Capítulo XI

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"El ahogado"

El sol de medio día quemaba sobre sus hombros. Dos días habían pasado ya con la misma decepcionante rutina, en donde su búsqueda cada vez más carecía de sentido y lógica.

Arrastrando los pies con la frustración en sus brazos, Shura paró a descansar junto a la acera. Recordaba muy bien aquel lugar, bastaba con mirar las fachadas de las casas para traer a su memoria los eventos lastimeros por los que siempre sintió esa penosa impotencia.

Balcones con flores marchitas, ventanas con marcos de madera vieja, paredes con horribles colores brillantes desgastados y un estrecho callejón donde se convirtió el sitio de castigo de ambos.

—Odio este lugar...— murmuró Shura inconsciente de que a su lado estaba la persona más preguntona y curiosa, sin embargo, pese a que la frase daba pie a un montón de interrogantes, Lulo yacía en silencio mirando con una expresión fantasma en su rostro.

—Yo también— ensimismado Lulo había acompañado la frase de Shura con una amargura casi igual a la de él y posterior a ello ocupo el lugar de la persona preguntona.

—¿Por qué? —

—¿Por qué? Pues no lo ves, es horrible. Basta con mirar las flores marchitas para darse cuenta de que un monstruo vive ahí...—

—Solo son flores Lulo, no creo que eso determine a la persona que vive ahí, aunque, realmente en este caso tus palabras tienen razón. Recuerdas que te dije que a mi amigo lo molestaban...—

—Sí, lo recuerdo—

—Pues aquellos abusivos prepotentes justo vivían o viven aquí. Aioros siempre era molestado en aquel callejón. A veces nos llevaban y nos golpeaban, bueno, Aioros siempre me defendió, él siempre se llevó la peor parte— expresó con un semblante triste.

—Malditos, he de imaginar que, así como se comportaron de niños, no terminaron en nada bueno. Tan solo mira, es horrible este lugar, de no ser por aquellas ultimas casas, juraría que es el mismo infierno. —

En ese momento Shura recordó que en una de esas casas vivía Sasha, una amable mujer que adoraba comprar las lociones naturales que vendía su madre. Si tenían suerte, pudieran encontrarse con aquella mujer y preguntar algo acerca de su amigo, si fuera así ese sería un punto de partida para no darse por vencido, de lo contrario ya no habría nada más por hacer.

—Y puede que en esas dos ultimas casas encontremos a alguien que pueda darnos información—

Tardaron poco más de un minuto al llegar hasta la puerta de una de las casas, tocaron con los nervios en sus manos, siendo delicados para no alarmar a la dueña, y cuando el ruido del interior se filtro por la madera, pararon esperando a ver a aquella mujer que Shura conoció años atrás.

—¿Se le ofrece algo, joven? —

Una mujer apareció en el pórtico con voz temblorosa, las arrugas delataban su edad avanzada y el cabello blanco acentuaban su madurez. Shura pareció titubear, sin saber si era la mujer correcta. Mirándole a los ojos pudo ver que realmente era la señorita Sasha, quien en aquel entonces era una joven de no más de treinta años, de ojo verde y belleza divina.

—Señora Sasha ¿es usted? — se sintió idiota al preguntar, pero se vería aun más idiota si confundía a la mujer.

La anciana soltó una risa y amablemente se dirigió a Shura.

—Si soy yo, un tanto vieja pero el nombre sigue siendo mío—

—Uh, disculpe, no sé si me recuerde, soy Shura, hijo de Jimena la que le vendía las lociones de rosas—

Pedacito de AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora