Capítulo Doce

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Capítulo XII

Del secreto que ocultaba el corazón del Gran Bosque y de lo que los bárbaros estaban haciendo allí.

Jimin regresó al campamento sumido en hondas reflexiones. En el fondo pensaba que Lobo no hablaba en serio al echarlo de allí, pero pensaba seguirle la corriente porque aquello convenía también a sus planes. Partiría con Tae al Gran Bosque para averiguar qué estaba sucediendo exactamente y volvería para entregar a los rebeldes el secreto de la imbatibilidad de SoKyung. Seguro que, para entonces, a Lobo ya se le habría pasado el enfado. Por tanto, no valía la pena afligir a nadie diciendo que el caballero lo había echado del campamento y que se marchaba para no volver.

Entró en su cabaña y recogió las cosas que necesitaría para el viaje. Cuando se echó su petate al hombro y salió de nuevo a la explanada, se encontró con Hana, que volvía del río cargada con un balde de agua. La vieja nodriza se quedó mirándolo.

—¿Os vais, mi señor? —preguntó.

—Voy a cazar —respondió él; vaciló un momento antes de añadir—: Probablemente pase algunas noches fuera. Necesito... necesito pensar.

—Comprendo —asintió Hana—. Niño —dijo tras una breve pausa, con voz algo más suave—, sabéis que lo que le ha sucedido al joven SeokJin no fue culpa vuestra, ¿verdad?

Jimin inspiró hondo. Las palabras de su nodriza lo habían impactado más de lo que esperaba, y parpadeó rápidamente, tratando de contener las lágrimas. No había hecho más que repetirse aquello desde la muerte de SeokJin: que no había sido culpa suya, sino del malnacido que había disparado aquella flecha, apuntando a un chico inocente que escapaba de un destino cruel. Sin embargo, los remordimientos se habían instalado en el fondo de su corazón y lo agujereaban con mil espinas de fuego.

—Lo sé —contestó, quizá con más dureza de la que deseaba—. Pero era mi amigo. Es natural que lamente su muerte.

Su voz se quebró, y no fue capaz de seguir hablando. Volvió la cabeza con brusquedad y se alejó hacia el lugar donde Tae, sentado al pie de un árbol, parecía muy entretenido siguiendo con los dedos el dibujo de la corteza.

—Jimin... —dijo Hana, y la palabra terminó en un suspiro.

—Regresaré en unos días —dijo sin volverse—. Ah... —añadió, como si acabara de pensarlo en ese mismo instante—, y me voy a llevar a Tae. Creo que ya es hora de que le enseñe a cazar. Tiene que empezar a ganarse su sustento.

Hana no dijo nada. Jimin pensó en detenerse, correr hacia ella y llorar en su regazo, como hacía cuando era niño. Pero se armó de valor y siguió adelante. Se reunió con Tae junto al árbol y se inclinó a su lado.

—Tae —le dijo en voz baja—, ¿estarías dispuesto a llevarme hasta el corazón del bosque? ¿Al lugar del que procedes, donde está tu gente?

Sintió que le temblaba la voz de emoción al decirlo. De pronto, todas las historias fantásticas que había oído sobre el Gran Bosque desde que era pequeño volvieron a cobrar vida en su imaginación. «Al lugar donde los árboles cantan», pensó.

—Sí, Jimin —respondió él, poniéndose en pie de un salto; parecía tan excitado como el propio Jimin—. Vamos.

El joven asintió.

—Vamos —corroboró.

Tae siguió a Jimin a través del claro. No pareció preocuparlo el hecho de que él no se despidiese de nadie. Por allí cerca estaba Sunoo, practicando con el arco junto a uno de los soldados, pero Jimin no le dijo nada; seguramente el muchacho estaría dispuesto a seguirle hasta donde fuera necesario, y él no podía permitir que se pusiera de nuevo en peligro por su causa. Se detuvieron un momento junto a la tumba de SeokJin. Jimin contempló el montón de tierra bajo el que reposaba el cuerpo de su amiga. Apretó los dientes y juró:

El canto del bosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora