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El día de trabajo terminó y estaba sentada en el sillón de su habitación del hotel cuando salió del baño con su cabello húmedo por la ducha que se dio y su cuerpo cubierto solo por una toalla que caía desde sus caderas. Caminó hacia donde estaba y sus dedos se fueron directamente a mi mentón, subiendo mi cabeza para mirarlo.

—¿Algo anda mal? —le pregunté confundida por su repentina acción.

Solo negó con la cabeza y me concentré en sus ojos, ya conocía esa mirada en él. Esa mirada que me gritaba solo una cosa; lo mucho que quería sacudirme hasta la muerte. Yo no protesté, sabía que los míos gritaban igual de fuertes. Su cabeza se acercó lentamente hasta que sus labios llegaron a los míos. Solo necesité ese pequeño contacto para que algo en mí se encendiera como fuego en pasto seco. Agarré su cuello para atraerlo y sentarlo en el gran sillón, subiéndome de inmediato a su regazo con él abrazarme la cintura, atrayéndome más a él y subiendo sus caderas en el proceso.

Y sus labios se fueron a mi cuello.

Sentada a horcajadas sobre él, tocando todo mi cuerpo mientras mis manos hacían lo mismo con el suyo era una sensación de la que no me cansaría nunca en sentir. Nuestros labios peleaban para acaparar toda la información necesaria mientras intercambiábamos gemidos y suspiros deseando que la ropa que me cubría saliera flotando.

Y así fue, dejándome completamente desnuda, recostados en el sillón.

Sus manos ya sabían cómo tocarme y usaba todo eso en mi contra, sus labios saboreaban todo milímetro de mi piel dejando huella y marcando su territorio por donde pasasen. Mis manos intentaban grabar la curva de sus brazos marcados, dejar incrustado en mi memoria los músculos de su espalda que se flexionaban al apartar su peso de mi cuerpo. Sus labios volvieron a los míos hasta que se alejó unos centímetros para mirarme a los ojos. Su mano bajó desde mi cuello hasta mis pechos, pasó por mi abdomen hasta llegar a su parte favorita.

—Mira cómo estás ya, Carolina —susurró ronco mientras sus dedos comenzaron a jugar—. Lista para mí, tal como me gusta.

Sus ojos seguían mirándome oscuros, y la sensualidad de sus caricias me dejaban sin respiración. Mi espalda se arqueaba con su tacto, solo como él podía hacerlo, y mi excitación subió a niveles descomunales al ver su rostro determinado y disfrutando el placer que me daba y como mis movimientos bajo sus dedos hacían que su respiración se entrecortara cada vez más. Me mordía el labio con tanta fuerza que temía sangrar, pero sus caricias eran tan majestuosas que no me importaba hacerlo. Sus ojos volvieron a penétrame como quería que lo hiciera él.

—Por favor —supliqué apenas.

Chasqueó la lengua tres veces.

—Siempre tan impaciente.

Le tomó unos minutos más para apartar sus dedos y cambiarlos por su departamento que me penetró como un pequeño triunfo personal. Lo habíamos hecho tantas veces que pensaba era imposible que se fuera mejor que la anterior, pero cada vez me equivocaba, cada vez se sentía superior, se movía con más precisión y me hacía gemir más fuerte.

El tono de su celular sonó solo para hacernos salir de nuestro pequeño paraíso.

¿Por qué mierda siempre me pasa esto cuando alguien está entre medio de mis piernas?

Pero capté al instante que él no dejaría que su maldito teléfono arruinara lo que estábamos haciendo, y agradecí que no fuera Trevor el que estaba encima de mí y Aaron llamando.

Contestó mientras seguía dándome como nunca nadie lo había hecho, y la mano que no ocupaba tapó mi boca, haciendo callar todos los gemidos que me producía solo con saber que había sido capaz de contestar sin arruinar lo que estaba pasando, excitándome hasta la mierda, algo que no sentí cuando pasó con...

La AsistenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora