Capítulo 3.

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13 de abril, 2018.

Presente.

Hace 802 días que abracé a Julián por última vez en la azotea y lloré por él. Ya no volveré a hacerlo, aunque todavía me duele un poco. He mejorado mucho desde entonces. Él y mi hermana se han mudado a una casa a varias cuadras de la mía. Mi hermano al fin dio un paso adelante y está saliendo con una joven del trabajo, la he visto un par de veces y la he saludado, pero no más de eso. Recién hace unos dos meses están empezando algo, me alegro mucho por mi hermano, él se lo merece. Y yo, sigo viviendo en la misma casa, trabajando en el mismo puesto, lo único que he avanzado es en ahorrar dinero. No puedo decir que fue fácil, no, pero entendí que a veces las cosas no se dan como uno quiere, el miedo es un sentimiento fuerte y nos hace perder oportunidades, pero siento que esta vez no fue el miedo que me paralizó o eso es lo que estuve pensando este tiempo, sino que una parte profunda de mí sabía que lo nuestro no iba más allá del amor, sino que éramos perfectos así de amigos.

Siempre recordaré al chico que me hacía mirar las estrellas y olvidarme del dolor, aunque sea por unos minutos. Sé que él también me quiere. Y eso está bien. Somos amigos, y siempre lo seremos.

Ahora me siento más tranquila y segura de mí misma. He aprendido a valorar lo que tengo y a no aferrarme a lo que no puedo cambiar. Tengo algunos proyectos en mente que me ilusionan, como viajar a conocer varias provincias. Me gustaría encontrar a alguien que me quiera y me respete, pero no tengo prisa. Ya llegará mi estrella de eso estoy segura.

—Eva, buenas.

Dejo mis cosas en mi casillero y le respondo con una sonrisa a Laila, mi suplente cuando no puedo cumplir mi horario, y esta la mayor parte conmigo cocinando, aprendo mucho de ella, y viceversa, creamos una armonía, y un compañerismo especial.

—¿Cómo estás? ¿Estás preparada hoy?

Los sábados son los días que más se llenan. Pareciera que estamos corriendo contra el reloj, lo bueno es que hay muchas personas que nos ayudan, Marta la jefa, viene a veces a corregirnos algunos errores que pasamos desapercibidos. Ella es un amor de persona, es sofisticada y seria, pero siempre está cuando la necesitamos.

—Lo estoy. Vine preparada para la lucha.

Suelta una risa divertida. Alguien pasa corriendo frente a nosotras y se detiene abruptamente.

—¡Eva! Pensé que estarías en la cocina. Más tarde te paso a buscar.

—¿Para qué?

Madison se apoya contra el casillero y respira acelerada, su turno acaba de terminar. Hace unos meses la cambiaron por la mañana, por desgracia no nos vemos mucho.

—Vamos a ir al bar que abrieron recientemente.

—Sabes que no...

—No me interesa. Te traje ropa cómoda y date un baño en las duchas. Paso a buscarte, nos vemos bebé.

Respiro hondo tranquilizándome. Debería preocuparme ahora por la fascinación de Madi de ir a todos los bares que abren o debería averiguar qué es lo que está buscando, o mejor dicho a quién. Ya es el quinto bar que me lleva, según ella para probar las bebidas. Lo cual me pareció absurdo, si sirven lo mismo. Guardo la bolsa que me tiende y desaparece de mi vista. De cambiarme y atar mi cabello, me dirijo a la cocina y empiezo a acomodar ingredientes, dejándolos en un lugar donde recuerde y a la vista. Estar aquí me ha ayudado a perfeccionarme y a darle más sabor a mis comidas.

—Eva — me saludan, Tom y Jenni, dos encantadores meseros. Muy divertidos. Le devuelvo el saludo y voy derecho a la pileta a lavarme las manos, no se porque lo hago si utilizo guantes, pero así soy.

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