CAPÍTULO 5

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Julia

Cuando siento las sábanas sobre mí me doy cuenta de que estoy en una cama, pero si me detengo a pensarlo, no recuerdo llegar a mi habitación. El último momento que tengo guardado en mi memoria son los azulejos del baño de la habitación de Morata, con Pedri sentado a mi lado.

Me empiezo a poner nerviosa y abro los ojos. La luz que entra por la ventana me dice que es probablemente hora de levantarse y el sonido del agua corriendo me avisa de que no estoy sola en la habitación. Levanto las sábanas y me miro. Menos mal, suspiro. Llevo la ropa del día anterior, eso significa que no ha pasado nada.

Me calmo un poco más cuando me siento en la cama y veo una maleta en una esquina de la habitación. La reconozco inmediatamente como la maleta de mi prima.

Ah, estoy en su habitación.

El sonido del agua se detiene. Supongo que es de la ducha, lo que significa que mi prima está en el baño. Si me voy antes de que salga, no tendré que hablar con ella ni escuchar sus reprimendas. Por lo tanto, me levanto y busco con la mirada mis cosas. No llevaba mucho ayer, pero sí que echo en falta mi teléfono o la llave de mi habitación, además de mis zapatillas.

Encuentro todo rápidamente, pero cuando me estoy atando una de las zapatillas, la puerta del baño se escucha abrirse. Agarro la otra con la mano y me levanto, corriendo hacia la puerta, aún con la zapatilla puesta desatada.

La puerta del baño, que se encuentra al lado de la salida, se abre del todo justo cuando me encuentro frente a ella. Mireia aparece en mi campo de visión, con el pelo rubio mojado cayéndole por los hombros. Se ha puesto una camiseta blanca de manga corta y unos pantalones negros cortos de chándal. En cuanto la veo, agarro la manilla de la puerta e intento salir, pero ella evita que la abra rápidamente, poniendo la mano sobre ella.

—¿A dónde crees que vas? —me pregunta, en un tono maternal. Me quedo mirándola, incapaz de responder—. Espero que no estuvieras huyendo. Tenemos muchas cosas de las que hablar después de lo de ayer.

Dejo caer la zapatilla de mi mano al suelo, rindiéndome.

—Vale, pero no grites mucho que me duele la cabeza —le suplico y ella ríe.

—Vamos a la ducha —Mireia me dice, poniéndose detrás de mí, con sus manos en mis hombros, y empujándome al baño del que acaba de salir.

—¿Vamos? —le pregunto cuando estamos dentro—. Me ducho sola. Vete.

—De eso nada —ella niega con la cabeza, cierra la puerta y saca una toalla de uno de los cajones—. No quiero que pase nada. Se nota de lejos que tienes una resaca del copón —seguidamente, abre la mampara de la ducha y me mira. Yo me quedo mirándola, aún sin saber si lo de quedarse lo decía de verdad—. Venga, adelante. Me siento en el váter, mirando para el otro lado para no verte si quieres, pero no me voy a ir.

Sé que no va a cambiar de opinión, así que resoplo y hago un amago de quitarme la camiseta para que se dé la vuelta. Ella se sienta y me da la espalda.

—No mires —le aviso.

—¿Se te ha olvidado que de pequeña nos bañábamos desnudas juntas en la piscina de la abuela? —ella me pregunta irónicamente. Luego sigue con un tono animado. Si viese su cara, vería una sonrisa en ella—. Y cuando te quedabas a dormir en mi casa nos duchábamos juntas. Incluso bañábamos a nuestros muñecos...

—No tengo ropa de cambio —la interrumpo, seriamente. Ella suspira.

—Ahora vuelvo —cualquier tipo de alegría que se podía escuchar en su tono de voz ha desaparecido. Se levanta y sale del baño, asegurándose que sigue dándome la espalda en todo momento.

Efímero - Pedri González, Marco AsensioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora