Londres

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Colin

-   ¡Joder! ¡No puede ser! – gritaba eufórica por toda la casa. - ¡Calvin! ¡Nat! ¡Todos!

Mi emoción no cabía en mi cuerpo. Después de un cansado día y de que Clara Valle me plantara en la oficina del anuario, Luca me había traído a casa como muchas veces solía hacerlo. Me despedí de él con un beso en su mejilla. Lo que no esperaba al llegar eran varias cartas en la entrada y una de ellas dirigida específicamente a mí.

-   ¿Llegó mi caminadora nueva? – preguntó Alba emocionada cuando llegó a la sala.

-   ¿Qué? – pregunté confusa. – No.

Mi cuñada se quejó y se sentó en el sillón, con su enorme vientre de seis meses. Natalia y Sonia llegaron corriendo, dejando a Sonia sentarse al lado de su madre, eran iguales. Calvin llegó con nosotras y no pude evitar soltar una sonora carcajada, parecía una ardilla rabiosa.

-   Pareces una ardilla rabiosa.

-   No te rías, panda. – me dijo divertido. – Me estaba lavando los dientes.

-   ¿Qué sucede, tía Colin?

Levanté frente a mí el sobre blanco con un logo específico y grité fuerte.

-   ¡Me aceptaron en Cambridge!

La sala se juntó con mis gritos. Todos estábamos emocionados, todos menos Alba, lo cual no me sorprendía. La escuela de mis sueños me había dicho que sí. Había valido la pena todo mi esfuerzo en los últimos años para poder entrar y adquirir este sobre. No sabía cómo sentirme, si preocupada o emocionada o ambas.

Lo único que si sabía a la perfección es que no desaprovecharía esta oportunidad por nada del mundo.

-   Esperen. – nos detuvo Alba. – Apenas iniciaste el ciclo, ¿tan rápido llegó?

-   Cuando apliqué me llegó un correo donde decía que, si me ofrecían un lugar en la universidad, debía de mandar constantes correos con mis boletas de calificaciones.

-   Debemos celebrar. ¿Pizza?

Todos asentimos ante la propuesta de mi hermano. Tomé con rapidez mi celular y le marqué a Luca, emocionada por la noticia. Estaba que no me la creía. Tres tonos sonaron y mi pie no dejaba de moverse con locura. Quería que mi mejor amigo me contestara, pero no lo hacía.

-   ¿Diga? – una voz hizo aparición, solo que no se trataba de la voz de Luca. Era una voz mucho más ronca, que no me costó reconocer.

-   ¿Hayes?

-   Hola, mi hermosa latina. – reí un poco por el raro acento que había tratado de hacer. - ¿Ya me aceptarás una cita?

Dejé a mi familia en la sala y subí a mi habitación, para dejar mi mochila en el proceso. También para tomar mis bellos audífonos de orejitas de gato.

-   Ya la acepté y llegaste con seis personas más. Y yo no hablo así.

-   Lo haces. – hubo una ligera pausa donde gritó algo que no entendí. – Oye, Luca está en el baño. ¿Le digo algo?

-   Si me marca luego, porfa. – saqué una hoja azul y mi pluma favorita, junto con la tinta negra para remojar la punta. Amaba todas las cosas antiguas y después de ver Harry Potter un millón de veces anhelaba una pluma de estas. – Gracias, Hayes.

-   De nada, preciosa. Luego vamos por un helado. – hubo una ligera pausa. – De choco-menta. Chau.

Sin decir más, colgó. Adoraba a Hayes, como olvidar el gran enamoramiento que tuve por él los primeros meses que llegué a España, ahora solo vivía en mi cabeza como un pequeño crush en mi vida, creo. El recordatorio de todas la veces que iba a casa de Luca para pasar las tardes eran mis favoritos, porque podía ver a su lindo hermano mayor. Hayes era solo dos años mayor que nosotros y era divertido que siempre trataba de llamar la atención cuando íbamos a su casa.

Cartas a ClaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora