El anuario

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Colin

En este momento de mi vida reconsideraba por qué había decidido cursar biología en lugar de dibujo técnico. Era pésima en esa rama de las ciencias, pero si hubiera elegido dibujo mi hermano hubiera hecho mis tareas. Estaba demasiado preocupada por el examen diagnóstico que el doctor Vogel me había puesto en frente. El único tema que realmente me sabía era el de genética y comprendí por qué mis ojos tenían ese color caramelo que definían a mi padre.

Las preguntas me seguían quemado el cerebro neurona por neurona, no recordaba haber visto esto en algún momento de mi vida. Ni siquiera en México había repasado algo así, debía de revisar todos mis apuntes y estudiar a fondo para todas mis calificaciones perfectas.

Eran solo las diez de la mañana y no merecía estar sufriendo por un examen diagnóstico, pero ¿qué sucedía? Que la niña no quería salir mal en un examen donde se vería su poco conocimiento del tema.

Mi pierna subía y bajaba con demasiada velocidad, mis dientes ya se habían terminado la cutícula de mis uñas y mi corazón corría con una velocidad indescriptible. Fue tanta mi desesperación que no escuché cuando la puerta fue abierta.

Mi mirada se alzó al sentir todos los ojos presentes en mí, lo que me dio a entender que me buscaban a mí. Me levanté de mi asiento, volteando el examen y caminé a la puerta. La mujer que había preguntado por mí asintió agradecida y me llevó con ella, cosa que provocó que mi corazón latiera aún más rápido.

-   Rosa, te juro que no he hecho nada. – le dije nerviosa a la mujer.

-   Calma, el director solo quiere hablar contigo.

Los posibles diez segundos que pasaron en lo que llegamos a la oficina del director, se sintieron como diez minutos en mi cabeza. Jamás había ido a la oficina del director, de forma involuntaria. Me preocupaba saber si había hecho algo malo que me llevara a una detención o una suspensión.

Rosa tocó la puerta del director y cuando se escuchó el "pase", ambas nos adentramos. Me llevé la sorpresa de encontrarme con Clara sentada frente al director Costales.

-   Señorita Vega, siéntese.

Las manos me sudaban.

-   Como bien sabrán su graduación está más cerca de lo creen.

Mi cuerpo se relajó cuando lo escuché. A pesar de ser una buena estudiante, era demasiado creativa y experimentadora. No era raro que al menos dos veces al mes algo en el laboratorio de química explotara y yo terminara en la dirección.

-   La señorita Valle como la presidenta estudiantil y usted, como la directora del anuario, se deberán encargar de todos los arreglos para su graduación. – miró su computadora y regresó la vista a nosotras. – La graduación será el último sábado de mayo. Suerte, señoritas.

Sin decir más, salimos del despacho del director. Esto me cargaría más trabajo a mi vida. Con la escuela tenía mucho, ahora el anuario y, además, la graduación. Sin olvidar todos los labores en la casa de mi hermano.

No era para nada buena organizando fiestas. La última que había hecho fue mi despedida en México. A la cual solo fueron diez personas y un payaso. Del cual sigo sin saber cómo llegó a mi hogar, cuando odio a los payasos.

Mi vista se dirigió a la rubia que se apoyó en uno de los casilleros a nuestra izquierda.

-   No tienes idea de cómo odio estas taquillas. ¡Coño! – gritó un poco frustrada. Qué bonita voz tenía. - ¿Nos vemos mañana en el aula del anuario?

-   Claro.

-   Bien. Adiós, Colin.

Caminó lejos de mí, dejándome ahí, esperando que ella volteara y me dijera algo más, pero nada.

Cartas a ClaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora