magia benigna. Es una historia sobre rechazo, desprecio, inseguridad, soledad, magia negra y magia benigna que convierte todo lo malo en bueno. Es un relato en el que tod...