Capítulo IV
En el que se cuenta lo que hizo Jimin después de huir del castillo y el encuentro que tuvo en las lindes del Gran Bosque.
Jimin nunca llegaría a saber cuánto tiempo estuvo tendido bajo la lluvia, inconsciente entre la maleza. Al cabo de un rato creyó escuchar un rumor entre los árboles y abrió los ojos, parpadeando. Solo vio la sombra de un hombre en la oscuridad, una risa seca y una voz que, por alguna razón, le resultó conocida:
-Vaya, vaya... ¿Qué tenemos aquí?
El joven intentó levantarse para salir huyendo, pero su cuerpo no la obedecía y le estaba costando mucho mantenerse consciente. Cuando el desconocido se inclinó sobre él, Jimin manoteó, desesperado, pero el esfuerzo le hizo perder el sentido de nuevo.
• • •
Despertó en varias ocasiones, aunque apenas guardaría recuerdo de todo ello. Solo luces cambiantes, el rumor de la lluvia, olor a bosque y a sopa caliente, el tacto áspero de la manta que lo cubría y la sombra del hombre que lo había rescatado recostándose contra una pared de troncos. Imágenes, retazos... que se conservarían para siempre en su memoria, aunque no fuera capaz de unirlos para dibujar un lienzo completo.
Cuando por fin recuperó la conciencia, podrían haber pasado horas o podrían haber sido días; Jimin no lo sabía. Descubrió que ya había amanecido, y también había cesado la lluvia, porque un rayo de sol se colaba por la ventana, jugueteando con sus cabellos de color miel. El muchacho parpadeó, confuso. Se llevó la mano al labio herido, con precaución, y notó que ya no sangraba, aunque todavía le dolía al tacto. La brutal huella que Minhyuk había dejado en él tardaría un tiempo en sanar. De todas formas, se dio cuenta de que no tenía restos de sangre seca sobre su piel. Alguien lo había limpiado y curado. Miró a su alrededor. Se encontraba en el interior de una cabaña. En la pared del fondo, la chimenea conservaba los restos de un fuego que había servido para calentar el contenido de una pequeña olla. Él estaba recostado sobre el único camastro de la única estancia que había, y se incorporó con aprensión; la ropa que colgaba de los ganchos de la pared (un grueso manto de pieles y un viejo jubón) era indudablemente masculina. ¿Quién lo había acogido en su casa, y por qué razón lo había hecho? ¿Qué había sucedido mientras él estaba inconsciente... si es que había sucedido algo? Su temor creció al comprobar que solamente llevaba puesta su camisa interior. Buscó su vestimenta con la mirada y le halló tendido cerca de la chimenea; probablemente su rescatador lo había puesto ahí para que se secara. Aun así, aquello no garantizaba...
Sus pensamientos fueron bruscamente interrumpidos por el chirrido de la puerta al abrirse. Jimin se levantó de un salto -se sintió mareado, pero luchó por mantenerse en pie- y retrocedió hasta la pared, temblando. El hombre que acababa de entrar era alto y nervudo. Portaba un arco y un carcaj a la espalda, y un par de conejos muerto pendían de su cinturón. Estaba a contraluz, de modo que Jimin no podía ver sus rasgos con claridad; de todas formas, la capucha que le cubría la cabeza tampoco facilitaba las cosas.
-Así que ya estás despierto -dijo-. Ya era hora, marmota.
Jimin no respondió. Estaba demasiado asustado como para sentirse ofendido, de modo que permaneció quieto, apoyado contra la pared, sin quitarle la vista de encima.
-Eres el hijo del duque SeoJun, ¿verdad? -preguntó él-. El chico que se casó con el bárbaro Minhyuk.
Jimin se irguió, molesto porque el desconocido no usaba con él el trato que merecía su posición.
-¿Cómo lo sabéis? -farfulló como pudo, ya que el labio hinchado no le permitía vocalizar muy bien; trató, sin embargo, de imprimir un tono desafiante a su voz.
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El canto del bosque
FantasiaJimin, el único hijo del duque de Rocagrís, está prometido al joven Jungkook de Castelmar desde que ambos eran niños. Los dos se aman y se casarán en primavera. Sin embargo, durante los festejos del solsticio de invierno, un arisco montaraz advierte...