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Cuando llegué a mi trabajo me preparé mentalmente a lo que se vendría, respiré profundo y abrí la puerta del remolque, pero para mi sorpresa no salieron los gritos que esperaba de él, y por alguna razón me descolocaron.

¿Acaso se olvidó de todas las cosas que me preguntó ayer?

¿De todos sus putos llamados?

Su cambio de humor me volvió a sacar de mis casillas, y sin querer un suspiro molesto salió de mí.

—¿Pasa algo? —preguntó sin mirarme, sin ningún dejo de lo que había pasado.

—No, solo estoy cansada.

—¿Muchos orgasmos que no te dejaron dormir?

Ahí está.

—Se podría decir —mentí.

Me estaba convirtiendo en una mentirosa profesional.

Me miró inspeccionándome, como queriendo leer mi mente. Al fin reaccioné y le pasé el café que tenía para después concentrarme en el mío y alejarme de él. Me fui al otro lado del remolque, justo a su espalda, no quería mirarlo y no sabía por qué no quería hacerlo. Tampoco sabía por qué tomé un sorbo tan grande de mi café que quemó mi garganta por lo caliente que estaba.

Aaron dio la vuelta en su silla para mirarme de nuevo.

—¿Estás saliendo con ese imbécil?

—No —respondí casi por inercia.

—Entonces solo se están acostando —me acusó.

—Sí.

Con eso admití que lo había hecho de una buena vez. Mi respuesta fue corta y precisa, no le daría más que eso, pero no esperé que siguiera con su cuestionario.

—¿Te gusta?

—¿Él o el sexo que tuve? —pregunté, también admitiendo que no, no me estaba acostando con él, solo lo había hecho una vez.

—Él y el sexo que tuviste.

—Me gustan los dos. —Otra mentira.

Un silencio eterno se apoderó del entorno, él todavía mirándome, yo esquivando sus ojos y con un montón de cosas pasando dentro de mi cabeza. Volví a la carpeta que tenía en mis manos, tenía que concentrarme, era un nuevo día de trabajo, no podía confundir mi vida personal con el profesional, así que volví a hablar mientras leía lo que tenía la frente.

—El maquillaje de la hoy en la tarde necesita más tiempo de lo normal, por eso...

—¿Me estás mintiendo? —me cortó.

No me percaté que se había parado y que ahora estaba cerca de mí, muy, muy cerca.

—¿De qué hablas? —dije aún sin mirarlo, concentrada en la carpeta.

—Sé que me estás mintiendo.

Otra vez.

Otra vez esa voz.

Ya lo había dicho una vez; no me ganaría este juego.

Levanté la cabeza para mirarlo de lleno y le respondí segura, levantando mi mentón con autoridad.

—No te estoy mintiendo, ¿por qué lo haría?

—Porque quieres sacarme celos—dijo tranquilo. Bufé.

—No tengo por qué mentirte, ni sacarte celos, Aaron.

Se acercó un poco más, un paso adelante y la punta de nuestros zapatos chocarían.

La AsistenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora