CAPÍTULO 2

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Mireia

Cierro los ojos. Me giro. Vuelvo a abrir los ojos. Miro el reloj de mi móvil. Suspiro. Me vuelvo a girar. Cierro los ojos una última vez. Si no puedo dormirme en cinco minutos, prometo levantarme. Pero el tiempo parece no avanzar y, después de oír cómo mi tripa ruge, me siento en la cama.

Las seis y media de la mañana. Eso significa que he dormido tres horas como máximo. Sin embargo, no estoy cansada. El paseo de las dos de la madrugada me había despejado completamente, ya que me era imposible dormir por los nervios. Y, aunque había conseguido volver a dormirme al llegar a la habitación, no siento que haya descansado del todo.

La poca luz del amanecer entra por las rendijas que deja abiertas la cortina de la habitación del hotel e iluminan la estancia con un color anaranjado. Me destapo y saco las piernas de la cama, apoyando los pies en la madera del suelo. Un bostezo escapa de mi boca mientras me levanto y abro las cortinas, dejando ver el paisaje de las calles de Sevilla.

Así, a las seis y media de la mañana, parece una ciudad tranquila. Nadie diría que esa noche se disputaría el primer partido de la fase de grupos de la Eurocopa.

Decido darme una ducha para despejarme y me visto con ropa cómoda, ya que no tengo intención de hacer mucho durante el día. Saco unos pantalones cortos vaqueros y una camiseta negra ancha y me visto rápidamente. No es que yo tenga prisa, pero mi estómago está deseando zamparse cualquier cosa que vea.

Cuando salgo al pasillo y me meto en el ascensor tengo claro que voy a desayunar sola. Las siete de la mañana aún es pronto para los jugadores, que hasta dentro de una hora, por lo menos, no se van a despertar. De hecho, en cuanto entro al comedor en la primera planta, me doy cuenta de que tenía razón. Está desierto.

Agarro una bandeja y cojo lo que más me llama la atención para desayunar. No tardo mucho y me siento en una de las mesas. El comedor está totalmente en silencio, tan solo se escucha el sonido de los cocineros empezando a colocar la comida en su sitio.

Decido mirar mis redes sociales mientras desayuno tranquilamente. También era una excusa para olvidarme del partido de aquella noche. Aunque yo no fuera jugadora, era mi primer partido colaborando con la Selección y estaba nerviosa. Muy nerviosa. Había dormido mal por esa misma razón y estaba segura de que mi estómago rugía de ese modo en parte por eso también.

Dejo el móvil encima de la mesa y doy un trago a mi Cola Cao, alzando la vista a mi alrededor. Casi estoy acabando mi desayuno cuando alguien aparece por la puerta del comedor. Miro el reloj del móvil mientras dejo el vaso en la mesa. Las siete y veinte. Frunzo el ceño.

Marco lleva una sudadera negra y unos pantalones cortos de chándal, también del mismo color. Me parece raro verlo allí tan pronto, pero parece bastante despierto. No tarda en fijarse en mí, al ser la única persona en el comedor. En cuanto su mirada se centra en mí, las comisuras de sus labios se alzan en una pequeña sonrisa y yo le correspondo el gesto, en una señal de saludo. Para mi sorpresa, Marco se acerca y se sienta en el asiento frente a mí, en la misma mesa.

Al ver mi expresión de sorpresa, habla.

—¿Puedo? —pregunta, refiriéndose al asiento. Yo río, asintiendo.

—Ya te habías sentado de todas formas —le respondo.

—Una dama nunca debería estar sola —bromea y yo ruedo los ojos divertidamente—. Vuelvo en un segundo, voy a por el desayuno —ni siquiera espera una respuesta por mi parte, porque se levanta y se acerca a la comida.

No tarda mucho en volver y sentarse en el mismo asiento que antes. Yo espero a que él regrese para seguir con el desayuno.

—¿Cómo tú por aquí a estas horas? —le pregunto. Marco apoya un brazo en la mesa y con el otro coge el tenedor para comerse los huevos que había cogido.

Efímero - Pedri González, Marco AsensioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora