3 de Septiembre

259 16 4
                                    

4.30 A.M.

 Ha pasado mucho tiempo desde que escribí, pero no he podido hacerlo hasta ahora. Puede que te parezca raro que escriba a las cuatro de la madrugada, pero ahora solo puedo dormir hasta esta hora. Se me acciona la alarma mental, supongo que debido a la guerra entre licántropos. Acabó hace ya algunos meses. O por lo menos comenzó la tregua que dará paso a la muerte. El resultado no ha sido muy bueno para nosotros, excepto para mí en algunos aspectos porque, bueno, creo que he madurado estas últimas semanas. Y para demostrarlo no voy a llorar nunca más. Gasté todas mis lágrimas hace ya tiempo. Pero hoy es otro día, el día de explicar todo lo que pasó con todo lujo de detalles. Allá voy:

Dejé de escribir justo el día que Oscar resultó herido y Naia y yo nos unimos a la batalla, ¿verdad? Pues bien, cuando salimos a ayudar a los demás, comprobamos con estupor que los Sicarios Lobeznos se habían multiplicado desde la última vez, y que además parecían incansables, mientras que nosotros sudábamos la gota gorda y no podíamos con nuestra alma. Pero Naia y yo estábamos furiosas por el hecho de que hubieran hecho tanto daño a nuestro amigo, así que nos pusimos de acuerdo para dejarnos el pellejo (literalmente) en la lucho y matarlos a todos para qu cuando Oscar se pusiera mejor, pudiese descansar en paz. Naia también estaba disgustada porque pensaba que Charlotte era una incompetente, ya que siempre le había dicho que era genial luchando, y ahora, en cambio, estaba tranquilamente sentada. Yo le contesté, descubriendo una mejor parte de mí misma, que también necesitábamos a gente que cuidase a los heridos y que seguro que Charlotte tendría especial cuidado limpiándole la heridas a Oscar, cosa que consiguió apaciguarla visiblemente. Entonces, un lobo del bando enemigo que se nos había acercado sigilosamente, saltó encima de Naia, pero yo no estaba dispuesa a permitir que hiciese daño a ningún amigo mío más, así que lanzando un grito de guerra, cogí impulso y me tiré bruscamente a su cuello con la boca abierta y los dientes preparados para clavarse en lo que fuera. El otro lobo saltó grácilmente de la espalda de Naia y cayó al suelo, mirándome fijamente y gruñendo. Yo también empecé a gruñir y ambos comenzamos a trazar un círculo al caminar, eso sí, siempre mirándonos a los ojos y vigilando cada uno de los movimientos que el otro hacía. Mi enemigo era sorprendéntemente prudente, para ser del grupo de Drake, así que pensé que tal vez se debía a que tenían el ideal de que nuestro secreto para ganar era esperar siempre a que atacase primero el otro. ''Bien, bien, pues dile a Drake que no siempre es mejor esperar. Algunas veces hay que atacar'', pensé, así que me tiré sin previo aviso sobre él y a partir de ahí acabé con él enseguida. No le vi morir porque tenía mucha prisa, pero le había hecho una herida muy fea y no tardaría en dejar de respirar. Naia me miró, sonrió, se transformó en lobo y se fue por su lado. Sin embargo, yo sabí que aquella sonrisa era el más agradecido gesto que podía hacer en esos momentos. Hay algo que hace falta aclarar antes de continuar: es cierto que solo nos transformamos en lobos cuando hay luna llena y esto es algo que simplemente es así; menos en las guerras, en las que parece ser que un líquido nuestro se activa por la presión y el miedo y nos permite controlar las transformaciones (esto también pasa cuando nos encontramos en grave peligro de muerte). Yo también me fui por mi camino y maté con rabia a todo aquel que se interpusiera en mi camino. Y llegó el día e hicimos turnos para descansar. Y llegó la noche. Y cuando volvieron a asomar las primeras luces del alba y yo estaba contemplando los reflejos del sol sobre el campo de cadáveres, rezando en voz baja para que no hubiesen demasiadas bajas entre los miembros de la Mafia Licantrópica, se oyó un grito salvaje. Todos los que estábamos allí nos pusimos en guardia, pues parecía un grito desafiante y feroz, dispuestos a lanzarnos todos a la vez sobre el primero que osara aparecer por la línea del horizonte. Pero lo que apareció no fueron hombres-lobo sedientos de sangre. Lo que apareció fue un lobo de color miel, del territorio de los Sicarios Lobeznos. Eso era desconcertante como mínimo, porque si habían una norma estricta que todos los licántropos debían respetar siempre, era que no se podía matar a un lobo corriente. Eran animales del bando de todos. Ciertamente tenían diferentes colores según el territorio que habitaban, pero eso no quería decir nada. El lobo aulló suavemente y se fue acercando a nosotros. Uno a uno, nos fue oliendo y mirando, estableciendo contacto directo con nuestros ojos. Finalmente llegó hasta mí, me olió, me miró y bajó la cabeza respetuosamente. Yo me sorprendí mucho y miré a mi alrededor, esperando que alguno de los que estaban allí me dijera lo que tenía que hacer. Pero nadie dijo nada, así que me puse de rodillas para estar a la altura del lobo y le susurré al oído: ''¿Qué quieres de mi? ¿Tratas de decirme algo? No tegas miedo no te haré nada, solo enséñame lo que te ha traído hasta aquí''. El lobo alzó la cabeza y emitió un gruñido pacífico. Entonces levantó la pata trasera y la sacudió para soltar un lazo que aguantaba un sobre marrón. Cogí el sobre, le rasqué un poco las orejas al animal y me levanté. Abrí con cuidado el sobre y encontré en él una carta que rezaba:

Caperucita FerozDonde viven las historias. Descúbrelo ahora