3- El retorno de la espada del Gran Mago

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Al otro día, muy temprano en la mañana, todos los soldados del Rey Ridan estaban ubicados en formación para un gran ataque. En el frente de todos ellos estaban el propio Rey Ridan y Duffimel. Muchos se preguntaban sobre aquel sujeto de oscuras ropas que se hallaba justo al lado del Rey, pero Ridan no respondía. Solo Alzira y él sabían sobre aquello. Todo debía realizarse con mucho secreto, para que nadie supiera del malvado plan de Ridan, quien tenía un aspecto algo tenebroso. Cuando finalmente hubo silencio entre todos, y cuando cesaron todos los murmullos, el Rey habló a sus soldados:

-Hoy enfrentaremos a las malvadas fuerzas que protegen a la bruja que traicionó al Reino de Maldovia. Pero primero, deberemos enfrentar a los seres del bosque que la protegen. Levantaremos campamento en el valle de Badir, y desde allí invitaremos a la batalla al Reino del bosque que protege a la bruja. ¡Todo sea por nuestro honor! ¡Gloria al Reino de Maldovia! -exclamó, al mismo tiempo que alzaba su espada.

Todos vitorearon las palabras del Rey Ridan. Estaban muy temerosos de lo que podrían encontrarse en las profundidades del bosque. Para todos los soldados, e incluso para el Rey Ridan, las historias que se contaban sobre un majestuoso león y las mágicas criaturas del bosque eran solo cuentos. Pero ahora, más que nunca, sabrían si realmente lo eran. Ridan trataba de imaginarse cómo sería aquel león, pero no lo lograba. Intentaba imaginarse al león en su castillo, sentado en un trono. Se preguntó también si aquel león podría hablar como las personas, pues fuera del bosque los animales no hablaban. Imaginó también que aquel león debía poseer muchas riquezas en su castillo. Muy seguramente nadie había podido llegar nunca al castillo del león para apoderarse de todo, pensó avariciosamente.

Ridan se sentía muy confiado. En ocasiones dudaba de poder cumplir su plan, pero al observar la gran cantidad de soldados que iban tras él, se tranquilizaba. Sabía que podía ganar la batalla.

Desplegó todos sus soldados hacia las entrañas del bosque. Al frente iban Duffimel y Ridan, guiando a todos los hombres. Aquello fue como si la oscuridad comenzara a adentrarse en un lugar lleno de luz y de verdor; como si una confusa música intentara confluir con una canción completamente armónica y perfecta. Los árboles se mostraban con miedo ante tantos soldados armados. Sus ramas se entristecieron, pues sabían que su tierra estaba pronta a sufrir mucho dolor; los árboles sienten y lloran el dolor de la tierra que los hizo nacer. Todo aquello era por una mentira que un día había nacido. Ridan aún se preguntaba si realmente Naurim era una bruja, pues las mentiras se convierten en verdad si se piensan lo suficiente.

Cruzaron la espesura del bosque, atravesando la incomodidad de los árboles y los arbustos. Bajaron pequeños acantilados, y subieron pequeñas montañas. El valle de Badir no se hallaba demasiado lejos. Por fortuna, las grandes cadenas de montañas y caudalosos ríos se encontraban mucho más allá de él. Sin embargo, a medida que los soldados avanzaban tras su Rey y tras su guía, Duffimel, admiraban la belleza de aquel bosque. Sentían un olor muy agradable. Era un olor que nunca habían respirado. Era un olor que incluso les hacía sentirse bien, y hasta culpables, extrañamente. Sentían también como si todo aquel verdor y color los invitara a dialogar y a cantar. Sentían incluso felicidad, de manera inexplicable. Pero todos pensaron que aquella sensación era un hechizo de la Bruja Verde, como ahora llamaban a Naurim. Todos entonces ignoraban todo aquello que veían, olían y sentían respecto al bosque.

Al llegar al valle de Badir, establecieron los campamentos de guerra. Los generales organizaron sus grupos y dieron las órdenes del Rey Ridan a sus hombres. Todos continuaban preparándose al seguir dando los cuidados a sus espadas, escudos y armaduras. Repasaban el plan de ataque una y otra vez, y se hacían preguntas los unos a los otros con tal de no fallar en su cometida. Estaban conscientes de que la Bruja Verde usaría hechicería contra todos ellos, y de que probablemente lucharían contra criaturas mágicas de los bosques, aunque muchos no creían esas cosas. Entre ellos comenzaban a cantar canciones épicas de valor, guerra y honor para perder el temor, pues perder la vida en una batalla es el temor más honorable para un soldado. Algunos de los cantos épicos decían así:

Valerosas armas
que defenderán
toda nuestra tierra
y que derrumbarán
a todos los contrarios
que nos enfrentarán;

El Reino de Maldovia
muy poderoso es,
porque si diez espadas
cuentan como cien,
¿cuánto más el valor
de sus hombres por el bien?

Y ya siendo de medio día, el Rey Ridan encargó a Cadir, su hombre de mayor confianza, a tomar el mando del campamento en su ausencia. Ridan iría acompañado de Duffimel, la estrella oscura, para llegar al castillo de Meslar, pues era quien sabía dónde se hallaba. Ridan quería ver el rostro del Rey de los bosques, aunque aún dudara de su existencia. Montado Ridan sobre un blanco corcel, y Duffimel sobre uno negro, partieron hacia el castillo del Señor de la Canción Verde. Allí conocería Ridan si eran ciertos o no todos los cuentos que sobre el bosque se contaban.

El Señor de la Canción Verde Donde viven las historias. Descúbrelo ahora