3- Benevolencia y bondad

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Ya en el valle de Badir, las tropas enemigas estaban de frente. Había un espacio muy grande entre ellas. Era suficiente para que ambos batallones adquirieran mucha velocidad al correr. Como líderes de los hombres, estaban Ridan y Duffimel, la estrella oscura. Como líder de los del bosque, estaban Meslar y Gorin, su principal hombre de batalla. Todos estaban vitoreando, gritando y sacudiendo sus armas, como señal de valor. Las estrellas ya habían bajado al campo de batalla, pues estaban esperando a que la madrugada se extinguiera por completo. La estrella oscura vio a su padre, Riopeo, bajar, y se llenó de mucha más ira.

Estando ya todos agitados y preparados para el comienzo de la batalla, los del lado de Ridan sonaron sus trompetas. Estaban avisando que estaban listos para agitar sus espadas. Los del lado de Meslar, sin embargo, sonaron chofares que llenaron todo el valle de Badir. Entonces comenzó la corrida. Unos corrían por venganza y mentiras; los otros por justicia y libertad. Pero entonces sucedió algo que nadie esperaba. Meslar se adelantó demasiado; tomó demasiada delantera. Estaba él solo al frente de los suyos, sin protección alguna excepto su valentía. La estrella oscura se dirigió hacia su padre, y olvidó que él habría de atacar al león con su negra hechicería; fue su sed de venganza mucho más grande que él. Ridan entonces se sintió solo, pero hizo algo para no avergonzarse. Se adelantó también mucho, tal como Meslar había hecho, para que sus soldados vieran que no tenía miedo de enfrentar a un león mágico. Ridan quería que en los libros hablaran sobre su valentía al enfrentar al Gran León Blanco.

Ridan empuñó su lanza, y la apretó lo más fuerte que pudo. No podía ser débil si quería enfrentar a un majestuoso y enorme león. Meslar, sin embargo, no tenía armadura alguna. Solo sus fuerzas, sus garras, dientes y magia era todo lo que tenía para batallar. Pero al estar cerca de Ridan, en vez de abalanzarse sobre él para atacarlo, no hizo movimiento alguno para atacar o defenderse. Ridan entonces, empuñó su lanza completamente en el cuerpo del león. Allí, entonces, fue el último suspiro del Señor de la Canción Verde. Estaba en el suelo, sin vida, y con mucha tristeza en su último rostro. Parecía como si hubiese llorado antes de dar su último paso. Todos quedaron confusos, y por un instante, nadie supo qué hacer. Sin embargo, todos siguieron su corrida, porque los hombres, al ver a Ridan victorioso, se animaron aún más. Y los del bosque, al ver a Meslar derrotado, decidieron no rendirse por su libertad. Ridan entonces gritó:

-¡Al castillo por la bruja!

Los hombres de Ridan siguieron ganando territorio en el campo de batalla, e iban ganando mucha confianza. Cada vez, los del bosque eran menos. No mucho tiempo después, Gorin, el gogglin líder de batalla del ejército de Meslar, gritó:

-¡RETIRADA! ¡RETIRADA!

Entonces muchos se rindieron con honor, pero muchos también huyeron. Los que se quedaron, los de corazón valiente y noble, fueron amarrados. Las estrellas fueron las últimas en rendirse. Riopeo continuaba batallando contra su hijo, pero ya estaba muy cansado. Era una estrella muy anciana. La estrella oscura logró desarmarlo e inmovilizarlo con un oscuro hechizo.

-Hoy desecharé del cielo a quien me desechó a mí. Mi venganza será cumplida con honor -dijo Duffimel, hablando tal como lo hacen las estrellas oscuras.

-¿Cuándo has visto tú que la oscuridad define el destino de las estrellas nobles? No puedes quitarme algo que no conoces, Duffimel -contestó Riopeo, estando en el suelo. Y al intentar clavar su espada en su padre, la magia benigna de Riopeo era tan poderosa, que convirtió la espada en piedra. Duffimel, como no quería soltar la espada, se convirtió también en una estatua de piedra. Riopeo lloró. Pasó sus manos por el rostro de su hijo, a quien aún amaba, y sollozó como un niño en el cuerpo de un anciano. Porque sucede que cuando las almas se aferran a la maldad, nada benévolo puede cambiarlas.

Al haber llegado al castillo, Ridan no encontró a nada ni a nadie. Se molestó tanto, que lanzó su espada fuertemente contra el suelo de mármol del palacio. Los que habían huido, seguían preguntándose si los dioses del bosque los habrían acompañado a la batalla, pues Meslar no había podido usar su magia.

En la Cueva del Refugio, una helada brisa llenó todo el entorno. Era el llanto de los bosques de Maldovia.

-Ha sucedido -dijo Melgrim, al tiempo que se quitaba su sombrero. Naurim se asombró.

-¿Qué ha sucedido? -preguntó Naurim.

-Los dioses del bosque han suspirado tristeza. Meslar me dijo -se cortó la voz de Melgrim- que utilizaría la magia más poderosa -contestó.

-¿Cuál es esa magia? -volvió a preguntar Naurim, temiendo escuchar la respuesta. Melgrim la miró muy triste.

-La benevolencia y la bondad de entregar la vida por los que amas -contestó.

Naurim se llenó de un inmenso nudo de confusión, duda y tristeza. El ser que la había salvado ahora estaba sin vida por el bien de todos. Hizo la pregunta más dolorosa de todas, cuya respuesta es siempre conocida:

-¿Volverá?

-Esa es, precisamente, nuestra misión -contestó el duende Melgrim. -La batalla aún no ha culminado -añadió, y se secó sus lágrimas.

El Señor de la Canción Verde Donde viven las historias. Descúbrelo ahora