CAPÍTULO 9

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Julia

Esta vez, cuando abro los ojos, sé que estoy en la habitación de Mireia. También recuerdo todo lo que pasó ayer, pero preferiría que no. Preferiría que fuera como aquel día que me desperté en su habitación, después de dormirme en la fiesta, porque los recuerdos me asaltan cuando abro los ojos y tengo que esforzarme por no avergonzarme de mí misma.

¿Cómo se me ocurrió mostrar mi lado tan débil delante de Mireia? ¿Qué pensaría de mí? ¿Cómo se supone que tengo que mirarla a la cara ahora?

Menos mal que, cuando salgo de la cama, ella aún está dormida, de espaldas a mí, casi al borde del colchón.

No tardo mucho en buscar mi ropa. Mireia me ha dejado uno de sus pijamas. Me pongo la ropa que traje ayer y, haciendo el mínimo ruido posible, salgo de la habitación. No he tardado ni cinco minutos, pero no podía arriesgarme a que ella se levantase. No sé si podré hablar cara a cara con mi prima después de anoche. Estoy segura de que me va a pedir explicaciones, pero no quiero volver a rememorar esa conversación con mi padre. Tampoco quiero pensar en mi estado si me pregunta si estoy mejor. Ni lo sé, ni quiero saberlo.

Voy a mi habitación. Por suerte, es demasiado pronto y no me encuentro a nadie por los pasillos. Cuando llego, me ducho y me cambio.

Y, por mucho que me esfuerce, no soy capaz de evitar recordar la noche anterior. Esta vez no lloro. Hoy es el último partido de la fase de grupos y, si lo que mi padre dice es verdad, es mi último día aquí. En vez de pasármelo amargada, quiero intentar irme con un buen sabor de boca.

De todas formas, aún tengo que hablar con él, por mucho que me cueste en estos momentos. Por lo tanto, dándome igual que sea pronto y lo despierte, vuelvo a salir de mi habitación y me subo al ascensor, bajando dos pisos hasta la planta donde él y el resto de técnicos, así como Luis Enrique, están.

Llego hasta la puerta de la habitación de mi padre y toco. Es cuando me doy cuenta de que, durante el camino, he escondido mis manos en las mangas de mi sudadera, con nerviosismo. Espero después de dar tres toques y, como no responde, vuelvo a tocar. No tarda en abrirse.

—¿Otra vez mordiéndote las uñas? —cuando mi padre habla, me saco el dedo índice de la boca. Me he empezado a morder las uñas inconscientemente. Pensaba que ya había dejado ese hábito atrás—. Buenos días —añade amablemente.

Perfecto. Ya ha pasado página.

—Buenos días, papá —le respondo, entrando en la habitación. Veo que la cama está deshecha y la puerta del balcón abierta—. Pareces nervioso —añado, cuando él cierra la puerta.

—El partido de hoy es importante —me contesta—. ¿Tú no lo estás?

—Un poco —respondo, sentándome en la cama—. Es el último partido que voy a ver en vivo —dejo caer. Lo miro detenidamente, para poder ver su reacción, pero lo único que hace es sonreír irónicamente.

—Directa al grano, como tu madre... Ya veo —ríe flojamente. Muestro un semblante serio. No estoy como para reír ahora mismo—. Respecto a eso. No esperaba que fueras a discutir, pero...

—Déjalo, papá —lo interrumpo—. Lo he pillado. No vengo para discutir.

—Igualmente, te debo una disculpa. Las formas no fueron las adecuadas —él sigue—. No nos hemos rendido contigo, cariño. Ayer estaba muy angustiado y dije cosas que no debería haber dicho.

—Está bien —le respondo. Puede que se quiera disculpar, pero sé que, en realidad, eso es lo que de verdad piensa.

—Vale —él asiente, sin saber qué decir.

Efímero - Pedri González, Marco AsensioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora