CAPÍTULO 11

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Julia

Estoy de pie delante de la puerta de su habitación, pensando si lo que voy a hacer es buena idea o no. Aunque igual sería más correcto decir que llevo cinco minutos así. No exagero. Son cinco minutos de reloj los que llevo plantada delante de la habitación de Mireia, porque todavía no me atrevo a tocar. No me atrevo a mirarla a la cara, porque ¿qué es lo que se supone que tengo que decirle? ¿Lo siento? ¿Perdona por comportarme así después de que me ayudaras, pero me voy ya a Madrid?

Por mucho que busque las palabras adecuadas, todas parecen tener algún fallo. Pero, en realidad, soy yo misma la que quiere atrasar la situación.

¿A lo mejor puedo darme media vuelta e irme a Madrid sin volver a dirigirle la palabra?

Justo cuando estoy decidiéndome a hacer eso mismo, escucho unas pisadas al otro lado de la puerta y sé que la acabo de cagar. Que no hay marcha atrás, que por mucho que corra, voy a tener que dar la cara.

Cuando Mireia abre la puerta, mi cuerpo ya se estaba moviendo para huir de allí, pero no es sorpresa alguna que mis reflejos no hayan sido tan rápidos como me gustaría. La miro detenidamente mientras ella muestra una expresión de sorpresa. Está claro que lo último que esperaba era ver a alguien delante de su puerta. Y también tengo claro que parece un poco raro.

Su maleta azul celeste, tan característica, descansa a su lado. Puedo ver también que lleva colgada una mochila a la espalda. Su móvil en una de sus manos, así como la llave de la habitación, y la otra mano, sobre la manilla de la puerta.

—¿Julia? —pregunta, bastante confundida por lo que veo en su tono de voz.

—¿Bajas ya al vestíbulo? —le pregunto, tratando de esquivar esa pregunta que quiere formular, porque no quiero contestar por qué estoy aquí.

—Sí, bueno... Tengo que ir a hablar con Adrián antes —ella responde y yo asiento. Adrián es el médico de la Selección, así que no me sorprende para nada.

—Esto... —titubeo antes de seguir y vuelvo a pensar en si no sería mejor irme ya. Pero no. Tengo que hacerlo, porque a saber cuándo vuelvo a verla—. Yo me voy a Madrid.

Mireia baja la mirada, tardando en contestar.

—Lo sé —no sé identificar si es enfado o decepción lo que muestra con su tono de voz—. Me enteré por Pau —es esa segunda frase la que me asegura que está enfadada. A lo mejor también decepcionada, pero eso es otro tema.

—Lo siento, ayer fue un día con muchas emociones —trato de excusarme de la mejor manera. Evito justificarme con otros, como una vez me dijo Pedri, y sigo hablando—. Como ya no nos vamos a volver a ver, quería dejar todo zanjado contigo...

—Julia —Mireia habla antes de que pueda seguir—. Da igual las veces que hablemos, porque nunca vamos a zanjar nada.

Las dos nos quedamos calladas. No sé a qué se refiere con eso, pero por la forma en la que me mira, sé que no tiene intención de seguir hablando. Y me duele. Duele que me esté mirando de la misma forma que mi padre cuando me dijo que se había rendido conmigo.

—Adrián me está esperando —ella añade, inexpresiva. Me observa, esperando a que me haga a un lado para que se pueda ir. Pero aunque ella haya terminado, yo aún no lo he hecho.

—Espera, Mireia —digo, un poco a la desesperada. Ella, que ya había agarrado la maleta para moverse, la vuelve a soltar. Casi puedo escuchar un inaudible suspiro saliendo de su boca, pero me pregunto si no me lo imaginado—. Sé que he hecho muchas cosas mal. Demasiadas a decir verdad. Y siguen acumulándose a pesar de intentar que no pase. Pero no quiero irme a Madrid y dejarlo así contigo, porque Dios sabe cuándo nos vamos a volver a ver...

Efímero - Pedri González, Marco AsensioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora