CAPÍTULO 3

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Mireia

Siempre he dormido bastante bien. Hasta hace dos días.

No entiendo qué demonios me pasa, pero siempre que intento dormir una preocupación viene a mi mente y no soy capaz de hacerlo. Tras lo de ayer, que era más que una preocupación, no conseguí pegar ojo en toda la noche y, si lo sumamos a mis tres horas de sueño del día anterior, había dormido apenas cuatro horas en cuarenta y ocho horas. Genial, justo lo que necesito para ser productiva.

Pero había, cómo no, una parte positiva. Podría aprovechar mis pocas horas de sueño para empezar a trabajar más temprano. Y eso mismo iba hacer. Quería demostrar que lo de ayer solo había sido un error, que puedo hacerlo todo perfecto, que no me equivoco.

Hoy decido vestirme más formal. Opto por un top y unos vaqueros, que comparado con mi ropa ancha de los días anteriores está bastante bien. Una vez vestida ni siquiera paso por el comedor. No tengo ganas de hablar ni de encontrarme con nadie, tampoco de recibir todo tipo de miradas, así que me dirijo directamente a mi puesto de trabajo.

Por el camino decido ir escuchando algo de música, pero nada hace que mi mente se distraiga. Por lo tanto, una vez que llego la paro y me siento con seriedad.

Recojo mi pelo en una coleta, tratando de concentrarme mejor y, tras esto, comienzo a trabajar. Quería que, nada más comenzar el día para los entrenadores, las fichas estuvieran subidas y vieran con detalle toda la información de cada jugador. Me detengo en Sergio, indicando varias veces que no debe de jugar en una semana o su lesión irá a más. También hago hincapié en Pedri y su tobillo, a la vez que en Marco y su rodilla, ya que había tenido una gran lesión hacía apenas un año.

Una vez las envío, me pongo a preparar el informe para la prensa sobre la lesión de Busquets, añadiendo al final unas disculpas y tratando de dejar claro que no fue culpa del jugador. Maquillo un poco lo que pasó, echándome toda la culpa. No quiero que el equipo se vea envuelto en ninguna polémica.

Y, una vez terminado, sin nada más que hacer, decido ponerme a buscar los ejercicios de rehabilitación de Sergio, además de ponerme a prevenir distintas lesiones. Cualquier cosa con tal de no salir de la consulta. No tengo ganas de ver a nadie.

La hora de comer ya ha pasado. El olor y el reloj me lo confirman, y, aunque mis tripas rugen, me conformo con una barrita energética que tengo tirada por ahí.

Cuando estoy bajo la interesante tarea de responder correos electrónicos, la puerta suena. Me extraña tanto que incluso miro la hora. Las tres y media. Los jugadores deberían estar descansando y es por eso que, cuando el gran Asensio entra en la consulta, lo miro sorprendida.

—Siento molestar —me muestra una pequeña sonrisa mientras cierra la puerta tras él—. Tu tío preguntó si te podía traer esto —señala un tupper con lo que creo que es ensalada de pasta, en su mano izquierda—. Y aquí estoy.

—No era necesario, Marco —respondo sinceramente. No se tendría que haber molestado.

—Además, ¿me puedes revisar la rodilla? —añade rápidamente y yo suelto una pequeña risa que le hace sonreír a él también.

—Qué morro —bromeo—. Ya sabes qué hacer. Enseguida te miro.

El jugador se comienza a tumbar en la camilla y yo aprovecho para dejar los macarrones en la mesa y apagar el ordenador.

—¿Alguna molestia? —pregunto, acercándome a él.

—No. Simplemente protocolo —responde.

—¿Todo bien entonces?

—Yo sí, ¿y tú?

No puedo evitar sorprenderme por su pregunta. Todas las sesiones que había compartido con él habían sido bastante silenciosas. Hasta ayer en el desayuno casi éramos desconocidos.

Efímero - Pedri González, Marco AsensioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora