Capítulo IV

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"Los refrescantes recuerdos de una infancia veraniega"

-22 años después-

El horizonte se nubla, cae la lluvia muda que no hace ruido sino sosiego, todo está gris, melancólico y fragante. Las sombras juegan a bailar a su alrededor mientras los árboles se montan en la vereda de oscuridad desafiante. Sus piernas están atrapadas entre los arbustos y el fangoso lodo, no recuerda cómo llegó ahí, solo siente la terrible sensación de muerte y desaliento.

—Shura... Shura—

Vaya voz más dulce que pronuncia su nombre, cálida e infantil, lo hace como si la esperanza embadurnara cada letra de su nombre.

¿Quién será que le llama?

—Shura...—

Otra vez, hace eco entre la hilera de árboles oscuros. Se oyen crujir con el soplido del viento. La tempestad parece comenzar.

—¿Quién eres? ¿qué es lo que quieres? — responde, sin embargo, la voz calla. Se escucha el rugir del viento, las hojas secas se arremolinan alrededor de él. Algo no está bien, lo siente, lo sabe. El sonido de la pala de metal retumba por lo que parece ser un bosque tenebroso.

—Por favor— vuelve a sonar la melodiosa voz, ahora con agonía y toques de congoja.

Su corazón comienza a palpitar, y la desesperación lo invade. Quiere salir de ahí, pero sus piernas están atrapadas entre lodo y ramas.

—¡Shura por favor! —

¿Por qué no deja de gritar su nombre?

El pánico lo ataca y se ve rodeado por finas capas de... ¿sangre? ¿Qué clase de lugar era ese?

—Shura... Shura—

No puede moverse. No puede respirar, la tierra comienza a tragarlo vivo. ¿Qué sucederá si no sale?

—Shura...—

—Shura... ¡Abre la puerta! —

El desesperante golpeteo en la puerta lo liberó de la inquietante ansiedad y el terror que envolvía su cuerpo, aquella sombra profunda había entrado en sus sueños como un ser desconocido, azotando las quimeras y dañando su descanso. Sus ojos con dificultad se abrieron, encontrándose con la luz de la cálida mañana.

Muchas veces odió como el sol pegó de lleno en su rostro, robándole las pocas horas de sueño que realmente lo reparaban de las largas jornadas laborales, pero ahora, la inquietante sensación de la oscuridad absorbiéndolo y sofocándolo en su sueño, lo hizo anhelar los rayos de sol.

—¡Maldita cabra, ábreme! —

Aquella era la voz de uno de sus grandes amigos, seguramente llevaba bastante tiempo a fuera de la puerta, pues su voz sonaba molesta y sus golpes parecían querer derrumbar la puerta de su apartamento.

—¡Ya voy! — gritó.

Se levantó de la cama, colocándose una de sus batas mañaneras negras y unas cómodas pantuflas. Salió de su habitación y fue directamente a recibir a su amigo. Bastó solo con abrir la puerta para que el hombre de largos cabellos rubios entrara furioso, empujándolo sin decir ni una palabra hasta llegar al sillón color chocolate de la pequeña sala.

—¿Qué demonios, Shura? Llevo casi una hora tocando tu puerta y tú aún dormido, ¿no se supone que debías levantarte temprano para preparar lo de tu viaje? — Tomó asiento mientras cruzaba una de sus piernas sobre la otra, dando ese elegante y vanidoso toque que tanto lo caracterizaba.

Pedacito de AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora