CAPÍTULO 0

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Mireia

Cuando me preguntaban qué quería ser de mayor yo siempre respondía que quería ser doctora, para poder salvar las vidas de la gente cuando fuera mayor, tal y como habían hecho con mi madre cuando yo apenas tenía siete años.

A medida que pasaba el tiempo e iba superando cursos, me di cuenta de que si quería llegar a tal profesión, debería hacer muchísimo esfuerzo. Y, a pesar de que las ganas no me faltaban, los dos cursos de bachiller no fueron bien para mí. Sobre todo por las compañías, por el ambiente y por la situación que mi familia estaba viviendo. Una nota impidió que mi sueño se hiciera realidad y, aunque parecía que mi vida se derrumbaba por no poder seguir el camino que había deseado durante toda mi vida, encontré un segundo plan que no parecía tan malo.

Fue entonces que decidí entrar en fisioterapia y, tras cuatro años intensos en los que me dediqué en cuerpo y alma a sacarlo adelante, pude graduarme felizmente, siendo de las primeras de la clase.

Para mí, eso no era suficiente. Aunque en bachillerato no había sido todo lo exigente posible, en la universidad me acostumbré a ser la mejor, no me podía permitir fallarles otra vez a mis sueños y principios. Y es por eso que ahora no puedo tomarme unas vacaciones a pesar de haber terminado la carrera, buscaba lo mejor y lo mejor acababa de llegar. La Selección española de fútbol había puesto el ojo en mí para ser la fisioterapeuta del equipo en la Eurocopa, y yo, sin pensarlo mucho, acepté, porque ¿quién no querría trabajar con la Selección? Es la oportunidad de mi vida.

Tras un mes entrenando duro, por fin ha llegado el momento de demostrar lo que el equipo ha trabajado y lo mucho que tengo que ofrecer como fisioterapeuta.

El sonido de la maleta al ser arrastrada por la acera parece contarle a todo el mundo que me marcho de Madrid. Las miradas están fijas en mí cuando camino por la calle, derecha a la casa de mi tío, Jesús Casas, segundo entrenador de la Selección y, en parte, una de las personas que ha ayudado a que mi esfuerzo se vea recompensado. Tengo ganas de comenzar este camino junto a él y, aunque ella no pueda decir lo mismo, también con mi prima, Julia.

—Hola, ¿estáis listos ya? — pregunto de forma animada cuando llego a la puerta de su casa y veo a ambos con sus maletas.

—Claro, en cuanto tu prima quiera dejar de quejarse nos iremos —me responde mi tío con cierta chispa, riéndose de ella. Lo único que consigue es que la morena ruede los ojos y suspire.

—Puedo hacer el trabajo de investigación desde aquí, no me hace falta irme con vosotros. Sabes que no soy fan del fútbol, que no conozco a nadie allí. No puedes hacerme esto, papá —la voz de mi prima incluso me da pena. La entiendo, tiene 19 años y lo último que querrá es irse con su padre a una ciudad desconocida y hacer un trabajo para una asignatura pendiente, pero sé que le vendrá bien para mejorar su comportamiento y forma de ser. Al fin y al cabo no deja de ser una cría recién salida del cascarón.

—Ya hemos hablado de esto muchas veces, Julia —el tono de mi tío refleja el cansancio de todas las veces que han hablado esto—. Ambos sabemos que tu comportamiento este año no ha sido bueno y se ha visto reflejado en tus notas. Si quieres seguir discutiendo está bien, pero en el avión.

—Vete a la mierda —murmura. Estoy segura de que no soy la única que lo escucha, pero mi tío decide ignorarla. Si sigue así, perderemos el avión.

Le regalo una sonrisa amable, compadeciéndola y tratando de demostrarle que estoy aquí, pero ella aparta la mirada, poniendo los ojos en blanco. No sé en qué momento nuestra relación empeoró de esta manera, pero no hay nada que pueda hacer. Y, es por ello que, aunque desee abrazarla para animarla, decido no hacerlo y agarrar la maleta para darme media vuelta y volver a salir por la puerta. Sé que tengo que llevarme bien con ella, sobre todo para que pueda hacer bien el trabajo y recupere la asignatura, así que no puedo enfadarme con mi prima. Esta vez no.

Mi tío ya ha cogido todo lo que necesitaba y nos deja paso para poder cerrar la puerta una vez salgamos. Abajo, frente al portal, un taxi nos espera. Cuando he subido a casa, ya estaba allí, así que estoy segura de que Julia les ha hecho esperar más de lo que pensaba. No tardo en subirme y mi tío y prima me siguen, después de dejar el equipaje en el maletero. la tensión se siente en el aire cuando la puerta del taxi se cierra y lo único que puedo hacer es rezar por que no vaya a peor.


Julia

Últimamente, las únicas veces que había cogido un taxi era para volver de fiesta con mis amigas. Era cierto que abusaba un poco de la libertad que mis padres me daban y que en el último año la había liado un poco, pero no me merecía lo que mi padre me estaba haciendo.

Quizás, para cualquier chaval de mi edad viajar a ver todos los partidos de la Eurocopa sea un sueño, pero para mí no y mucho menos si es con mi padre. Al ser el segundo entrenador de la Selección había decidido que debía ir con él a recuperar la asignatura que me quedaba en vez de pasar el verano con mis amigas.

Para colmo, no íbamos solos. Aparte de todo el equipo también venía mi querida y perfecta prima, Mireia. Desde hace unos años no somos muy cercanas. No es que la odie pero su afán por ser perfecta y el de mis padres por que sea como ella ha hecho que, quizás, no le tenga todo el cariño que se tienen familiares normales.

En resumen, este viaje iba a ser un auténtico horror y suplicio.

—Alegra esa cara de una vez —me pide mi padre, con algo de lástima.

—¿Ves que esté de camino a Ibiza con mis amigas? No, exacto, así que déjame.

—Es por tu bien, entiende a tu padre —responde Mireia, metiéndose en la conversación sin ningún tipo de reparo.

—¿Puedes no hablarme más en todo el viaje? —pido, casi por favor. No tengo ganas de luchar también contra ella.

—Julia... —me regaña mi padre y, finalmente, opto por callarme. No quería que el viaje fuera aún más incómodo.

Giro la cabeza y me encuentro con la mirada de mi prima sobre mí. Sé que tampoco es su sueño viajar conmigo, que para ambos es una oportunidad increíble y que se sienten mal de que yo no comparta esa felicidad. Son sus ojos los que me lo cuentan. La forma en la que me mira, deseando que sonría y le diga lo bonito que va a ser todo.

Desvío la mirada hacia la carretera, porque no puedo hacerlo.

Efímero - Pedri González, Marco AsensioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora