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Nuestro primer beso.

Y por todos los malditos cielos, se sentía como si estuviera ahí arriba.

Nuestras lenguas ya jugaban entre ellas, como si se hubiesen extrañado por años, mis dedos se perdieron en su cabello para adentrarnos más en ese beso acalorado y las suyas se clavaron en mis caderas para presionarse contra mí, haciéndome saber de inmediato lo mucho que estaba disfrutando lo que hacíamos cuando pude sentir lo tenso que tenía los pantalones. Y no lo pude evitar.

¿Quién podría hacerlo?

Bajé mi mano para acariciar su bulto haciendo que gruñera contra mis labios. Sus manos bajaron hasta mi trasero, me levantó para que mis piernas lo abrazaran y sin dejar de besarnos nos acostamos tortuosamente lento en el sillón. Sus labios bajaron a mi cuello, a mis pechos que ya había sacado por encima de los botones de mi camisa que ya había desabrochado con agilidad, mientras yo sacaba la suya por encima de su cabeza solo para atraerlo de nuevo y pasar mis uñas por su espalda. Una de sus manos se escondió por debajo de mi pantalón para acariciar lo que una noche fue suyo, haciendo que mi espalda se arqueara con su contacto y sus entrenados dedos.

No aguantaba más.

Desabroché su cinturón y bajé sus pantalones bajando sus bóxer en el proceso. Se separó de mí y bajó los míos, lentamente, tomándose su tiempo mientras me regalaba pequeños besos húmedos en mis piernas.

Cuando terminó el proceso, comenzó a desabrochar todos los botones de mi camisa para luego despojarme de mi sostén, y mientras lo hacía iba depositando besos en todo mi abdomen hasta llegar a mi ombligo, hasta mi monte de venus para luego perderse entre medio de mis piernas, haciendo que todos mis músculos se tensaran en una bendita carga eléctrica llena de placer.

Dios, cómo me mataba ese hombre.

Aaron era bueno en su trabajo, era bueno con sus dedos, pero por la mierda que era bueno con su lengua.

Casi me hace acabar, lo notó por la mirada que le regalé, pero se detuvo y subió su cuerpo nuevamente para mirarme a los ojos. Yo lo esperaba con mis piernas abierta, su mano bajó hasta tomar su miembro, pero antes de introducirlo se detuvo tocando justo la parte exterior.

—¿Algo anda mal? —le dije desesperada, no aguantaba las ganas de tenerlo.

—¿Realmente quieres esto?

—Sí, Aaron —lo apresuré.

Y una sonrisa malvada salió de él.

—Dime cuánto lo quieres. —Y su punta comenzó a acariciarme.

—Por la mierda. —Intenté tomarle las caderas, pero se alejó unos centímetros, aún con la sonrisa en su rostro, pero sus ojos se oscurecieron como nunca los había visto.

—No sabré qué tanto lo quieres si no me lo dices, Carolina.

Oír mi nombre con esa voz en vez de Catalina y mirándome con esos ojos hacia todo más intenso.

—Por favor. Lo quiero mucho, lo quiero ahora.

Bajó sus labios hasta mi oído y ronroneó.

—Así me gusta.

Y se introdujo lento, tortuosamente lento, dejando escapar un gruñido exquisito. Me miró a los ojos un solo segundo como avisándome para luego embestirme de lleno, haciéndome gritar de puro éxtasis, más cuando sentí ese sonido gutural que tanto me volvía loca.

Me embestía como un animal, y yo lo recibía con múltiples agarrones, sonidos y mordiscos en cualquier parte de su hombro que podía encontrar. Su nombre y el mío volaban por su remolque empapados en gemidos libidinosos. Sus manos recorrían mi cuerpo, sabía qué tocar y cómo hacerlo a la perfección para que perdiera la cabeza. Mis uñas se incrustaban en su espalda, haciéndolo gruñir con cada marca que le dejaba mientras mis caderas se movían a su ritmo. Éramos dos salvajes entregándonos al otro como si siempre hubiésemos querido hacerlo, como si al fin podíamos hacerlo. Y nuestras embestidas lo dejaban claro.

La AsistenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora